Las miradas del ojo del siglo XX
La Leica fue su compañera de viaje durante los 96 años que duró su vida. Con ella recorrió el mundo de arriba a abajo, ayudó a convertir la fotografía en un arte, asentó las bases de lo que es hoy el fotorreporterismo y se convirtió en el maestro de maestros. Pero lo vital de Henri Cartier-Bresson era su mirada. Una mirada que empezó a formarse con la Nueva Visión, bebió de su formación artística, se dejó influir por el surrealismo, se tornó comprometida gracias a su fuerte conciencia política y se convirtió en testigo de la historia. Y todo ello con una mirada artística en la que la composición, la luz y el encuadre eran tan decisivos –y sello de la casa– como ese instante que le ha hecho célebre y le ha elevado a una merecida categoría de mito.
Por eso y mucho más, Cartier-Bresson es llamado el 'ojo del siglo' y, aunque esto no le gustaba mucho, el maestro de la fotografía del siglo XX. “Soy muy visual. Observo, observo, observo. Yo comprendo con los ojos”, decía el fotógrafo francés. Y ahora, cuando el 3 de agosto se cumplan diez años de su muerte, nosotros seguimos comprendiendo el mundo y la historia a través de los ojos de Cartier-Bresson.
La Fundación Mapfre inaugura el sábado la primera gran retrospectiva dedicada al artista desde que falleció en 2004, organizada en colaboración con el Centro Pompidou de París y la Fundación Henri Catier-Bresson, que se podrá ver hasta el 7 de septiembre, fecha tras la cual viajará a Roma y México DF. Más de 300 fotografías junto a un centenar de objetos documentales como películas, publicaciones, lienzos o dibujos nos ayudan a entender en toda su complejidad a un Cartier-Bresson más allá del mito y mucho más rico.
Su gran fuerza, explica el comisario de la muestra Clément Chéroux, reside “en haber sido artista, con gran calidad plástica, y, a la vez, un gran reportero, que documentó la realidad”.
La principal novedad de la exposición, asevera Chéroux, es la nueva mirada que nos aporta sobre el artista galo. Mientras que todas las restropectivas dedicadas a Cartier-Bresson se han centrado en buscar una coherencia en su obra “como si hubiera una unidad en su trayectoria”, esta nos ofrece una visión completa de un artista que durante sus 70 años de carrera “fue evolucionando y cambiando, por lo que la exposición trata de mostrar que no hay un único Cartier-Breson sino varios”.
Para evidenciarlo, la retrospectiva se ha articulado de manera cronológica también por primera vez (hasta ahora el hilo argumental había sido geográfico) y además Cartier-Bresson nunca lo permitió en vida. Las copias que podemos ver son vintage, es decir, originales de la época en la que están tomadas las fotografías (se han dado una horquilla de 15 años para seleccionar las mejores reproducciones) y muchas de ellas realizadas por el propio Cartier-Bresson. Algo, matizó el comisario, que también ayuda a desterrar esa visión unitaria de su obra para destacar esa evolución por medio de la percepción también física. En definitiva una muestra que va más allá de la dualidad del artista-reportero y que pone en contexto artístico, social e histórico a una de las figuras más importantes de la historia fotografía.
La pintura, el surrealismo y los inicios (1926-1935)
Quizás sean pocos los que sepan que Cartier-Bresson comenzó pintando. Su formación artística es muy importante para lo que después sería uno de sus grandes sellos, la calidad de la composición en sus imágenes. Dibuja desde niño –podemos ver una carta a su madre con sus dibujos– y a mediados de los años 20 comienza a pintar de forma regular claramente influido por Paul Cezanne. Esta es una de las curiosidades de la retrospectiva, donde podemos ver cerca de una decena de lienzos del artista.
Es en esta época donde comienza a cultivar una doble producción fotográfica y artística pero como afición. Sus primeras fotos llegarán a finales de los años 20 claramente influido por la Nueva Visión y Eugène Atget en temas como los maniquíes, los rótulos de los comercios o los reflejos en vitrinas y ventanas. Aunque será el viaje que realiza en octubre de 1930 a África lo que le decida para convertise en fotógrafo.
Pero si hay algo fundamental en este primer Cartier-Bresson más artístico es el surrealismo. “Absorbió su estética”, explica el comisario. En casa de Jacques-Émile Blanche conoció a René Clavel en 1926, que fue su introductor en los círculos surrealistas, y a André Breton. Esas amistades y su visión de la vida y el arte comenzaron a estar presentes en sus fotografías. Tanto que se le puede considerar como uno de los fotógrafos más genuinamente surrealistas de su generación.
Así, vemos en la exposición fotografías que cultivan algunos motivos emblemáticos del imaginario surrealista como la deformación del movimiento, el juego erótico, los objetos empaquetados, los cuerpos deformes o cortados que hacía con picados y contrapicados, los personajes soñadores y con los ojos cerrados y ese azar entendido de una forma casi mágica que nos pone delante imágenes imposibles (como la fotografía de arriba). “Hay que ser sensible, tratar de adivinar, ser intuitivo: encomendarse al azar objetivo. Y la cámara fotográfica es un instrumento maravilloso para captar ese azar objetivo”, decía.
