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'Zero Dark Thirty' y el mito de que la tortura funciona

En 'Zero Dark Thirty', la agente de la CIA Maya examina de forma obsesiva cintas de interrogatorios.

Iñigo Sáenz de Ugarte

En el comienzo de 'Zero Dark Thirty' ('La noche más oscura'), no es una imagen la que golpea de lleno al espectador, sino un audio: el sonido real de las llamadas telefónicas que hicieron a sus familiares o amigos algunos de los pasajeros de los aviones convertidos el 11S en misiles por Al Qaeda. La directora, Kathryn Bigelow, y el guionista, Mark Boal, elevan la apuesta y trasladan la acción, o mejor dicho la inician, en una de esas prisiones secretas en las que agentes de la CIA torturan a los sospechosos de pertenecer a la organización de Bin Laden para extraerles al precio que sea una pista sobre el paradero de su líder.

La relación causa-efecto es discutible. La directora nunca ha hecho una declaración en la que justifique la violación de derechos humanos. Siempre se acepta que por razones narrativas los cineastas alteren algunos hechos ocurridos para condensar toda una historia en el metraje de rigor. Pero lo cierto que antes de todo eso la película arranca con un rótulo sobre fondo blanco: “Basada en el relato de testigos presenciales”.

La película que el viernes se estrena en España es una de las favoritas para los próximos Oscar, premio que ya recibió Bigelow por 'The Hurt Locker', también escrita por Boal. Muy pronto, ha levantado la polémica por su apoyo implícito de la tortura.

Al principio, justo antes del estreno, sólo unos pocos suscribieron la tesis según la cual 'Zero Dark Thirty' hace ver que la información arrancada bajo tortura fue clave para capturar a Bin Laden. Después, varios de los periodistas que con más intensidad han investigado los excesos de la “Guerra contra el Terror” señalaron que para ellos no cabía duda de que Bigelow estaba aportando un relato inmoral o manipulado de la operación.

Algunos lo han visto como un ejemplo de cómo la ficción puede dejar patente algo que mucha gente se niega a aceptar en la realidad, es decir, que EEUU utilizó la tortura en la guerra contra Al Qaeda, al igual que lo han hecho los regímenes totalitarios a lo largo de la historia. Sin embargo, la mayoría de los críticos no lo ve así. Creen que lo que hacen Bigelow y Boal no es denunciar, sino legitimar la tortura como respuesta inevitable ante el horror del 11S.

“Lo que es más irritante de 'Zero Dark Thirty” –escribe en The New Yorker Jane Mayer– no es que cuente una historia difícil, sino que la distorsione. Además de eliminar el debate moral que se produjo sobre el programa de interrogatorios durante los años de Bush, la película parece aceptar sin dudarlo que las “técnicas de interrogatorio intensificado” (el eufemismo oficial de la época) jugaron un papel clave para permitir a la agencia identificar al correo que sin saberlo les llevó hasta Bin Laden“.

Cuando habla del “debate moral”, Mayer se refiere por ejemplo a la actuación del FBI. Uno de sus agentes que presenció los primeros interrogatorios dejó claro desde el principio que eso era ilegal y el FBI no quiso saber nada más de esas investigaciones, que por otro lado nunca podían ser aceptadas por un tribunal.

Los enfrentamientos entre representantes de distintas agencias son casi un clásico en las películas de acción norteamericanas. No en este caso. Bigelow prefiere fiarlo todo a la protagonista, Maya, inspirada en una agente de la CIA cuyo nombre real no puede salir a la luz e interpretada por Jessica Chastain. Cuando asiste por primera vez a una sesión de tortura, su reacción inicial es de rechazo ante lo que ve. Luego se muestra cómplice de lo que está pasando y al final sólo indiferente. Ha sido absorbida por una maquinaria en la que todo vale con tal de obtener la pista que permita a un equipo de los SEAL ejecutar la misión. Inevitablemente, el espectador asume el papel protagonista de Chastain –cuya actuación ha sido en general muy elogiada–, ve la historia a través de sus ojos y desea que la misión se corone con el éxito.

