Marcos M. Merino: “Los mineros saben que el poder no cede si no tiene miedo”
“Si luchamos como lo estamos haciendo podemos perder, pero si no luchamos ya estamos perdidos, compañeros”. Esa frase define el espíritu de ReMine: el último movimiento obrero, el documental sobre la huelga minera de 2012, realizado por Marcos M. Merino y Marta Fernández Crestelo. Sin entrevistas ni voz en off, la película narra lo que ocurrió en Asturias aquel verano en el que los mineros y su comunidad lucharon durante 65 días con encierros en dos pozos de Hunosa, cortes de carreteras, movilizaciones y la marcha a Madrid.
Seleccionada en 13 festivales durante el 2014, la película ha sido reconocida en cuatro de los cinco en los que participaba en una sección competitiva: Mejor Película de No Ficción en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, Mejor Documental en el Festival de la Memoria (Morelos, Méjico), Mención Especial del Jurado en BAFICI (Buenos Aires) y Premio del Público en Cineuropa (Santiago de Compostela) y aún tienen previstas más citas internacionales. Además, ha sido seleccionada para seis categorías en los premios Goya, entre ellas a la Mejor Dirección y Mejor Película. Tras proyecciones puntuales, la película podrá verse en cines a nivel nacional a partir del 16 de enero.
Marcos M. Merino acompañó a los mineros durante la huelga con su cámara y explica cómo fue todo el proceso de realización del documental.
¿Cuáles fueron sus apoyos económicos?
Con el dinero del libro #resistenciaminera pagamos los costes materiales inapelables del proceso de postproducción como el montaje o el etalonaje. El resto lo financiamos básicamente con nuestros recursos [los de Marta y los míos], lo que nos permitió dar un salto de calidad en la película, aspirar a un montaje cinematográfico y en condiciones. Con nuestros recursos y los del libro la presentamos en en el Festival de cine Independiente BAFICI y allí nos dieron una mención especial del jurado. Después le propusimos a la administración del Principado de Asturias que nos financiase una copia digital, que es la que se proyecta en los cines y un sonido 1.1 surround. También nos parecía interesante que saliera la bandera de Asturias en los créditos.
¿Y la Administración aceptó sin ejercer ninguna presión sobre el contenido del documental?
No habían visto la película y aceptaron sólo con la propuesta. Nos sorprendió también a nosotros, pero creo que es una cosa que nos distingue desde un punto de vista turístico: esto también es Asturias y el movimiento obrero forma parte. Pero fue una participación muy pequeña, menos de un 5% del presupuesto final de la película.
¿Volvió a Asturias con el objetivo concreto de hacer el documental?
Sí, sí. Marta y yo, trabajábamos en televisión y decidimos que queríamos un nuevo estilo de vida: hacer películas. Y la primera fue esta. Marta, a pesar de no ser asturiana, es una experta en el tema, concretamente de la revolución del 34. Tal y como está el asunto nos apetecía documentar esta cultura antes de que desaparezca. Dejamos el trabajo allí, negociamos un despido y nos trasladamos a Turón durante 8 meses para preproducir la película. Hicimos cerca de 150 entrevistas, sin grabar ni nada. Quedábamos con la gente a tomar un café y hablábamos de la situación de la cuenca. Con sindicalistas, políticos, universitarios, jóvenes y muchas personas. Poco después de hacer todo ese trabajo de documentación, estalló la protesta. Fue el mejor regalo, porque nosotros teníamos otro concepto de película, pero la huelga nos presentó un nuevo escenario. Estuve con ellos noche y día durante tres meses. Nos dimos cuenta de que la película no estaba en los hechos sino en las emociones de la gente de las cuencas, que es distinta a la de otros sitios.
¿Cómo fue la convivencia y la acogida por parte del colectivo? ¿Pudo grabarlo todo con libertad?
La película muestra una proximidad emocional que no se ha visto nunca. Están muy receptivos, muy abiertos, al final yo formaba parte como del mobiliario. Hay diálogos entre ellos y ahí está la cámara, pero nadie está pendiente de ella. Al principio era un forastero al que nadie conocía, ni siquiera los periodistas o los fotógrafos. Podrían haberme confundido con un policía perfectamente. Poco a poco, yendo todos los días a trabajar y publicando las cosas que estaban pasando con Javier Bauluz a través de Periodismo Humano, fui metiéndome en el grupo. El hacer la marcha a Madrid con ellos fue definitivo. Todo con paciencia y respeto.
