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El Godard detallista y celoso que no veremos en el cine

Jean Luc Godard y Anne Wiazemsky en 'Le redoutable'

Mónica Zas Marcos

Hace falta mucho coraje para retratar los demonios de una de las leyendas vivas del cine francés, presentarlo en Cannes y hacerlo después de un fiasco a nivel de crítica y taquilla. Michel Hazanavicius se ha atrevido con Jean-Luc Godard. Lo ha hecho en Le redoutable disfrazándolo de comedia histérica y homenaje pop, donde el director de Al final de la escapada es caricaturizado como un hombre vanidoso, misógino y verbalmente ingenioso.

Le redoutable toma como partida el albor de aquel mayo del 68 que tanto inspiró a Godard y que cambió radicalmente el rumbo de su cinematografía. Pero lo hace riéndose de él y de sus alardes de joven revolucionario cuando hasta entonces había sido parte de la burguesía intelectual. El resultado no ha convencido y los que han podido ver la película en el festival critican que Hazanavicius se haya quedado con el envoltorio insoportable del genio.

Esto, unido a la representación del Godard en la intimidad junto a su segunda esposa, Anne Wiazemsky, ha terminado de enterrar al que una vez triunfó con The Artist. Hazanavicious ha tomado libremente los libros autobiográficos que escribió Wiazemsky sobre su marido y maestro y ha construido su retrato desagradable sobre ellos.

En la película, ella cumple obediente su papel en un segundo plano mientras aguanta los gritos, insultos, celos y arranques de ego de Godard. Pero en Un año ajetreado, la obra original, Wiazemsky está lejos de ser esa chica. Claro que a Cannes no le interesa Anne, sino Jean-Luc, y al público no le importa una joven actriz y estudiante de Filosofía, sino el hombre que sentó las bases de la Nouvelle Vague con A boute de souffle. Y lo han conseguido.

Los que no se pasean estos días por la Costa Azul tendrán que esperar bastante más para juzgar Le redoutable. Pero mientras tanto merece la pena leer el testimonio de la mujer que conoció lo mejor y lo peor del maestro. Esta es una historia de amor sin rencor ni retoques cosméticos, una novela confesional sobre una chica demasiado inmadura para casarse y un hombre demasiado posesivo para saber amar.

Una “jovencita” especial

Un año ajetreado (editorial Anagrama) se remonta dos años antes de que unos estudiantes sembrasen la revolución en el suburbio parisino de Nanterre, cuando Jean-Luc Godard rodaba sus películas de dos en dos y se acababa de divorciar de la bella actriz Anna Karina. La autora se calza de nuevo sus zapatos de estudiante de 19 años para transmitirnos la idolatría y la locura imprudente que le llevaron a enviar una carta de amor a la redacción de Les Cahiers du Cinéma dirigida a Godard.

Con el resquicio de aquella admiración y con un intencionado tamiz de inocencia, Wiazemsky cuenta alguna de las anécdotas que vivió con el director durante esos dos años, justo antes de mayo del 68. Un periodo que incluye desde que ella comenzó sus estudios de Filosofía hasta que rodó con Jean-Luc La Chinoise, filme que dio comienzo a lo que se conoce como “la etapa maoista” del director.

No hay veneno en sus palabras, incluso demasiada deferencia, aunque varias de las reacciones de Godard muestran su inseguridad y los celos irracionales que sentía y por los que estallaba de ira.

La Anne Wiazemsky adulta se ha mostrado mucho más dura en las ultimas entrevistas que ha ofrecido. “Para ser sincera, Godard no me asusta para nada”, dijo durante la promoción de este libro en 2013. Pero rebobinemos hasta el principio. ¿Cómo surge el amor entre una chiquilla que no ha terminado Bachillerato y uno de los hombres más mediáticos de Francia?

