Estivill o González: ¿qué método es más apropiado para dormir niños?
Se trata de una de las discusiones que más controversias han generado en las últimas dos décadas en relación con la crianza de los bebés: ¿cuál método es el más apropiado para dormir a los bebés? Existen dos escuelas claramente enfrentadas.
De un lado, la encabezada en España por Eduard Estivill, que propone “educar” el sueño del niño a partir de una técnica que consiste, en esencia, en dejarle llorar. Del otro, la postura de la crianza con apego, basada en atender al niño siempre que lo reclame, y que encuentra en el pediatra Carlos González a uno de sus representantes principales.
El llamado método Estivill se popularizó a partir de 1996 cuando este médico catalán publicó, en colaboración con Sylvia de Béjar, el libro 'Duérmete, niño', una especie de manual para -lo anuncia desde el subtítulo- “solucionar el problema del insomnio infantil”. Se trata, en realidad, de un método que ya existía con anterioridad.
De hecho, en casi todo el mundo se conoce como método Ferber, por Richard Ferber, un médico estadounidense que, a mediados de la década de 1980 publicó un libro donde explicaba cómo lograr que los bebés aprendan a dormirse por su cuenta, sin ayuda de sus padres.
Estivill: 'educar' el sueño del bebé
La técnica para educar el sueño del bebé consiste en dejarle en su habitación solo y despierto. Cuando los padres salgan, el bebé llorará, pero deben dejar pasar un minuto antes de que uno de ellos vuelva a entrar. Al hacerlo, no le cogerá en brazos ni tratará de calmarlo, sino que le hablará durante diez segundos y luego volverá a salir. Antes de volver a entrar deberá dejar pasar tres minutos. El libro, de hecho, incluye una “tabla de tiempos”, que indica con precisión los lapsos que los padres tienen que solo al bebé, sin importar el desconsuelo o la desesperación que manifieste.
Según Estivill, “si seguís al pie de la letra las instrucciones, en siete días, como mucho, estaréis durmiendo todos de un tirón”. Y es que ese es el gran objetivo: que a partir de los 6 meses de vida los bebés se duerman solos, sin ayuda y durante toda la noche, ya que “los padres -como afirma una de las notas del libro- también tienen derecho a dormir sin interrupciones”.
El libro no incluye referencias a estudios científicos que certifiquen los resultados ni la eficacia de la propuesta. En un apéndice de 'Duérmete, niño', incluido a partir de la reedición de 2003, Estivill afirma que revisó los historiales de los 823 pacientes que atendió en su consulta y que “en el 96 % de los casos los resultados fueron satisfactorios”, mientras que los restantes mostraron “ciertas dificultades para acabar de solucionar el problema”. No hay más datos que esos.
Riesgos y perjuicios de dejar llorar al bebé
Las críticas que ha recibido el método Estivill son numerosas y responden a variados motivos. La ausencia de fuentes bibliográficas en su libro es uno de ellos, pero no el principal. El cuestionamiento de mayor importancia está relacionado con los riesgos de dejar llorar al bebé. Un estudio publicado ya en 2002 por Allan Schore, neuropsicólogo de la Universidad de Los Angeles, California, enfatizaba que el trauma que se produce en el niño cuando clama por la presencia y el contacto con su madre y no cuenta con ellos provoca dos tipos de respuestas.
Por un lado, la hiperexcitación, visible en los llantos, gritos y otras expresiones del bebé. Por el otro, la disociación, en la que el pequeño “se desprende de los estímulos del mundo exterior y atiende a su mundo interno”. ¿Cómo se manifiesta esta disociación en el bebé? A través del “entumecimiento, la evasión, la conformidad y la restricción del afecto”. En resumidas cuentas, sería este el motivo por el cual el método Estivill funciona: agotado de no obtener respuestas a sus súplicas, el niño se calla.
Pero su patrón de comportamiento es similar -explica Schore- al de los adultos que padecen estrés postraumático. En su libro, Estivill menciona que el niño, en su afán de obtener la atención de sus padres, puede hasta vomitar. “No os asustéis, no le pasa nada -recomienda-: los niños saben provocarse el vómito con suma facilidad”. Sin embargo, Schore destaca que vomitar representa el punto más extremo de la angustia del bebé.
La crianza con apego, una mirada diametralmente opuesta
Carlos González, pediatra aragonés que ha desarrollado su carrera profesional en Cataluña -donde ha estudiado, vive y trabaja- ha destacado las razones evolutivas por las cuales los bebés lloran cuando se quedan solos: su instinto, que es el mismo de los bebés humanos de hace miles de años, cuando los peligros acechaban por todas partes. Por ello, explica que no se puede hablar de “insomnio infantil”, ni de “malos hábitos” por los cuales haya que “reeducar”, sino que esta es “una conducta normal de los niños durante los primeros años”.
Los especialistas y las organizaciones que promueven la crianza con apego destacan que -al contrario de lo que afirman los conductistas- acudir ante los llantos contribuye a hacer del bebé una persona más autónoma y segura de sí misma, habituada, en palabras de González, a “expresar sus necesidades a otras personas y a considerar que lo ‘normal’ es que las atiendan”. Si no se acude, en cambio, el niño aprende que “sus necesidades no son realmente importantes” y se hace más dependiente: “Depende de los caprichos de los demás y no se cree lo suficientemente importante para merecer que le hagan caso”.
Una ‘Declaración sobre el llanto de los bebés’, firmada por más de 350 profesionales de la salud, asociaciones y otras personalidades de España y el extranjero, pone énfasis en el sufrimiento del bebé cuando es abandonado a su llanto; sufrimiento que los padres sienten como propio. Y añade que los métodos conductistas, como el de Ferber y Estivill, “proponen ir poco a poco para cada día aguantar un poco más ese sufrimiento mutuo”, al que califican como “una tortura, por mucho que se disfrace de norma pedagógica o pediátrica”.
El caso es que, con el tiempo, y más allá del porcentaje de la población infantil y adulta que padece de trastornos relacionados con el sueño, la mayoría de los niños adquiere hábitos saludables para la hora de dormir y permiten a los padres “dormir de un tirón”. El debate mayor en torno a estas cuestiones no parece relacionarse tanto con la eficacia de uno u otro método, sino más bien con el bienestar de los niños en esas primeras edades, y de cómo la conducta de sus padres podría acarrear consecuencias sobre ellos a medio y largo plazo. Un debate que continúa abierto.