El artista comunista y comprometido políticamente (1936-1946)
El segundo eje que vertebra la exposición es el compromiso político de Cartier-Bresson, que se evidencia desde su regreso de Estados Unidos en 1936 hasta su vuelta a Nueva York una década después. Y es quizás el periodo más desconocido de su producción. Al igual que el resto de surrealistas, su postura comunista se radicaliza. “Su compromiso con el comunismo era real y algunos planfletos políticos firmados por él que aquí se presentan así lo atestiguan”, afirmó Chéroux.
Es en esta época en la que viaja a España, a México o a Estados Unidos, y a su regreso a París en 1936 colabora en las actividades de la Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios y trabaja con prensa comunista como Regards o Ce Soir. Cartier-Bresson empieza a concebir la “cámara como un arma al servicio de los intereses de los explotados y contra los explotadores”, diría. Por eso los temas que enfoca cambian y ya no vemos (o al menos con menor presencia) los suenos oníricos surrealistas para centrarse en una fotografía más social que habla de la pobreza, [como en la fotografía superior tomada en Madrid en 1933], o las luchas sociales, como la serie del tiempo libre que hace para Regards cuando el Frente Popular instaura en Francia dos semanas de vacaciones pagadas.
También es cuando el cine se impone en su obra. Diría del séptimo arte que le había “enseñado a ver” y fue tal su importancia que en esta época se impuso a su producción fotográfica. Su primer contacto con el cine llegó en México en 1934 y un año después, en EE UU aprende a utilizar la cámara en una cooperativa de cine influida por las ideas y estéticas soviéticas. Con ellos hará su primer cortometraje.
A su vuelta a Francia, colaboró como asistente en tres películas de Renoir hasta el inicio de la II Guerra Mundial (La vida es nuestra y Una partida en el campo, de 1936, y Las reglas del juego, de 1939) y filmó las suyas propias porque entendía el cine como una forma mucho más directa para hacer llegar el mensaje que la fotografía y capaz de llegar a una audiencia más masiva. De especial relevancia es la película de 49 minutos titulada Victoria de la vida, que rodó en España en 1937 sobre la Central Sanitaria Internacional. “Es uno de los documentales más bonito que rodó”, garantiza el comisario.
La Agencia Magnum y el reportaje gráfico (1947 a 1970)
En los años 40 en Cartier-Bresson comienzan a fundirse su espíritu político y su compromiso por ser testigo de la realidad. Un compromiso que se materializa en otro de los grandes hitos de la fotografía y el fotoperiodismo: la creación de la Agencia Magnum en 1947 junto a Robert Capa, David Seymour, George Rodger y William Vandivert. Podría haber elegido perpetuar su lado artístico (acababa de inaugurar una gran retrospectiva en el MOMA) pero decide hacerse reportero, y esa será la profesión que cultive y le granjee la gloria hasta los años 70 cuando cuelga oficialmente la cámara de fotos.
De este modo, Cartier-Bresson fue testigo de la historia del siglo XX y es uno de los grandes cronógrafos de nuestro tiempo. Aquí están sus imágenes del viaje a China cuando empezaba a avanzar Mao, de la Cuba cuando Fidel Castro acababa de llegar al poder –para Life en marzo de 1963 firmó su primer y único reportaje escrito–, en La India retrató la exequias de Gandhi, con quien por cierto se entrevistó horas antes de su asesinato, o en la URSS tras la muerte de Stalin.
También es en esta época cuando empieza a hacer con mayor regularidad retratos –“hacer un retrato es lo más difícil. Es como poner un signo de interrogación sobre alguien”— siempre buscando esa invisibilidad de la que gustaba hacer gala [Cartier-Bresson en sus últimos tiempos no dejaba que le fotografiaran porque, esgrimía, le conocerían y perdería esa invisibilidad], de personajes como Giacometti, Matisse o Sartre. No se olvida tampoco la retrospectiva de su producción en color: “Un medio de documentación pero no de expresión artística”, aseguraba.
En los años 70 Cartier-Bresson, con más de 60 años, va dejando paulatinamente la fotografía profesional. Se desvincula de Magnum al entender que ha ido perdiendo su esencia y su fama aumenta sin cesar hasta convertirse en una leyenda viva. Centrará su creatividad en este periodo final de su vida será en el dibujo que será abocetado, buscando la inmediatez y, claro está, en blanco y negro.
Pero a pesar de que el dibujo sera su prioridad, su Leica le sigue acompañando por placer. Sus últimas fotografías son imágenes más contemplativas, serenas y muy plásticas, y ya no están sujetas a ese instante decisivo que acuñó en 1956 y le hizo mundialmente famoso. Y eso es precisamente lo que nos enseña esta espectacular antología, todos los instantes decisivos que capturó el ojo de Catier-Bresson. Del Cartier-Bresson más artístico. Del más comprometido y político. Del fotorreportero pero también del cineasta, dibujante o pintor. Porque no hubo un único Cartier-Bresson. Lo que hubo fue una Leica, un ojo y una mirada que hoy sigue siendo imperecedera.