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El público de ARCO: un invitado olvidado del festín por el que paga

Un niño mira un plano de la feria en ARCO 2015. / ARCO

J.M. Costa

Estamos en febrero y llega ARCO, con la ambigua regularidad de las estaciones. En realidad ARCO, de tan tradicional muestra esos síntomas de ritual no muy deseado, de comida de empresa navideña, de aquello que cada año enfrentas con cierto horror pero tal vez echarías de menos si no estuviera ahí.

Esta es su 35 edición y se celebra un poco, no se sabe muy bien por qué y sin mucha alharaca. Es cierto que la 35 parece una efemérides menos gratuita que la 37, aunque por ahí le anda. Pero alguna excusa hay que encontrar para lanzar algún fuego de artificio. Como la no demasiado emocionante extensión de ARCO a Lisboa, que tampoco se caracteriza por ser un gran mercado del arte y que según las malas lenguas debería haber sido una expansión hacia Iberoamérica que se ha quedado en el puerto a la espera de mejores vientos.

Este aire de déjà vu no viene de que galeristas y artistas (aquí el orden debe ser este) no hagan sus deberes. En lo absoluto. La mayor parte de los stands estarán bien montados y muchos artistas darán lo mejor de sí mismos para tan magna cita. Pero es que incluso sabemos ya el final, porque siempre ha sido el mismo. La eterna nota de prensa suele rezar con algo como: bien de ventas, podría haber ido algo mejor pero no nos quejamos, y el nivel medio era alto.

ARCO es raro porque se trata de una feria semiprofesional. No lo es totalmente como Expodental, donde la gente no va a sacarse las muelas sino los dentistas a ver qué aparatos hay para sacarlas. Ni tampoco es una Fitur, especie de parque de atracciones donde el visitante puede comer en muchos stands, llevarse mil prospectos e incluso reservar un viaje en un ataque romántico.

En realidad, ARCO es como es porque la profesionalidad en el mundo del arte solo se percibe en un lado: el de los susodichos galeristas y en cierta medida los artistas, aunque en su mayoría estos no vivan de sus ventas. A ellos puede sumársele un contingente de responsables de museos, publicistas, comisarios o críticos.

Su contraparte no es exactamente profesional, pero tampoco es público miserere. El coleccionista de arte, ese extraordinario y casi mítico aficionado, constituye una especie siempre escasa. En España, muy escasa. Si ARCO fuera plenamente profesional, con dos días de feria estaría resuelto el tema. Entre coleccionistas nacionales y extranjeros, comisarios, directores de museos e instituciones, otros profesionales del arte contemporáneo y potenciales compradores (descripción de ARCO) no son más de 1.000 personas.

De hecho, los dos primeros días de ARCO son de entrada restringida para quien puede hacerse con algún tipo de acreditación o invitación. Los otros tres días se vacía de profesionales y se llena una muchedumbre inespecífica a la cual, tal y como están las cosas, no se dirige la feria.

Lo mejor de cada casa

El público de ARCO es en sí mismo un concepto curioso. No se le tiene tanto miedo como en algunos restringidos cenáculos de las vanguardias académicas, pero no es tan bienvenido como en una obra teatral. El público le viene económicamente bien a la feria y solo de manera indirecta a los galeristas. Son 100.000 almas que pagan su entrada (de 200.000 en 2004) sin cuya presencia el coste de los stands resultaría imposible y no se podría invitar a diestro y siniestro.

El precio de la entrada (40-30 euros) supone casi tres cuartas partes del presupuesto (4,5 millones de euros) pero a quien la paga no se le hace mucho caso. Es cierto que el público de ARCO no compra mucho, más bien mira y rara vez pregunta. Y que los galeristas, encadenados al duro banco, se aburren esos tres días mientras el resto del mundillo se distribuye por un Madrid lleno de posibilidades. Desde el mayor esnobismo hasta lo realmente excitante.

Este muy notorio y necesario pero prácticamente desatendido público de ARCO constituye una demografía muy diversa que se comporta de forma peculiar. De las 100.000 personas que visitan la feria, una cantidad infinitesimal habrá pisado alguna vez una de las más de 200 galerías aquí representadas y cuya entrada es gratuita.

La primera reacción, lo primero que se palpa, es una especie de resignación. Un “¡esto es así!, ¿qué le vamos a hacer?”. Pero si se piensa dos veces, igual el público de ARCO es un modelo de sensatez práctica. El servicio que ofrece ARCO es juntar todas esas galerías que sí, son de entrada gratuita, pero tienen un ambiente gélido, más aún si no se piensa comprar nada. Y eso que los galeristas suelen ser amables, seguramente más que los dependientes de una joyería de postín si un estudiante mochilero entrara pretendiendo echar una ojeada a las esmeraldas.

