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Auschwitz y los alemanes, una cicatriz ética como seña de identidad
La memoria de Auschwitz es para los alemanes una especie de cicatriz ética que se ha convertido prácticamente en una seña de identidad que se renueva permanentemente con la exigencia de no olvidar lo ocurrido y de hacerlo todo para que algo así no vuelva a ocurrir.
Para muchos, Auschwitz, como símbolo del Holocausto, es hoy en día algo así como la raíz fundacional de la Alemania actual como emblema de todo lo que se le exige rechazar de su pasado, cuando se cumple este martes el setenta aniversario de su liberación.
Sin embargo, la confrontación con la memoria de Auschwitz ha tenido distintas fases en el desarrollo de la República Federal de Alemania y ha habido incluso quienes han reclamado el derecho al olvido.
Entre el fin de la guerra, en 1945, y la fundación de los dos Estados alemanes, en 1949, los aliados hicieron una campaña de reeducación (desnazificación) dirigida a minar los fundamentos intelectuales del nacionalsocialismo y hacer comprender a la población que la razón moral estaba del lado de los vencedores.
A esa fase pertenece el documental “Die Todesmühlen” (“Los molinos de la muerte”), estrenado en Múnich en 1946, en el que se muestran escenas de más de 300 campos de concentración en el momento de su liberación, cuando los soldados encontraron, como lo escribió el escritor Erich Kästner, “esqueletos supervivientes”.
La reacción ante esa película, como ante otras medidas de reeducación, fue una mezcla de estupor y horror, pero también de rechazo, que llevó a muchos a tratar de negar la realidad de lo ocurrido o, al menos, cualquier responsabilidad personal.
Al estupor generado por “Die Todesmühlen” siguió un período que abarcó en el oeste toda la década de 1950, coincidiendo con el principio del “milagro económico”, y que se caracterizó por un intento colectivo de olvidar todo lo que tuviera que ver con los crímenes de los nazis y con la guerra.
Comentando ese período, el escritor Ralph Giordano escribió en una ocasión que en los años cincuenta los alemanes se habían reconciliado con los asesinos.
Esa reconciliación se expresó incluso en una amnistía para funcionarios que durante el régimen nazi habían incurrido en crímenes relacionados con el cargo que ocupaban, así como en la presencia de antiguos nacionalsocialistas en cargos importantes de la política y en cátedras universitarias.
Mientras tanto, en la República Democrática Alemana (RDA) se contaba la historia del nacionalsocialismo como si sólo fuera culpa de la parte del país que después de la guerra quedó bajo influencia occidental, y se presentaba a Alemania del Este como una nación formada por antiguos combatientes antifascistas.
En los años 1060 y 1970, los crímenes de los nazis volvieron a la conciencia colectiva en parte gracias a dos procesos judiciales: el que se realizó en Jerusalén en 1961 a Adolf Eichmann y el llamado proceso de Auschwitz de 1965 contra seis personas acusadas de crímenes especialmente crueles en ese campo.
El horror del Holocausto determinó en buena parte la confrontación de la generación del 68 con sus padres, a los que pidió cuentas por lo que habían hecho o tolerado durante la guerra.
A esa actitud de denuncia de muchos jóvenes, y buena parte de los intelectuales, se opuso una postura defensiva de algunos conservadores como el legendario Franz Josef Strauss que llegó al extremo de reclamar el derecho a no oír hablar más de Auschwitz.
El acontecimiento más importante de los años 80, en el marco de la confrontación con el recuerdo, fue un discurso del presidente Richard von Weizsäcker que, el 8 de mayo de 1985, definió el día de la capitulación como día de la liberación.
Esa idea suscitó una polémica que continúa hasta hoy, ya que parte de la sociedad se niega a ver la derrota como una liberación
Tras la reunificación de Alemania, en 1990, se dio en círculos conservadores otra vez la tendencia a invitar al olvido de Auschwitz.
El caso más destacado fue el del escritor Martin Walser, que en su discurso de aceptación del Premio de la Paz de los Libreros Alemanes en 1998 habló de una instrumentalización del Holocausto y del uso del recuerdo de Auschwitz como arma moral arrojadiza contra los alemanes.
Las protestas que desató el discurso de Walser, y su retractación posterior, mostraron que la cicatriz sigue abierta.
“Hay heridas que nunca se cierran”, ha explicado el historiador Alwin Meyer, autor de un libro sobre supervivientes de Auschwitz.
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