Muchos espectadores desearán que los agentes de la CIA hagan todo lo que sea necesario para cumplir la orden de su jefe: “Traedme alguien al que matar”, dice. Los métodos son secundarios.

En su momento, Bigelow dijo que la película tendría “un punto de vista casi periodístico”. Para conseguirlo, tuvo un gran acceso a agentes de la CIA para conocer información que no se había difundido al público. Sus privilegios fueron tantos que los republicanos temieron antes de las elecciones que se estaba preparando una hagiografía de Obama. Con la película ya rodada y montada, Bigelow insistió en que se había guiado por los hechos: “Sentí que teníamos la responsabilidad de ser fieles al material”.

Al intensificarse la polémica, tanto ella como el guionista plegaron velas: “Es sólo una película, no un documental, dijo Boal”.

Según el periodista Peter Bergen, que pronto publicará un libro sobre la caza de Bin Laden, el hombre que dio lo que sería la primera pista sobre el correo de Bin Laden fue Mohamed Al-Qahtani en un interrogatorio en Guantánamo a manos de la CIA. Es posible que fuera torturado pero un hecho indudable es que pasaron ocho años desde ese interrogatorio hasta que Bin Laden fue encontrado y eliminado.

No es sólo una disputa entre dos cineastas y un grupo de defensores de los derechos humanos. El director de la CIA –en funciones desde la dimisión de David Petraeus– tomó la muy poco habitual decisión de responder a la película con un comunicado. “La película crea la impresión de que los técnicas de interrogatorio ampliado (...) fueron la clave para encontrar a Bin Laden. Esa impresión es falsa”, dijo Michael Morell.

Aún más directos y críticos fueron tres congresistas, entre ellos el senador republicano John McCain, que fue torturado durante la guerra de Vietnam. Por su conocimiento de la descripción oficial de la operación por la CIA a la que sólo algunos congresistas han tenido acceso, niegan la premisa de la película. El uso de la tortura en la lucha contra Al Qaeda “ha hecho un daño considerable a los valores y la posición de EEUU que no puede ser justificado ni ignorado”. Su veredicto es rotundo: “No podemos permitir volver a esos tiempos oscuros, y con el estreno de 'Zero Dark Thirty' los cineastas y el estudio están perpetuando el mito de que la tortura funciona”.

Los críticos de cine de The New York Times y The New Yorker han elogiado la película. La consideran una obra fría e implacable, y hecha con pocas concesiones a cuestiones morales. El cineasta Alex Gibney –Oscar al mejor documental por 'Taxi to the Dark Side'– alaba sus virtudes estéticas (“una obra de arte estilística”), pero la condena desde el punto de vista narrativo. “Ninguno de los protagonistas de la película cuestiona la eficacia de la tortura o sus efectos corruptores”, escribe Gibney.

Lo peor es que la película no transmite la idea de que la tortura es una herramienta muy poco fiable para arrancar concesiones. Al final, el preso cuenta al interrogador lo que quiere escuchar para poner fin al dolor, no lo que ha ocurrido, y, aunque parezca difícil de creer, los hay que resisten la tortura o consiguen engañar a sus captores.

Khalid Sheikh Mohamed (KSM) sufrió 183 veces la tortura del 'waterboarding', pero no dio la pista definitiva sobre el escondite de Bin Laden. KSM llegó a decir que Abu Ahmed al-Kuwaiti –el correo que permitió localizar a Bin Laden en la ciudad paquistaní de Abbottabad– no era en realidad un personaje tan importante dentro de Al Qaeda. Abú Zubaydah pasó 83 veces por el tormento del 'waterboarding'. En realidad, dio la información más valiosa en un interrogatorio anterior (sin torturas) realizado por un agente del FBI.

La historia que se cuenta en 'Zero Dark Thirty' es muy diferente.

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