Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Lo que revela y oculta el nacionalismo en Cataluña
En Cataluña los aliados de Junts pel Si transformaron unas elecciones para el gobierno de la Comunidad en un referéndum por la independencia. Los resultados muestran la polarización de los votantes catalanes entre dos opciones: independencia o no independencia de España. Todos aquellos que, como Podemos, proponían ocuparse de cuestiones más urgentes para el pueblo catalán -no dejando de lado la realización futura de un referéndum y planteando el problema territorial en un proceso constituyente-, como son los efectos letales de la política austericida del propio gobierno de Artur Mas y su corrupción estructural, quedaron atrapados por la ola nacionalista/antinacionalista y obtuvieron un número de votos muy inferior a la racionalidad y coherencia de la propuesta que impulsaban.
Artur Mas, con su populismo de derechas, encolumnó tras el significante “independencia” a un conglomerado de partidos y de asociaciones nacionalistas en una extraña alianza de derecha e izquierda, cuya única afinidad es la anhelada separación de España. Siguiendo el pensamiento de Ernesto Laclau, podríamos decir que el significante vacío “independencia” ha sido el lugar donde todos y cada uno de los partidos aliados subsumieron las demandas propias construyendo un antagonismo entre catalanes y españoles. Los partidos y grupos de izquierda nacionalistas catalanes cifrarían la esperanza de que una vez lograda la liberación del amo español sería posible reiniciar una lucha por los intereses de cada sector. Pero, ¿acaso puede ser Mas, el político formado en los brazos de Pujol, el representante y aliado de los partidos austericidas españoles, el conductor de un proyecto emancipatorio para el pueblo catalán? Sería una humorada si no quedasen capturadas allí decepción y tragedia para el pueblo trabajador.
La independencia -planteada fenomenológicamente al modo populista- se antepone a cualquier otro planteo político y se convierte así en un objetivo “pre-político”, constituyendo la base sobre la que la futura política podría ser posible. Mientras esto no suceda Cataluña se mantendría en un limbo, un lugar entre los vivos y los muertos, a la espera de la redención que la propia independencia lograría. Los resultados han evidenciado que si bien el inaudito conglomerado de Mas ganó las elecciones, no lo hizo con la suficiente mayoría de diputados y además perdió el plebiscito por un margen no desdeñable. Todo esto les impide, por ahora, formar gobierno y, a su vez, frena la declaración de independencia.
Detrás de la independencia no hay ninguna demanda política emancipatoria que allí se realice y solo está presente la idea de la liberación del sojuzgamiento español, fruto del argumento de una herida histórica nunca saldada. La lucha independentista es por una identidad que ha sido arrebatada, anudada a la promesa de que las cosas irán mejor cuando los liberados se gobiernen solos. La propuesta nacionalista no es una verdadera propuesta populista pues lleva en su seno el cierre de una comunidad sobre sí misma y se sostiene en la necesidad subjetiva de contar con el reconocimiento de un significante, una insignia, una marca que los haga reconocibles entre sí y que afirme el sentido de pertenencia a una tierra, a unas costumbres y a una lengua. Dicha pertenencia está construida bajo el signo de la exclusión del otro diferente, bajo la idea de una segregación y bajo la premisa de que, una vez solos, los iguales estarán mejor. No se alcanza a encarnar que solo se trata de un cambio de amo, aunque este hable la misma lengua, habite el mismo territorio y tenga las mismas costumbres. Por otra parte, la constitución de una ilusoria comunidad de iguales vela y deja de lado el real que implican las enormes diferencias sociales y la injusticia reinante.
Este modo de entender el populismo transformándolo en un nacionalismo es una verdadera negación del mismo. Es su perversión de derechas. En este caso, el significante vacío “independencia” no subsume las demandas populares que de modo equivalencial encontrarían su realización en un movimiento emancipatorio construido en común, sino que lo que consigue es hacer olvidar al pueblo sus penurias, poniendo como eje de las reivindicaciones un objetivo que no solo no las contempla sino que las oculta. Al impedir la posibilidad de construcción de un verdadero antagonismo entre la voluntad de transformación y el neoliberalismo, a lo que asistimos es a la consolidación de una subjetividad encandilada por una idea de nación que oculta el agujero sobre el que se constituye.
Sabemos desde Freud y su Psicología de las masas el lugar que ocupa el ideal como motor de una identificación que se hace masiva y somete al sujeto a la ilusión de un “nosotros” que existe solo en la imaginación. Este “nosotros” Freud lo asimila al totalitarismo y lo ejemplifica con dos masas organizadas como son el ejército y la iglesia. Dos organizaciones donde está prohibido el pensamiento propio y la singularidad, incluso para los que las dirigen.
El “nosotros” que interesa debería estar hecho con los mimbres de la duda, fruto de una política que construyera un Común más allá de insignias y banderas, efecto de las reivindicaciones populares sobre sus problemas más acuciantes. Sería un nosotros agujereado, siempre en cuestión, abierto a la contingencia, un nosotros que suma y no que resta, que no aísla y que no segrega, salvo a los que explotan y se corrompen. Se trata de construir un proyecto común desde la diferencia y no desde la certeza de una identificación. El camino de la construcción de un nosotros no totalitario y anti segregativo es imposible de realizar bajo la lógica de lo universal. Esto implica oponerse al “todos” que se ensimisma en la idea de un goce común y dar primacía al “no-todo” que se abre a la singularidad y a las diferencias que nos habitan.
Sería importante poder transmitir -desde dentro y fuera de Cataluña- lo que un proyecto nacionalista encierra en cuanto a la pérdida de la singularidad puesto que es una forma de lo colectivo que termina homogenizando a los sujetos. E insistir también en la vía muerta que por este tipo de proyecto sufre cualquier proceso que se quiera realmente transformador, es decir, que busque encontrar una salida a la lógica del discurso capitalista y su deriva neoliberal. Es necesario traer a la reflexión la “mala nueva” que es, para la alegría de la identidad, el saber que no habrá alivio al malestar. No lo habrá si no se toca de algún modo la estructura del sujeto, si no se ponen en cuestión las servidumbres voluntarias y los fenómenos de masas, que se expresan en la consistencia de las identidades compartidas, que se apoderan de la vida de los pueblos y abortan los procesos de transformación.
No es por la vía del individualismo nacional por las que se encontrará lo que se busca. Es más bien aumentando la incidencia de Cataluña en España y mediante la construcción de un proyecto común de emancipación -no sin los otros- que las diversas demandas populares conseguirían su realización. Para ello, como dice Jacques Lacan, sería necesario “que el discurso del amo sea un poco menos primario y un poco menos tonto”, permitiendo arribar a que los que finalmente gobiernen hagan un uso un poco más lúcido, un mejor uso del poder. ¿Será posible construir otro tipo de identificaciones que no terminen en fenómenos de masas? ¿Será posible transmitir algo de todo esto a los partidos de izquierda comprometidos en este derrotero?
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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.