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Franco no mató a Balmes: Documentos inéditos de 1936 acreditan el accidente
Su desaparición le vino muy bien, pero Franco no lo mató. Dos documentos inéditos del 16 y 17 de julio de 1936 pueden cerrar uno de los debates aún vivos sobre los preparativos del golpe contra la República, al acreditar que el general Balmes se pegó un tiro en una imprudencia con una pistola.
El funeral del gobernador militar de Las Palmas el 17 de julio de 1936 sirvió de coartada al entonces capitán general de Canarias, Francisco Franco, para desplazarse desde Tenerife a Gran Canaria, donde tenía que tomar el avión “Dragon Rapide” que habría de trasladarle África para liderar la rebelión del Ejército de Marruecos con la que comenzó la Guerra Civil española.
Algunos historiadores piensan que la desaparición del general Amado Balmes fue demasiado conveniente para los intereses de Franco para ser realmente accidental y también que resulta difícil de creer la explicación oficial de su muerte, por lo absurdo del accidente.
Según la versión mantenida durante la dictadura, el gobernador militar de Las Palmas se pegó un tiro en el vientre dos días antes de empezar la guerra mientras probaba de forma negligente una pistola, al apoyar el cañón contra su cuerpo para desencasquillarla.
El catedrático de Historia Ángel Viñas, especialista en la República, sostiene, en cambio, que Amado Balmes fue asesinado por orden de Franco, porque su muerte le dejaba “el camino expedito” para ponerse al frente del Ejército de Marruecos y tomar así una posición de privilegio entre los sublevados (tesis que defiende en el libro “La conspiración del general Franco”, 2012).
Sin embargo, ni de una versión ni de otra había pruebas documentales, más allá por lo sostenido por el franquismo.
El historiador Moisés Domínguez, premio “Arturo Barea” de 2006 por “Tiempo perdido. La Guerra Civil en Almendral, 1936-1939”, publica ahora “En busca del general Balmes”, un libro en el que aporta documentos inéditos sobre la muerte del gobernador de Las Palmas, como la declaración del único testigo de los hechos (fechada el 16 de julio de 1936) y la autopsia (datada un día más tarde).
Domínguez ha proporcionado a Efe copia de los dos documentos: la declaración del soldado Manuel Escudero, chófer de Balmes, el 16 de julio de 1936 ante el juez que instruyó los hechos y una reproducción expedida “el 21 de abril de 1936” (sic, se considera que puede ser de 1937) por el Juzgado de Instrucción del Distrito de Triana de Las Palmas de Gran Canaria de la autopsia de Balmes.
El único testigo de la muerte relata que Balmes había ido a La Isleta a probar unas pistolas. Tras haber disparado con dos, probó una tercera, que se “encasquilló en el último cartucho”.
“Entonces, empezó a manipular con dicha pistola para desencasquillarla, cuando de repente, en un falso movimiento, teniendo la pistola apoyada contra el cuerpo, se le disparó”, relata el soldado Escudero, en un documento dos días anterior a la sublevación, firmado horas después de la muerte de Balmes.
La autopsia, hasta ahora perdida, se encontraba en un archivo de las clases pasivas del Ejército en Madrid, entre los documentos del expediente de la pensión de Julia Alonso, la viuda de Balmes.
Ese informe médico fue emitido ante el juez el 17 de julio de 1937 por los forenses civiles Arturo García Domínguez y Rafael Ramírez Suárez, que examinaron el cuerpo junto con los médicos militares Fernando López Tomasety y José Sánchez Galindo.
El cadáver de Balmes, dicen, presentaba una herida “pequeña, redondeada, de cinco milímetros de diámetro, de fondo sucio, bordes contusos y obscuros, como quemados”, unos cuatro centímetros por debajo de las costillas, con una zona de piel alrededor de ese orificio “ennegrecida por la pólvora y el humo de un disparo”.
Los forenses determinan que la bala siguió una trayectoria “de delante atrás, de arriba abajo (...) y de izquierda a derecha” y que “la distancia a la que tuvo que producirse el disparo fue necesariamente corta, o a quemarropa, dado el tatuaje de la piel del orificio de entrada y el boquete con señales de quemadura de la guerrera que vestía el autopsiado”. En cambio, no aprecian en el cuerpo “ningún otro signo de violencia externa, ni signos de lucha”.
“Parece probable un disparo ocurrido al mismo sujeto, dada la pequeña distancia de quemarropa a que fue efectuado”, concluyen.
Domínguez considera que esos dos documentos corroboran que Balmes se mató al manejar la pistola de forma imprudente. Pero, además, su libro trata de rebatir el móvil del supuesto crimen: ¿Se eliminó al gobernador de Las Palmas por ser fiel a la República o por no estar de acuerdo con el golpe militar?
Testimonios recabados por Moisés Domínguez entre los colaboradores y familiares de Balmes apuntan en sentido contrario: el general era “monárquico y católico hasta las trancas” y también participaba de la conspiración que acabó derribando a la República; de hecho, según sus informaciones, las pistolas que probaba en sus últimas horas de vida iba a dárselas a un grupo de falangistas.
Por José María Rodríguez
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