Fortunato Depero, un futurista en la calle
Lo de futurismo tiene un sentido literal y un sentido histórico artístico. La palabra habla de un hoy que mira el mañana, no como una continuación de lo que llega del pasado (Passatismo), sino como la ruptura hacia una nueva era. Y de cómo las artes debían ser un motor de ese cambio radical. Los futuristas italianos, y con ellos Fortunato Depero, fueron los primeros en proclamarlo a los cuatro vientos.
Depero quizá no sea el más conocido del grupo de artistas italianos que echaron a andar allá por 1909, cuando Marinetti lanzó (en París) su Manifiesto Futurista. Balla, Boccioni, Russolo, Carra o incluso Severini tienen mucha mayor presencia museística y bibliográfica. Pero, significativamente, una obra de Depero se ha demostrado como la más difundida, persistente y popular de todo el futurismo: el botellín de Campari Soda.
Depero Futurista, la gran exposición que le dedica la Fundación March hasta el 18 de enero de 2015, está dividida en cuatro secciones y su simple enunciado avisa de que no se trata de una mera sucesión de cuadros. Aquí las contamos.
1. De la abstracción al futurismo
Fortunato Depero (1892-1960) se crió en Rovereto, una ciudad italiana entonces perteneciente al Imperio Austro-Húngaro. La zona era un hervidero de irredentismo antiaustriaco y la ojeriza de Depero debió agudizarse cuando vio rechazada su solicitud de ingreso en la Academia de Bellas Artes de Viena. Rechazo que le impulsó a encauzar su actividad artística como decorador en la Exposición Internacional de Turín de 1910, que, para más inri, se realizó para celebrar el 50º aniversario de la unidad italiana. Esto tendría su influencia. Como también tendría influencia posterior su algo más fúnebre trabajo como escultor de lápidas para el cementerio de Rovereto.
Bien, ya se ha publicado el Manifiesto Futurista, el movimiento está organizado y echa a andar en la primera fecha de esta exposición. De la Abstracción al Futurismo no acaba de responder a su enunciado. No hay mucha abstracción, la verdad. A cambio, sirve como presentación del grupo futurista mediante dibujos de colegas como los antes mencionados Balla, Boccioni, Severini, Cangiullo, Carra y el mismo Marinetti, aportando textos.
Textos hay muchos. Por todas partes. De un lado los futuristas escribían bastante, utilizando a fondo nuevas ideas del grafismo y la tipografía que hacían saltar por los aires la idea de caja tradicional (la que contiene este texto, por ejemplo) y por otro el mismo Depero acabaría resultando uno de los grandes diseñadores de esa mitad del siglo.
Muchas décadas más tarde el diseñador inglés Peter Saville fusilaría sendos trabajos de Depero para la revista La Dinamo Futurista (1933) y el cartel de un homenaje a Marinetti (1932) para las portadas del primer sencillo -Procession, 1981- y el primer elepé -Movement, 1981- de New Order. Más sobre esto cuando lleguemos a Nueva York.
2. El teatro y la vanguardia
La parte central de la exposición esta dedicado al trabajo teatral de Depero. Y es una gloria. La Flora Mágica, una escenografía de El Ruiseñor, realizada en 1917 y reconstruida el año 2000, es un canto al color vibrante, formas antropomórficas y objetuales estilizadas y de una extraña coherencia, más de ciencia ficción espacial que de cuento de hadas. Al fin y al cabo Depero era un futurista y los futuristas amaban la Máquina. Pero la Máquina en Depero no suele ser la máquina humeante y negra de su época, sino una máquina futura donde la contaminación no existe, los humanoides se relacionan con los robots y los ritmos mecánicos parecen mezclarse con los orgánicos.
Por aquí, además de estos decorados ilusorios, vemos figurines para personajes como el Mandarín, la Cortesana China (para un ballet de Diaghilev), el Cisne Cándido, la Bailarina, el Diablo Metálico, el Payaso… Y también cuadros primeros y ya completamente maduros que a su vez parecen diseños teatrales, como Mi Baile Plástico o el Pueblo de Tarantelas, ambos de 1918. Cuadros de colores planos y vivos, de esa realidad imaginaria y esquematizada que ya saltaba a la vista desde La Flora Mágica.
3. La “Casa del Arte Futurista”
Así pasamos a la utopía de Depero, la Casa de Arte Futurista, que en realidad derivó en un estudio de arte y diseño. Y es que, ya se ha ido comentando, Depero hacía de todo. En las páginas interiores del libro-cuaderno Depero Futurista viene una lista de los futuristas activos en diversos terrenos: Poesía, Palabra libre, Propaganda Futurista, Protectores de la Máquina, Pintores, Escultores, Arquitectos, “Teatristas” o Tipógrafos. En todas ellas esta Depero, exceptuando Músicos y Ruidistas.
Este rebasar los límites de museo y del mismo Arte, este lanzarse a la calle y a lo utilitario era una consecuencia lógica del primer credo futurista, que no buscaba solo cambiar las artes, sino la sociedad entera. Según Depero, “la reconstrucción futurista del universo”. Sin llegar a esos términos cósmicos, esta visión corría paralela a los trabajos de los constructivistas y productivistas rusos, con Rodchenko a la cabeza. Sus antípodas políticos, que así de paradójicas pueden ser las cosas.
La Casa de Arte Futurista produjo diseños para pabellones, montó exposiciones y realizó carteles publicitarios o publicaciones de todo tipo. Muchos de esos trabajos para la ya mencionada Campari, que durante muchos años fue su cliente principal. De hecho, un pabellón diseñado por Depero en 1933 sirvió de modelo para el Museo del Aperitivo Campari inaugurado hace solo cuatro años, en 2010.
4. Un futurista en Nueva York
Y ya nos vamos a Nueva York, donde Depero se asentó durante unos años a partir de 1929. La ciudad le inspiró algunas de sus pinturas más dinámicamente futuristas, un poco a lo Balla y aquí en sus versiones monocromas en gris-sepia (normalmente utilizó tinta china y tempera). Pero francamente lo más chocante son sus portadas para Vanity Fair, Vogue, Sparks…
Podría pensarse que este tipo de ilustración sorprendería muchísimo en los Estados Unidos. No tanto. Justo en 1930 el Art Deco era el estilo dominante en el diseño y la arquitectura de las grandes ciudades americanas y el futurismo ya maduro de Depero venía a ser una vuelta de tuerca en un ambiente muy favorable a la figuración geométrica. Lo cual no impide que sean estupendas.
5. De vuelta a Italia
Llegamos al final. Su regreso a Italia y encargos o propuestas para el partido fascista. En los prolegómenos de la II Guerra Mundial. Es un recordatorio del contexto, porque Depero tampoco era un fascista ni medianamente extremo. Pero ahí estaba. Para esta época, recordémoslo, sus colegas constructivistas soviéticos ya habían sido condenados al ostracismo.
La exposición muestra el proteico trabajo de un artista fuera de los cánones. Una obra poco musealizable, buena parte de la cual sería “obra menor” (dibujo, grabado, diseño, etc.) en una codificación, ya muy rancia pero aún dominante, de los “niveles del arte”.
Depero se saltó esos niveles y ayuda a que los demás lo hagamos. En vez de representar la calle en los museos, prefirió salir a la calle, a transformar el día a día de las personas. Y aunque eso ni justifica una peripecia política ni justificaría su (magnífica) obra, le hace un artista diferente. Como esta exposición.