Carl Andre está en el Reina Sofía pero ¿dónde está Ana Mendieta?
La agenda cultural de una ciudad a veces produce extrañas rimas. Mientras el Museo Reina Sofía inaugura orgulloso la primera gran retrospectiva del escultor minimal Carl Andre, unos metros más arriba, en el CaixaForum, las asociaciones MAV (Mujeres en las Artes Visuales) y Clásicas y Modernas comenzaban una ronda de conferencias tituladas Ni ellas musas, ni ellos genios, donde se indaga sobre cómo la vida en pareja de artistas e intelectuales puede subvertir formas tradicionales de convivencia.
Podríamos decir que el trayecto entre esos dos centros coincide en un espacio vacío marcado por la ausencia de una mujer y por la repetitiva presencia de un hombre, Carl Andre, quien ya expuso sus obras en el Palacio de Cristal el 12 de febrero de 1988, justo un día después de ser declarado inocente de la muerte de su esposa, la artista de origen cubano Ana Mendieta, quien previamente había comentado a una amiga: “Carl cree que nuestra relación es como la de Diego y Frida. ¿Te puedes imaginar a alguien con un ego más grande?”.
Pero saltemos unos años atrás, a la madrugada del 8 de septiembre de 1985 cuando, tras nueve meses de matrimonio, Ana Mendieta encontró la muerte tras caer de una ventana a los 36 años de edad. El escritor y guionista Robert Katz reconstruye milimétricamente esa noche en su novela de no ficción Naked by the window (Atlantic Monthly Press), donde se narra cómo el portero de la finca oyó a una mujer implorando y gritando “no” cuatro segundos antes de oír el golpe del cuerpo contra uno de los techos de las tiendas de comida de la calle Mercer de Nueva York.
Se relata la frialdad de reacción de Andre, quien en su declaración oral a la policía expuso que habían tenido una discusión: “Soy un artista muy famoso y ella no lo era. Quizás eso le pudo y en ese sentido, quizás yo pude haberla matado”. Se habla de las contradicciones temporales a las que recurrió y de un arañazo en la nariz y el brazo de Carl Andre que nadie pudo verificar si había sido causado por un accidente doméstico.
Si bien todas esas pruebas eran fácilmente desmontables, algo que quedó claro durante los tres años que separaron la noche de la muerte de Ana Mendieta de la celebración del juicio fue el funcionamiento del mundo del arte que, sin expresar ningún tipo de dudas, decidió cerrar filas alrededor de Andre.
El primero fue Frank Stella, quien desembolsó una gran suma para sacar al artista de la cárcel. Llegada la hora del juicio, el arte también jugó un papel importante porque sirvió para que el abogado de Andre intentara minar la imagen de la salud mental de Ana Mendieta y justificar su caída como un suicidio.
Con este propósito, se habló de sus amistades homosexuales, de su afición por el vudú (en realidad, santería afrocubana) e incluso se vinculó la muerte con sus famosas siluetas cuando el abogado preguntó a una íntima amiga de la artista: “¿Sabía usted que una gran parte de la obra de Mendieta trataba de su cuerpo ”impactando“ contra la tierra muchas veces bañada en sangre? ¿Estaba Ana interesada en casar el cuerpo humano con la tierra?”. Andre, generalmente en contra de las interpretaciones ramplonas del arte, se mantenía en silencio.
Una artista con contexto
Una artista con contextoEsta insistencia en relacionar gran parte del trabajo de Mendieta con unas supuestas tendencias suicidas es quizá uno de los aspectos más importantes para entender cómo ha sido tratada su figura dentro del mundo del arte. La artista e investigadora María Ruido, que publicó un libro sobre Mendieta en 2002, afirma que ésta es una de las claves fundamentales a través de las cuales se ha interpretado tradicionalmente a la artista cubana.
La vida de Ana Mendieta, exiliada junto a su hermana en Estados Unidos desde los 12 años y alejada de sus padres durante una larga temporada, no tiene, según Ruido, un papel determinante en su obra, como gran parte de la crítica se ha empeñado en transmitir. Su trabajo “no es ni folclórico, ni improvisado, ni autocompasivo, sino políticamente articulado y altamente vinculado con las prácticas artísticas de su tiempo”, como eran el land art, el body art y el arte feminista. Añadiendo que “casi todo lo que se ha escrito sobre su trabajo es posterior a su muerte, por lo que se trata de meras interpretaciones, en las que claramente interviene el hecho de que era mujer, que era una latina en Estados Unidos y que la situación política con Cuba en aquella época era la que era”.
