Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
16 grandes ciudades no están en el sistema VioGén
El Gobierno estudia excluir a las asociaciones ultraderechistas de la acusación popular
OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

Lars Von Trier y la violencia de géneros

Charlotte Gainsbourg, la última musa del cine de Lars Von Trier.

Javier Pulido / Javier Pulido

Madrid —

Los cineastas franceses de la nouvelle vague se convirtieron a finales de los 50 en custodios de la tradición norteamericana de los géneros, enfermos de nostalgia por un cine que ya no existía. Comprendieron que el mejor homenaje que podían dar a las películas de Ford, Hitchcock o Fuller era subvertirlas sin traicionar su esencia.

“Los americanos son buenos contando historias. Los franceses, no. Flaubert y Proust no pueden contar historias, hacen otra cosa”, llegó a afirmar Jean-Luc Godard. El director de Pierrot el loco (1965) cosió un nuevo traje entallado para los clásicos a base de clichés y retales que deslumbró a una generación de espectadores convencidos de estar (re)descubriendo un arte nuevo. Está por ver que Lars Von Trier tenga tanto talento como Godard, pero en los últimos años también se ha embarcado en una excursión por los géneros con la muy diferente intención de dinamitarlos. Los resultados no siempre han estado a la altura de las intenciones.

La risa funesta

La risa funestaLars Von Trier se toma mucho menos en serio que su propio público, que no siempre sabe captar el humor cáustico que caracteriza su filmografía. En El jefe de todo esto (2006), su primera comedia, el danés prescindió absolutamente de gags visuales y recursos de slapstick para retomar los alocados intercambios de diálogo de las screwball comedies de los años 30 como La fiera de mi niña (Howard Hawks, 1938).

Hay aquí algo de miseria moral: al danés, que desconoce las servidumbres de un trabajo de oficina de nueve a seis, le parece divertido que un director de empresa –por ficticio que sea– maltrate a sus empleados. Y también hay apuntes geopolíticos; la obsesión de una multinacional islandesa por comprar la oficina danesa en la que transcurre la película es el reflejo de las tensiones de siglos entre ambos países.

Von Trier no entiende el humor como un elemento inofensivo, aunque esto podría ser genético. Asegura que es muy típico del pueblo danés morirse de risa cuando se les trata de estúpidos, como corresponde a un país pequeño poblado de gente masoquista. En el fondo, debió de disfrutar lo suyo cuando el Festival de Cannes le declaró 'persona non grata' por sus desafortunados comentarios sobre Hitler. Casi tanto como con la polémica que generó con el Dogma 95 y Los idiotas (1998), experimento escrito en cuatro días y rodado en cinco semanas sobre un grupo de jóvenes que encuentra liberador y subversivo hacerse pasar por retrasados mentales.

Musicales de una sola toma

Musicales de una sola tomaEn el año 2000 hizo su versión del género musical para poder desamericanizarlo. No hay película de Von Trier sin ocurrencia técnica asociada. En Bailar en la oscuridad, las tomas de grúa y encuadres en movimiento clásicos del género le parecían poca cosa, así que se lanzó a filmar los números musicales como si fueran retransmisiones en directo en televisión. Si los rodaba en una sola toma bajo la atenta vigilancia de hasta 100 cámaras estáticas, dispondría de los suficientes ángulos y perspectivas para no tener que repetir. Obviamente, el experimento no funcionó, no por lo peregrino del sistema, sino porque “hubieran hecho falta 2.000 cámaras”. Genio y figura hasta cuando se pasa de frenada.

Más allá del muy publicitado enfrentamiento entre Von Trier y la cantante islandesa, que tenía la saludable costumbre de escupirle cada mañana tras recordarle cuánto le odiaba, el rodaje fue tenso. Catherine Deneuve se quejó pública y repetidamente de la desastrosa logística de coreografías como Cvalda y los continuos retrasos en la filmación. Quizá, como ha apuntado en alguna ocasión, Von Trier se hubiera sentido más cómodo rodando una versión dogma de la ópera Tristán e Isolda.

