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Un arqueólogo eleva el origen de la escritura tartesia al arte prehistórico
La escritura tartesia tiene su origen en el arte prehistórico de la Península Ibérica, con la que comparte más de cuarenta signos, la práctica totalidad de su alfabeto, según las investigaciones de Pablo José Ramírez, arqueólogo e investigador de la Universidad de Sevilla.
Ramírez, que ha dedicado ocho años a estudiar hasta trescientas referencias arqueológicas, ha explicado a Efe que ha comparado el alfabeto tartesio -reflejado en la totalidad de las estelas conocidas y documentadas- con símbolos prehistóricos que van desde el neolítico antiguo hasta el final de la Edad del Bronce.
Eso supone una antigüedad de los signos tartesios -cuya cultura es de hace algo más de dos milenios y medio- de hasta entre 5.000 y 6.000 años.
Entre las aportaciones de Ramírez figura que un signo que los lingüistas que han estudiado la escritura tartesia identificaban como la letra griega “phi” es en realidad un símbolo prehistórico con forma de círculo cortado por una barra -esquemáticamente equivaldría a un cuerpo humano sin cabeza ni piernas con los brazos en jarras-.
Otras manifestaciones simbólicas como la representación del sol, la rueda, las estrellas, el motivo en zigzag y figuras con forma de escalera se encuentran tanto en el arte prehistórico como en los epígrafes escritos de las estelas tartesias, según Ramírez, algunas de cuyas investigaciones han sido supervisadas por el también arqueólogo Oswaldo Arteaga.
El alfabeto tartesio y la consiguiente escritura fonética -la más antigua de la Península- está documentado e identificado por lingüistas desde hace casi dos siglos, si bien atribuían sus letras al alfabeto griego o fenicio, pero según la investigación de Ramírez son signos heredados de los símbolos prehistóricos de la Península Ibérica.
Otro signo del que el arqueólogo ha encontrado múltiples referencias históricas es el símbolo “bitriangular femenino” -la misma forma que un reloj de arena- que se puede reproducir con una o dos rayas a modo de brazo o brazos o dos puntos en cada uno de los extremos, modalidades que Ramírez ha localizado en numerosos casos de simbología prehistórica.
“Justo cuando desaparece el arte esquemático de la prehistoria surge la primera escritura fonética”, ha recordado el arqueólogo para significar que la importancia de su hallazgo estriba en que la escritura tartesia sigue utilizando los símbolos prehistóricos pero no ya como dibujos con carga simbólica sino como signos de un alfabeto.
El lenguaje tartesio, ha recordado el arqueólogo, es semisilábico, o sea posee sílabas, consonantes y vocales, lo que le otorga mayor complejidad que el fenicio, que es alfabético.
Ramírez ha analizado para su estudio el arte rupestre de Andalucía, Extremadura, el sur de Castilla La Mancha, Murcia y el sur de Portugal, junto con las publicaciones científicas de prehistoriadores como Henri Breuil, Pilar Acosta, Primitiva Bueno, Pedro Cantalejo, Julián Martínez, Ripoll Perelló o José Luis Sanchidrián, entre otros especialistas en imaginería prehistórica.
Su estudio incluye una revisión de los lingüistas principales de la escritura tartesia, Jürgen Untermann, Jesús Rodríguez Ramos, Manuel Gómez Moreno, Javier De Hoz y José Antonio Correa, quienes consideran que la escritura tartesia es una escritura local con aportes orientalizantes fenicios y griegos.
Según Ramírez, en culturas de China, Caldea, Egipto o en el noroeste de la India, los ideogramas o símbolos prehistóricos fueron la base para la creación de un “código escrito” o escritura fonética.
“Los ideogramas prehistóricos locales fueron la base de diversas comunidades idiomáticas para desarrollar sus propias escrituras fonéticas, y éste es el mismo modelo de la Península Ibérica”, ha explicado.
El arte esquemático se desarrolló desde el Neolítico hasta la Edad del Bronce, con algunos sustratos en la Edad del Hierro, momento en que surge la escritura tartesia en el suroeste de la Península Ibérica, coincidiendo con la intensificación del comercio de los tartesios con los fenicios y los griegos en el Mediterráneo y en la costa atlántica.
Por Alfredo Valenzuela