En su libro, Ruido habla precisamente de todas las interpretaciones esencialistas y mistificadoras que se han hecho de la obra de Mendieta, apoyándose en las lecturas más superficiales, coloniales y occidentales de su trabajo que, si bien era visceral, cercano a la naturaleza y a la figura de la mujer y utilizaba simbologías relacionadas con la santería, iba mucho más allá de todos estos elementos. “Ana Mendieta era una mujer muy consciente de lo que estaba pasando en su época, una persona absolutamente informada, y su trabajo no es un trabajo visceral y salvaje sin contexto. Ella misma contaba que su relación con la tierra y con la ritualidad era también una reivindicación a favor de Cuba, una reivindicación política”.
También considera que una perfomance clave de Mendieta para desmontar toda la mitología que existe en torno al trabajo de esta artista es Untitled (Rape Scene), donde ella aparece atada sobre una mesa, ensangrentada y con las bragas bajadas. “Aquí Mendieta utiliza la sangre y utiliza su cuerpo, pero lo que está denunciando es una violación en el campus de la Universidad de Iowa [donde ella también estudiaba] desde una perspectiva absolutamente feminista. Hay que entender cómo era el feminismo en aquellos años, un momento en el que la confrontación con la corporeidad era muy fuerte, y luego, que Ana Mendieta estaba absolutamente implicada en su época. Las lecturas que se hacen de su trabajo son lecturas completamente sesgadas, básicamente por el sexismo y por el etnocentrismo”.
Mendieta reivindicada
Mendieta reivindicadaLa figura de Ana Mendieta se ha mantenido viva desde su muerte a mediados de los 80 hasta la actualidad, muy especialmente en Estados Unidos a través de obras de arte, performances y manifestaciones. Muestra de ello son los vídeos “Conspiracy of silence”, una pieza breve que Lynn Hershman-Leeson realizó poco después del juicio a Carl Andre analizando el cierre de filas del mundo del arte en torno al artista minimalista, o el biográfico “Ana Mendieta: Fuego de tierra”, de Kate Horsfield y Nereida García-Ferraz, donde la familia de la artista explica su negativa a considerar su muerte como un suicidio.
Junto a libros y catálogos, la protesta ha sido otra de las formas de recordar a Ana Mendieta: la inauguración de la exposición de Carl Andre en el Museo Guggenheim en 1992 fue recibida por una manifestación de más de quinientas personas, de las que un pequeño grupo intentó cubrir las obras de la sala con fotocopias de las obras de Mendieta.
En los últimos años, las protestas se han centrado en la organización para el fomento de las artes Dia Art Foundation, principal colaboradora de la exposición del Reina Sofía y que, fundada con el dinero del emporio petrolífero Schlumberger, custodia las obras de Andre.
Las puertas de sus distintos centros han vivido protestas, como las del grupo performance No Wave Taske Force, quien el año pasado esparció sangre, leyó poemas y desenrolló una gran pancarta en la que ponía “Ojalá Ana estuviera viva” durante una conferencia relativa a la gran exposición que hoy visita Madrid. En marzo de este año y en otra de las sedes de Dia, la artista y poeta Jennifer Tamayo convocó a quince artistas y activistas feministas a llorar entre las obras de Carl Andre en un lamento por la vida de Mendieta construido como una interrupción sentimental del espacio minimal y vacío de sus obras.
La ausencia de cuestionamiento sobre las circunstancias que rodearon la muerte de Mendieta se hace patente incluso en las retrospectivas que se han hecho sobre ella, lo que hace pensar que, efectivamente, a nadie dentro de las instituciones le interesa remover el asunto. “Pero hay que recordar –como apunta Ruido– que el silencio también es cómplice”. ¿Qué ocurriría si algo como lo que pasó entre Mendieta y Andre tuviera lugar hoy día?
Ruido quiere pensar que la respuesta del mundo artístico sería muy diferente, aunque por otro lado, recuerda otros casos similares que han ocurrido a lo largo de la historia, como por ejemplo el de Auguste Rodin y Camille Claudel (a quien no mataron pero sí encerraron en un manicomio) o el de Jackson Pollock y Lee Krasner (a ella apenas se la conoce, constituyendo una especie de muerte simbólica, pero una muerte al fin y al cabo). “Esto no ha cambiado demasiado. El relato de lo que significa ser artista sigue siendo patriarcal y sigue respondiendo a unos códigos donde las mujeres no salen en la foto. Y no se trata de hacer una historiografía paralela sólo de mujeres artistas, sino de destruir el marco en el que se construye la historia del arte”.