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Manifestación anti-Renoir contra el “terrorismo estético”

Los manifestantes ante el Museo de Bellas Artes de Boston. Fuente: Instagram

Pablo Ortiz de Zárate

Sus pancartas caseras lo dicen todo: “Dios odia a Renoir” o “La sensiblería daña a la sociedad”. Un pequeño grupo de activistas por la justicia artística ha creado un gran revuelo en el mundo del arte tras manifestarse el pasado lunes contra el artista Pierre-Auguste Renoir a la entrada del Museo de Bellas Artes de Boston (EEUU).

El organizador de la protesta, Max Geller, exige la retirada de las seis obras del pintor impresionista que cuelgan en las salas de esa institución y la dimisión de los comisarios responsables. Según él, “la sensiblería de Renoir diluye la colección del museo” y considera que la decisión de exhibir esos cuadros es “un acto de terrorismo estético”.

Las críticas no le han sentado nada bien a la tataranieta del pintor, Genevieve Renoir, que ha tirado de la lista de artistas más caros de la historia para atacar a los críticos: “Cuando tu tatarabuelo pinte algo valorado en 78,1 millones de dólares, podrás criticar. Mientras tanto, lo que está claro es que el mercado libre ha hablado y Renoir no apesta”.

La protesta, convocada desde la cuenta de Instagram, Renoir Sucks at Painting (la pintura de Renoir apesta), tenía un carácter irónico y apenas reunió a una decena de personas. Sin embargo, ha reabierto el debate sobre el pintor impresionista. Porque es cierto que su obra Baile en el Moulin de la Galette (vendida en 1990 en Sotheby's) está entre los cuadros más caros de la historia, pero también lo es que desde entonces su cotización ha caído un 60% de media.

¿Qué dicen los expertos sobre Renoir? En general, nada bueno. Especialmente de su última etapa. Para Kenneth Baker, prestigioso crítico estadounidense, los cuadros del francés son “azucarados” y “empalagosos”. Ariela Budick, experta del Financial Times, se ceba especialmente con sus retratos femeninos finales, que describe como “grotescas parodias envueltas en velos de algodón de azúcar”. Tamar Garb, profesora de Historia del Arte de la University College de Londres, va más lejos y ve en esas mujeres desnudas el consuelo de un viejo verde solitario.

También los grandes museos llevan años reconsiderando la calidad de los cuadros de Renoir. El Metropolitan de Nueva York ha ido retirando poco a poco de sus salas los más criticados y el MoMA llegó a deshacerse de uno alegando que ya “no pertenece a la historia del arte moderno que queremos contar”, según declaró su responsable de pintura Kirk Varnedoe.

Vender estilo por billetes

La culpa de la vertiginosa caída en desgracia de Renoir la tienen las obras que pintó durante los últimos 40 años de su vida. Hasta entonces había trabajado mano a mano con los impresionistas, ayudando a revolucionar la historia del arte con obras maestras como El Columpio o sus escenas a la orilla del Sena. Pero el reconocimiento tardaba en llegar y cuando cumplió los 40, harto de pasar penurias económicas, decidió cambiar su estilo para vender más.

Rompió con el Impresionismo y empezó a pintar lo que le gustaba a los ricos compradores del momento: niñas encantadoras cosiendo, mujeres desnudas retozando en plena naturaleza... Le dio resultado económico en vida: se convirtió en uno de los artistas más ricos y el Louvre o la National Gallery de Londres empezaron a pelearse por sus cuadros. Sin embargo, la calidad de su arte cayó en picado: Degas y Picasso se burlaron de él; y su antigua compañera, Mary Cassat, criticó sus abominables cuadros llenos “de mujeres gordas enormes y coloradas con cabezas pequeñísimas”.

El paso del tiempo y el cambio de gustos durante las vanguardias del siglo XX no hicieron sino empeorar las críticas, como reconoce Martha Lucy, comisaria experta en Renoir: “A partir de 1950 el arte moderno se empieza a entender como algo que tiene que ser difícil, intelectualmente estimulante”. La dulzura extrema del pintor francés no encaja nada bien con este nuevo gusto por la crítica social. Tampoco ayuda su falta de técnica, evidente en cuadros como Las bañistas, que exhibe el Museo d'Orsay de París.

Para el crítico de arte Christopher Knight, los cuerpos desnudos que representa aquí Renoir “son como tubos rellenos con aire comprimido, con pechos altos y sin ninguna estructura ósea o musculatura debajo de la piel”. Para Roberta Smith, del New York Times, no son más que “dos cruasanes sobre un plato de vegetales”. El organizador de la protesta de Boston de esta semana ha recopilado en Instagram más ejemplos de esas cabezas deformadas y brazos desproporcionados que, para muchos, bajan a Renoir del pedestal en el que ha estado durante décadas.

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