¿Pasó miedo en algún momento documentando los cortes de carretera y los enfrentamientos con la policía?
Siempre eres un poco inconsciente de estas cosas cuando trabajas así, porque estás muy concentrado en lo que grabas. Ahí me ayudó mucho Javier [Bauluz] porque tiene mucha más experiencia que yo, que era un plumilla de informativos que escribía sobre economía. No había estado en conflictos y menos con una cámara. Me enseñó puntos de fuga o en dónde colocarme para evitar golpes, así que al final aprendí. Es un escenario relativamente previsible, se produce una secuencia parecida casi todos los días: cortan la carretera, viene la policía, etcétera.
Hay una parte que no siempre se visibiliza pero que sí se ha retratado en el documental y es la presencia de las mujeres en el movimiento. ¿Se merecen más reconocimiento de la lucha?
Teníamos clarísimo que teníamos que documentar esto, ya desde el proceso previo. Que teníamos que estar muy pendientes del grupo de las Mujeres del Carbón y así fue. Tenían que ser una parte fundamental de la historia.
A mitad de la marcha a Madrid nos avisaron de que se iban a juntar para organizarse. Se puede ver en el documental, había como 100 mujeres: mineras, esposas, hijas, hermanas o incluso vecinas. Es una gran lección, además, porque la mayoría de ellas son amas de casa sin experiencia en este tipo de cosas y en sólo tres horas de asamblea organizaron un calendario de movilizaciones. En dos días estaban delante del Parlamento del Principado unas 400 personas exigiendo soluciones al Gobierno. Son determinantes: es un matriarcado y la mujer representa un papel sin el que no sería posible el movimiento minero. Tanto organizado en la propia infraestructura como en las protestas. A día de hoy las Mujeres del Carbón siguen movilizándose y están en contacto con las de las otras cuencas como de León o Teruel, mientras que los mineros están más tranquilos, por ejemplo.
Ahora ha salido a la luz el escándalo de Fernández Villa pero ¿se veía descontento con los sindicatos ya desde la huelga del 2012 o todavía tenían esperanza en ellos?
Ahí hay una dualidad complicada de gestionar. Pero, al final, la minería y especialmente la pública tienen un rasgo que la distingue de cualquier otro sector y es que el 97% de los trabajadores están afiliados a un sindicato. Es casi un récord, teniendo en cuenta que en España la tasa de afiliación debe de ser de las más bajas de Europa. Ellos son críticos y conscientes de que hace falta una renovación, pero al final la unidad está siempre por encima de todo. Igual que pasa con la protesta: habrá mucha gente que quizás no la secunde, pero ahí nadie se atreve a romperla.
Los mineros de hoy son como el resto de la sociedad y ha cambiado mucho respecto a los mineros de los 90. Hay mucha gente joven y la información se maneja de otra manera, exigiendo otras cosas como transparencia, exactamente igual que el resto de la sociedad. Pero siempre con la seguridad de que si no están unidos y organizados no consiguen nada.
Es curioso porque el montaje se hizo más o menos un año antes de que se supiera lo de Villa, y aunque no es intervencionista, hay un plano en el que, cuando salen los encerrados, una de las hijas le pega un codazo a Villa para desplazarle. Y eso está montado adrede porque nos pareció muy representativo de esa necesidad de renovación dentro del SOMA.
Después de lo que vivió allí, ¿cree que el movimiento minero seguirá como hasta ahora o con la renovación generacional se hará más pacífico?
Es imposible que se convierta en una protesta de otro estilo. Estamos hablando de un movimiento centenario que se traslada de padres a hijos. Además, creo que es importante plantearse la supuesta violencia que emplean los mineros en la protesta ante la violencia colectiva que vivimos desde los poderes públicos y financieros. No creo que haya muchas cosas más violentas que un desahucio o una carga policial. Al final la violencia viene desde el punto de vista del que la padece. En este caso no hubo heridos en las protestas, había una distancia de seguridad entre policía y mineros… sería muy debatible lo que ocurre ahí. Y saben que el poder no cede si no tiene miedo y eso, desgraciadamente, se ha comprobado en muchas ocasiones.
Tras de los expedientes de regulación de empleo y los no cumplimientos de las promesas del plan del carbón, ¿seguirá la resistencia minera pese a las dificultades?