Conviene destacar que ella no era una señorita bien al uso. Es nieta del Nobel de Literatura François Mauriac, había sido la protagonista de la película de Robert Bresson Al Azar, Baltasar, y no había escrito a Godard animada por otra colegiala exaltada, sino por el oscarizado cineasta Ghislain Cloquet. “¿Por qué no le escribe? Es un hombre que está muy solo, ¿sabe usted?”, dijo él cuando la chica le confesó sus sentimientos por el director francosuizo.

Wiazemsky tenía en París un círculo envidiable de contactos, así que su carta no iba a acabar en la papelera de Les Cahiers du Cinéma. Por su parte, Anne tampoco había pasado desapercibida para Godard mucho antes de recibir la misiva.

Fue a los rodajes de Bresson para hacerse el encontradizo con esa muchacha pelirroja que nunca antes había aparecido en las revistas. La abordó dos veces más, pero ella se deshizo con desinterés “harta de las polémicas que suscitaba, aunque no había visto ninguna película suya”. No se dio cuenta de que lo amaba hasta que asistió a una proyección del filme Masculino Femenino, o al menos eso creía ella.

Una cárcel de cristal

Este libro ha sido definido con desacierto como unas memorias vengativas. Pero tanto el tono como el formato recuerdan más a una novela de iniciación, como Éramos unos niños de Patti Smith, y resultan un diario íntimo de los sentimientos encontrados de aquella etapa.

Por un lado, él era detallista sin límites. Dejaba paquetes a diario sobre el felpudo de su entrada con libros, marionetas o revistas de temas que le interesaban. También esperaba en el andén del ferrocarril de la universidad para invitarla a un chocolate caliente en los días de invierno. Y, sobre todo, insistía en que conociese a la flor y nata del cine francés y se aseguraba de que fuese siempre bien recibida.

Para una chica criada en el seno de una familia estricta de moral católica, las sugestivas amistades de Jean-Luc fueron todo un descubrimiento. Bernardo Bertoluci, Truffaut, Jeanne Moreau o Rivette son numerados como compañía habitual durante todo el libro. La autora recuerda cómo le irritaba a Godard que ella mostrase su admiración en público. Le sacaba de quicio por la diferencia de edad (17 años), el estatus social y sobre todo por los celos.

“Te la comías con los ojos, bebías sus palabras. ¡Solo te faltaba babear! Me pregunto por qué me has elegido a mí. Eres como un globo que la brisa puede arrastrar muy lejos”, le recrimina él después de una velada con Moreau.

Gracias a seguir creciendo en ese entorno, Anne descubrió su pasión por el cine. Rodó siete películas con Godard, siguió como actriz de Ferreri y Pasolini y terminó labrándose una carrera propia fuera de la interpretación como guionista y documentalista. Eso se lo agradece en todo momento al director, pero también deja pequeñas pinceladas de por qué la personalidad abrupta de su marido provocó el desastre tras diez años de matrimonio.

Según iba rompiendo la crisálida, más sentía Godard que su joven amada se le escapaba de entre los dedos. La insegura adolescente caminaba hacia la madurez por sus propios medios, y eso es algo que un ególatra como él no podía soportar. Ella fue teniendo momentos de lucidez, pero su amor era más fuerte que las ganas de reivindicar su libertad.

“Se enamoró de mí porque Anna Karina no había tocado un libro en su vida”, recordó años más tarde Wiazemsky. Esos libros -muchos de los cuales intercambiaba con Jean-Luc-, sus clases particulares de Filosofía con Francis Jeanson, amigo íntimo de Sartre y Simone de Beauvoir, y su participación activa en el Mayo francés de Nanterre le fueron haciendo consciente de la cárcel de cristal que quería construir Godard para ella. Pero eso sería mucho tiempo después de Un año ajetreado.

En ese momento, ambos se necesitaban física e intelectualmente. “Quiero vivir el mayor tiempo posible contigo. Pero sé que no será para siempre, que tendré otros amores y otras vidas”, dijo ella con sinceridad la víspera de su boda, en julio de 1967. Por primera vez, y una de las últimas, él contestó sereno y sin dejarse llevar por los celos. “Quizá, pero lo que cuenta es el presente. No te preocupes”.

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