En suma, haciendo uso de una apreciable lógica, el público de ARCO decide ver en un día y con alguna pequeña distracción colateral como bares, libros, revistas y (contados) eventos, lo que le costaría bastante más tiempo en un ambiente mucho menos relajado. Confiando, también de manera racional, en que los galeristas llevarán a ARCO lo mejor de que dispongan. Al fin y a la postre, una galería no deja de ser una tienda de lujo, aquí están todas juntas y no hace falta llamar a un timbre.

Desde que nació, ARCO ha tenido algo de vagamente informativo. En el curso del tiempo se han visto allí cosas realmente formidables. Stands que traían perspectivas verdaderamente nuevas y poco vistas, galerías como centros de la excitación que congregaban nuevas generaciones de artistas… Pero, como suele pasar, la excitación se agota con el tiempo. Cuando eso sucede, la animación se lleva puesta y en ARCO es posible quedar, charlar un rato, hojear algún suplemento cultural, repasar las fotos, esas cosas.

Siempre ha habido una muy amplia y viva sección de revistas y editoriales que ha ido adelgazando de forma alarmante debido a la crisis. Una pena, porque cualquier suscripción o libro suele ser asequible para un público que, evidentemente, está interesado. El personal tampoco va a ARCO a correrse una juerga, sino a ver lo que hay, a enterarse un poco. Poco, porque información no suele haber demasiada. Ni tampoco mayor contextualización, como si puede suceder en un Museo o en un Centro de Arte. A cambio, la oferta es más diversa y en cierta forma colorista.

En puridad e hilando fino, sí que hay algo de información y contextualización. Mesas redondas en o en torno a ARCO. Las hay que pueden degenerar casi en una involuntaria performance porque alguno de los panelistas recurre a cierta estridencia, como recientemente la fundadora Juana de Aizpuru en el Círculo de BBAA. Pero es que esas mesas, que reinciden con machaconería en temas como el coleccionismo, tampoco suelen suponer mucho más que poder saludar a viejos conocidos. Los charlantes se repiten. Mucho. En realidad la mayor parte de estas mesas parecen excusas para invitar a gente que conviene que esté en ARCO. Puede que normal, pero de cuestionable interés general.

33 galerías y bajando

Hay algo también muy extraño. En vez del tradicional país invitado y sin pensar con maldad que ya deben haber sido invitados casi todos los países con producción de arte contemporáneo, esta ARCO 35 se celebra con una exposición ad-hoc. Su nombre es Imaginando otros mundos.

La verdad, no es fácil encontrar un hilo conductor o explicarse una razón intelectual para las invitaciones, 32 extranjeras y una española (Juana de Aizpuru). Por fortuna Luis Eduardo Cortés, presidente de IFEMA explicó el por qué de la forma más cándida: “ARCO contará así con 33 importantes galerías que alguna vez estuvieron en la feria y que por diferentes razones la dejaron”.

Con semejante objetivo el espectador es probable que no saque demasiado en claro. ARCO 35 es otro atractivo de consumo interno. Por cierto, parece bastante increíble que de las anunciadas 35 galerías para ARCO 35 se haya pasado a 33. Estamos en Madrid y 33 pertenece al fondo de modismos chulescos de la capital, pero eso no justifica del todo que se hayan caído dos y no hayan podido ser sustituidas.

Hay cosas que merece la pena ver, como el espacio diseñado por Izaskun Chinchilla Architects de concepto medio-ambiental pero que, por desgracia y al ser la Sala VIP, el público de ARCO solo podrá observar desde la puerta. Como tampoco tiene nada que ver con los visitantes el 20% de esos 4,5 millones de euros de presupuesto que se utiliza para invitar a 250 coleccionistas de 33 países y a 150 directores de los eventos artísticos más destacados.

Ya veremos si compran o no, pero igual el mundo del arte debería pensar más en muchos compradores de arte potenciales que en un puñado de coleccionistas invitados a mesa y mantel. No obstante hay alguna cosa en principio interesante y abierta, como los tradicionales Solo Projects, la extensión de ARCO a la ciudad que comisaría Javier Hontoria o el hecho de que la presencia latino-americana tenga como motivo el humor. También habrá fiestas, cenas y recorridos. Entre las primeras algunas que se anuncian de alto postín y otras más canallas. No es por hacer demagogia, pero el público de ARCO tampoco cabe en ellas.

Tal vez ARCO sobreviva porque supone el único aunque tenue nexo de unión entre la gente interesada y curiosa y el mercado del arte. En principio no hay demasiado que reprocharle. Una feria es una feria. Que ARCO muestre tan a las claras la dicotomía entre el mercado del arte y el aficionado al arte es algo que cabía esperar. Pero que el público de ARCO, quien de verdad sostiene la feria, sea un convidado de piedra al festín que él mismo paga, no deja de ser algo casi perverso.

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