No creo que el futuro sea negativo para el carbón, pero sí para los mineros españoles. Después del accidente de Fukushima en Japón cambiaron muchas políticas energéticas en todo el mundo. Aunque no haya una política energética clara en la Unión Europea y mucho menos en España, donde no se sabe qué energía vamos a producir en el futuro y de dónde la vamos a sacar. Lo que pasa es que en la mezcla de energías que se consumen el carbón pesa más, pero es mucho más rentable traerlo de Colombia o de Sudáfrica que sacarlo aquí porque allí trabajan sin casi derechos laborales. Es la rentabilidad de unos pocos frente a la realidad de casi 90.000 familias que viven directa o indirectamente del carbón en España. Y es el único recurso energético que tenemos autóctono aparte de las energías limpias. Tampoco hay un debate medioambiental, que podría ser otra de las justificaciones, pero ese no es el argumento con el que se están cerrando las minas.
Otro detalle es que muchas de las grandes corporaciones mundiales como Citibank o Goldman Sachs, por ejemplo, están comprando minas de carbón en Latinoamérica. Cuando esta gente se mete en un sitio es porque va a haber una rentabilidad. Es un debate como sociedad que tenemos pendiente: como con otras industrias alentamos las malas condiciones de los otros para “estar más calentitos” nosotros. Además de destruir las cuencas mineras, que son muy importantes en la historia de nuestro país y no se merecen que las dejen así.
¿Esperaban un éxito como el que está teniendo la película en festivales internacionales o los Goya?
No, no podíamos prever esto. Lo hemos hecho lo mejor que sabemos y hemos trabajado muchísimo en estos tres años con la intención de que la película llegara a la mayor cantidad de gente posible. Al final es casi un ser vivo: tú la muestras y empieza a tener vida propia. También depende de la comunicación que se establezca con los festivales, los programadores y los espectadores. Como estrategia no hicimos el estreno en España o en Asturias sino que preferimos mostrarlo fuera y si las cosas iban bien, traerlo aquí. Primero se proyectó en seis países de Latinoamérica, después vino a España y se llevó el premio en el Festival de Cine Independiente de Sevilla, que es uno de los más importantes del país.
La respuesta del público también ha sido muy positiva, ¿no?
Lo que ha ocurrido es genial. Está protagonizada por muchos personajes individuales que entran y salen pero al final forman un colectivo. Esta gente, tanto ellos como los vecinos de las cuencas, se ha sentido muy identificada y muy orgullosa. La primera sorpresa fue cuando se proyectó en el Niemeyer y fueron más de 1.000 personas a verla, se acabaron las entradas. Alrededor de 3.000 espectadores han ido a verla en las cuencas y lleva tres semanas en cartel en Mieres y en Langreo. El preestreno que allí fue muy emotivo, hubo muchas lágrimas porque la película es dolorosa pero el público se identifica con lo que ve y las emociones le parecen muy precisas. Como documentalista es el mejor regalo. Están yendo al cine personas que no iban desde hace 20 años. Nos contaban que en Mieres y en Langreo algunos llegaban al cine y buscaban a los acomodadores, que hace años que ya no trabajan. También creemos que la película ganará valor con el paso del tiempo y que posiblemente dentro de cinco años tenga más sentido incluso.
El subtítulo del documental, El último movimiento obrero, no parece muy alentador. ¿Será el último o contribuirá ReMine despertar la conciencia de otros colectivos?El último movimiento obrero,ReMine
Sí, era una idea que teníamos con la película: el mostrar esa cultura para que la gente empatice, agitar al espectador además de documentar lo que pasa en las cuencas. No se muestran buenos y malos en la película, ni el gobierno de turno, ni sindicatos… no hay ningún malo claro, sino que al final es un compendio de emociones. Pero en general, menos en Asturias que se ve desde una perspectiva más dolorosa, desde fuera crea ese sentimiento de esperanza. Todos nos sabemos la lección de que juntos somos más fuertes pero si lo ves delante de ti durante un buen rato, te marca. Lo que pasa es que tenemos una sociedad que está como está y no podemos cambiar el mundo con una película. Pero hay que recordar que gracias sus luchas y las de sus colegas franceses o ingleses se consiguió el Estado de bienestar que disfrutamos y que ahora se está perdiendo. No conviene olvidar esto.