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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

El rostro del poder sigue siendo blanco

Manifestación contra la actuación de la policía de Ferguson, Missouri, en agosto.

Wolfgang Kaleck

Parece que haya sido hace mucho tiempo, pero no ha pasado ni un mes desde que un policía mató de un disparo a Michael Brown Jr., un adolescente desarmado, en Ferguson, Missouri (EE.UU.). Desde entonces he estado rebuscando entre mis libros, ya que las imágenes y los reportajes sobre Ferguson me han recordado muchos incidentes similares. Todas esas personas de raza negra asesinadas en las últimas décadas –la mayoría jóvenes y de sexo masculino– que vuelven a ser anónimas; la brutal represión del movimiento en defensa de los derechos civiles de los años 60; el programa de contrainteligencia utilizado contra el movimiento de las Panteras Negras; las numerosas películas que denuncian la injusta discriminación de la población negra.

Pero el caso Ferguson también me ha hecho pensar en otras cosas. Ha traído a mi memoria, por ejemplo, los libros del gran escritor negro James Baldwin, en los que describe “la Historia Blanca”, la “historia de los blancos” de la siguiente forma: “La historia es un himno a los blancos y, el resto, todos nosotros, somos simplemente los que hemos sido descubiertos por los blancos, que deciden (o al menos así lo creen) si nos dejan o no ‘entrar’ en esa historia”. En sus libros, Baldwin nos describe a nosotros, los europeos, como “primos ingleses y alemanes”, una “combinación indescriptible, atroz, de arrogancia y de mediocridad”, y nos identifica no con el color blanco sino con el color negro: “No se quieren, nunca se han querido, y quizás nunca se quieran”.

En La evidencia de lo que no se ve, un ensayo sobre un juicio por asesinato en Atlanta, Baldwin no solo describe la realidad de los Estados Unidos de los años 80 del siglo pasado. También nos habla de la realidad alemana de hoy, la que se refleja en los resultados de las elecciones europeas de mayo y en las recientes elecciones regionales de Sajonia; ambas marcadas por una estrategia electoral en la que nacionalistas, populistas y partidos e intelectuales de derechas de toda Europa intentan explotar la idea de que el problema son los extranjeros, los “otros”.

En su prólogo al libro de Baldwin, titulado El rostro del poder sigue siendo blanco, el periodista alemán Dagobert Lindlau, ya fallecido, no se limitó a comentar el cuestionable proceso basado en indicios que se siguió en 1982 contra Wayne B. Williams, de raza negra, o a denunciar el racismo de la sociedad estadounidense. Una introducción así habría sido demasiado una salida demasiado fácil para el antiguo reportero jefe del canal bávaro de radiodifusión. Por el contrario, Lindlau se adentró en el impacto del libro en Alemania, en pleno auge de los asesinatos neonazis de principios de los años 90, así como de las reaciones contra los mismos, incluidas las silenciosas manifestaciones con velas de aquella época. Para Lindlau, eran “Manifestaciones de buena voluntad”, pero también acciones sentimentales de relaciones públicas que buscaban mejorar la quebrantada imagen de Alemania en el extranjero y quizás también de las exportaciones. En su opinión, se trataba de confesiones organizadas que solo servían para camuflar lo que verdaderamente se piensa. Y concluía: “Como si no supiéramos lo que Baldwin nos quiere decir”.

También nosotros, hoy, deberíamos apuntar menos a los lejanos Estados Unidos y ocuparnos de nuestros propios problemas. Para ello, convendría que extrajéramos las enseñanzas necesarias y siguiéramos el ejemplo de organizaciones de defensa de los derechos civiles como el Center for Constitutional Rights (CCR), de Nueva York. El CCR ha conseguido que se declare ilegal el programa de detención y cacheos de la Policía de Nueva York. Como se ha podido comprobar estadísticamente, este programa permitía que los jóvenes de raza negra fueran abordados y cacheados de una manera desproporcionadamente mayor a la habitual, que fueran maltratados durante los arrestos o, como ha ocurrido con Michael Brown, que fueran asesinados.

Ahora mismo, en Alemania, el Tribunal Supremo Federal de Karlsruhe está analizando el caso de Oury Jalloh, un hombre negro que fue arrestado por una nimiedad y murió quemado en una celda policial de Dessau el 7 de enero de 2005. También a nosotros, por tanto, nos queda mucho por hacer aquí. Por lo que a mi respecta, estos días me han serivido para redescubrir el Greenwich Village, Harlem y el jazz de la época de posguerra en la novela más hermosa de Baldwin, titulada Otro país.

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