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Jebel Mutawwak, el yacimiento prehistórico de los mil dólmenes
En la cima de Jebel Mutawwak (el monte cercado), situado en la provincia jordana de Zarqa, se hallan los restos de un gran poblado del año 3.250 a. C. en cuyo entorno se extiende una amplia necrópolis a lo largo de un valle de 12 kilómetros, que llegó a albergar 1.100 dólmenes.
“Esta es la concentración de dólmenes más significativa, porque se desarrolla por este valle y continua por el valle Hmeid”, asegura a Efe Juan Ramón Muñiz, actual director de la excavación tras la muerte en 2011 del profesor y arqueólogo Juan Fernández-Tresguerres, quien inició este proyecto en 1989.
Desde la planicie de la cumbre del monte, de intrincado acceso, se contemplan las enormes piedras que fueron arrebatadas a los grises roquedos que salpican toda la zona alrededor del actual pueblo de Quneya, situado a unos 60 kilómetros al norte de Ammán.
Son las sepulturas de quienes habitaron esta loma durante la primera época del Bronce Antiguo, hace ahora más de 5.000 años.
“Se trata de tumbas, pero no son simples tumbas, un dolmen es un hecho colectivo, puesto que se necesita un gran número de personas para alzar estas piedras, para poder hacer este monumento”, asegura Muñiz, que lamenta que su número se haya reducido drásticamente en los últimos años.
Tras permanecer inermes durante cinco milenios, casi como eternos testigos de aquellos antepasados, prácticamente la mitad de los dólmenes han sido abatidos o despedazados por los actuales habitantes de los entornos, para levantar terrazas de cultivo o abrir caminos rurales.
Desde 1996, cuando había 1.100 dólmenes, al menos 440 han sido demolidos, víctimas del desarrollo agrícola en la zona, donde sólo el poblado y una parte de sus alrededores cuenta con la protección especial de las autoridades, que compraron los terrenos.
En 27 años de campañas, la misión dirigida por Muñiz, a la que desde hace cuatro cursos se ha unido la Universidad italiana de Perugia, ha excavado más de 30 de esos dólmenes, además de zonas del poblado y la muralla que lo rodea.
“Sabemos que el dolmen es un enterramiento secundario donde se acumulan los huesos más significativos del difunto”, indica Muñiz antes de explicar que los muertos eran despojados de sus restos orgánicos en otro lugar y eran posteriormente depositados bajo tierra en el hueco dejado por las tres grandes piedras que suelen dar forma a los imponentes dólmenes.
En estos mausoleos, precisa, “se introducen los huesos largos y el cráneo. Como la tumba es secundaria se reutiliza en numerosas ocasiones y en un solo dolmen se pueden encontrar restos de cinco o seis personas”.
Junto a uno de estos monumentos funerarios, Muñiz explica como un camino descubierto recientemente prueba que “la necrópolis dolménica está directamente conectada con el poblado”.
Según comenta, esta es la primera vez que se ha documentado en la zona meridional del Levante Mediterráneo esta vinculación directa entre una población y su cementerio.
El poblado en torno al que se desarrolla la necrópolis ocupa trece hectáreas de terreno y tiene más de 300 “estructuras domésticas, que podríamos llamar casas ya, repartidas dentro de un área amurallada”.
Muñiz cuenta, que las más de 1.000 personas que llegaron a vivir en esta población del Bronce Antiguo, permanecieron en ella apenas 50 años y, cuando se fueron, dejaron las casas “cerradas con piedras y las puertas selladas, como si hubiese una intención de retornar en algún momento”.
Pero nunca lo hicieron, a pesar de que en sus hogares dejaron todas sus pertenencias, que permanecieron enterradas a lo largo de cinco milenios sin que nadie volviera a por ellas, hasta que esta misión arqueológica comenzó sus excavaciones.
Por qué se fueron de ahí de manera tan repentina y a dónde, continúa siendo un misterio, porque como explica el arqueólogo asturiano, “no hay huellas de destrucción ni de incendio”.
Las hipótesis, dice, giran de momento sobre un posible terremoto o un cambio en las condiciones en el entorno.
“Esto es muy interesante, porque (gracias) a la excavación y a los resultados obtenidos es como si pudiésemos ver una fotografía de un momento exacto en el que se desarrolla esa estructura social”, subraya el experto.
A través de los restos dejados atrás por aquel pueblo, continúa Muñiz, se puede ver como los habitantes de Jebel Mutawwaq “conservan costumbres” de la era anterior (el Calcolítico) como el enterramiento de niños en jarras dentro del área doméstica.
“Sin embargo, ya empiezan a aparecer elementos que se van a reforzar durante la Edad del Bronce”, como un importante “desarrollo social”, manifestado en la “intención colectiva de vivir juntos”.
Esto queda reflejado en la muralla que bordea el poblado y, sobre todo, en los dólmenes, prueba del ingente esfuerzo por construir algo en común. Jorge Fuentelsaz
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