Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Arde la caverna
La derecha apunta sobre todo a los ayuntamientos que perdieron en manos de movimientos populares porque no soporta que les arrebaten la más mínima cuota de poder. Esperanza Aguirre encabeza la reacción atropellando no solo a insolentes motoristas de tráfico que buscan publicidad a su costa, sino a las más elementales normas de respeto democrático. Manuela Carmena es su blanco preferido y no hay día que no la acuse de algo: por ejemplo, de la suciedad en las calles, aunque sea un tema que corresponde a la anterior alcaldesa que privatizó el servicio, y sus consecuencias; de que llueve y de que no llueve; de la contaminación ambiental bolivariana y la activación del protocolo que también es mérito de Ana Botella y su relaxing cup, aunque nunca lo aplicó para no molestar a los coches, total para lo que hay que respirar… Y por supuesto de los titiriteros de abajo, porque a los titiriteros de arriba, los que mueven los hilos de verdad, los que mandan en serio, hay que obedecerles y no importunarlos.
Tampoco crean que el ministro del Interior, el señor Fernández Díaz, y su ángel de la guarda aparcacoches, se quedan atrás. Nada de eso. Por suerte, el ministro nos presta a su Marcelo para que nos alerte del posible pacto PSOE-Podemos, porque en ese caso nada ni nadie nos podrá salvar del infierno. Y aún fue mas allá el ministro, cuando dijo que “ETA está esperando como agua de mayo el acuerdo PSOE-Podemos”, sin que se le mueva ni un solo músculo del cerebro.
Informando para desinformar
Y no les digo nada de los cavernícolas distribuidos en casi todos los medios de comunicación; informadores o comentaristas que, como un ejército disciplinado y una constancia de hormigas imbatibles, cumplen a rajatabla con las consignas que fabrican todos los días los titiriteros de arriba, esos a los que nadie vota pero siempre mandan. Claro que sus ataques no son tan profundos como los lanzados por los políticos del PP, quienes, como han terminado con su lucha sin cuartel contra los miles de casos aislados de corrupción en su partido, se empeñan ahora en descalificar a los radicales extremistas entre una imputación y otra, camino de un tribunal a otro. Inclusive Rajoy que, como no sabe nada de lo que pasa, tiene tiempo para interpretar a los españoles que, según él, prefieren la moderación de los ajustes y los juzgados a cualquier otra opción radical.
Los informadores y tertulianos, con ese lenguaje tan de tertulia, para que sepamos a quién estamos escuchando, se ocupan de las mismas cuestiones para embarrar la cancha, pero dándole un tono más superficial, más coloquial, más de andar por casa. Si bien también aprovecharon el tema de los titiriteros - faltaría más-, con la misma falsa acusación, por supuesto, se inclinan más hacia cómo va vestida Carmena cuando va a saludar al rey, por ejemplo, o lo mal que cocina en algún programa de televisión. Todo vale y algo queda, pensarán. Y tienen razón, sin duda.
En el fondo, la cosa consiste en hacernos ver que los ayuntamientos en manos del pueblo no solo funcionan mal, sino que son utilizados para inculcarnos ideologías ajenas a nuestra manera occidental y cristiana de rechazar a los refugiados de la guerra o de aceptar como un mal de 99 años (porque no hay mal que cien años dure) que una multitud de desocupados estén dispuestos a trabajar por lo que les den, ya que, como insisten los tertulianos y los informadores sensatos, “algo es algo”. O nuestro modo tan de centro y moderado de entender que las deudas hay que pagarlas; menos, naturalmente, la que tienen los bancos con todos nosotros. Y por eso comprendemos, desde nuestra tradición y buenas costumbres, que sigan desahuciando a gente a pesar de las recomendaciones de la Unión Europea, que tanta razón tiene en otros temas, pero en este precisamente no.
Radicales, de entrada no
La caverna en llamas nos descubre una verdad que algunos no terminamos de ver: la radicalidad no es buena consejera. En cambio, el centrismo del neoliberalismo a ultranza sí que es bueno. Algunos señalan la desigualdad como un defecto, porque no saben que “la desigualdad genera riqueza” como nos enseñó un tertuliano habitual. Que 20 millonarios tengan más que 14 millones de pobres en España es una muestra de la igualdad de oportunidades, solo que algunos saben aprovecharlas y otros no.
Cierta gente, seguramente influida por los bolivarianos radicales, pregunta en qué consiste la radicalidad de los radicales, porque pretender que los ricos paguen impuestos igual que todo el mundo, ¿no es acaso un extremismo inaceptable? O luchar contra la evasión fiscal. Pero, ¿a dónde vamos a parar? ¿No saben que, si toleramos eso, los inversores se van? Si eso no es radicalismo, que venga Marcelo y lo vea. Y lo que es peor, algunos extremistas- no todos por cierto- hablan de democracia participativa. De que la gente decida directamente. Pero bueno… les das la mano de la democracia parlamentaria (por cierto, con representantes bien vestidos y no con estos desarrapados que parecen que van a la feria) y se toman el brazo de la democracia real. Soviets, eso es lo que pretenden, como bien dijo la lideresa, cuando tenía más tiempo y no estaba enredada -ella también- en los vericuetos de la corrupción aislada.
A ver qué leemos, que el horno no está para bollos
Quisiera terminar con algo que no es ninguna broma. En algunos medios salió que la policía había requisado a los titiriteros absurdamente encarcelados un libro anarquista. Y lo exhibían como prueba irrefutable de su maldad. Yo quisiera saber qué libros se pueden tener y cuáles no para ir quemando algunos… Por las dudas.
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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.