Terror: los demonios del bosque

Terror: los demonios del bosqueLars Von Trier se planteó dirigir una adaptación teatral de El exorcista, pero acabó por plasmar en pantalla sus propios demonios para exorcizarlos y psicoanalizar en público su muy publicitada depresión. La idea de Anticristo le rondaba desde 2004, cuando escribió un guión basado en la idea de que el mundo había sido creado por Satán, aunque el proyecto acabó transformándose en algo muy distinto. Con la premisa de que el cine de terror otorga carta blanca para hablar de casi cualquier cosa, partió de un argumento prototípico –una pareja que se refugia en una cabaña perdida en el bosque para cicatrizar heridas emocionales– para regresar al siniestro expresionismo de sus primeras producciones.

La historia es la suya de siempre; una mujer vulnerable y pasiva que es conducida a la locura por las malas artes de un hombre sádico. El autoproclamado mejor director del mundo, creador también de la muy lynchiana y turbia serie The kingdom, escandalizó a la prensa mojigata en el pase de la película en Cannes, principalmente por algún momento de sexo explícito y mutilación genital. Un mero truco de trilero: la relación entre el Eros y el Thanatos, por muy al límite que se quiera llevar, es casi tan vieja como el género. No cuela.

Ciencia-ficción: el fin del mundo es un final feliz

Ciencia-ficción: el fin del mundo es un final felizLars Von Trier ya se estrenó en pantalla grande –si exceptuamos Images of relief (1982)– con un ejercicio de ciencia-ficción desarrollado en entornos posapocalípticos, como dictaba la moda cinematográfica de los primeros ochenta. El elemento del crimen (1984) fue un artefacto metagenérico de bajo presupuesto plagado de clichés y citas a otros directores. Como en las posteriores Epidemic (1987) y Europa (1991), el autor juega a imaginarse el futuro de Europa en clave distópica. Muchos años después, entre el Blade Runner de Ridley Scott y el Solaris de Tarkovski, el danés eligió lo segundo.

En la mortecina calma del director ruso, Melancolía (2011) aborda el género en clave intimista y psicológica. La melancolía a la que se refiere el título es tanto una enfermedad como un planeta que se acerca inexorablemente a la Tierra. La ciencia-ficción suele fantasear con la idea de vida alienígena para esquivar la metafísica pregunta de si estamos solos en el universo. El gran danés no sólo está seguro de que no hay vida fuera, sino que además confía en la llegada del apocalipsis para borrar la nuestra de la galaxia de una vez por todas. ¿La banda sonora de lo que entiende Von Trier por un final feliz? Evidentemente, Tristán e Isolda, de Wagner

Melodramas naturalistas

Melodramas naturalistas“En sus películas las mujeres piensan [...] es maravilloso ver pensar a las mujeres. Da esperanzas. Francamente”, dijo una vez Fassbinder de los melodramas de Douglas Sirk. A Lars Von Trier, sin embargo, nunca le interesó ni emocionó demasiado la obra del director de Imitación a la vida (1959).

Rompiendo las olas (1966), su primer intento de melodrama, nace como un intento de apuñalar por la espalda al género, pero también de lidiar con los fantasmas de una infancia en la que cualquier manifestación emocional era convenientemente reprimida. Donde Sirk propone vivos colores y estilizados movimientos de cámara, Von Trier responde con un drama naturalista con estética de documental casero y colores apagados sobre el poder redentor de la fe y los milagros.

A su pesar, Lars Von Trier tiene algo al menos en común con Douglas Sirk: su capacidad para hacer brillar en pantalla a sus abnegados personajes femeninos, capaces de entregarse y perdonar absolutamente todo, aunque les conduzca a su autodestrucción, como en el caso de la Bess de Rompiendo las olas. Teniendo en cuenta que la materia prima del melodrama es el sufrimiento de la heroína protagonista, y que Lars Von Trier tiende a proyectarse en los personajes femeninos principales, lo que tenemos aquí es un embrollo bastante freudiano.

La gran broma del cine

La gran broma del cineMás allá de los coqueteos con los géneros, a Lars Von Trier le gustaría pasar a la historia por perpetrar una gigantesca e indulgente broma posmoderna a costa del propio cine. Dogville (2003) y Manderlay (2005), los dos capítulos de la que iba a ser su trilogía de Estados Unidos –la tercera, Wasington, estaba prevista para 2009, pero no se ha vuelto a saber nada–, no son cine ni anticine sino, o al menos a eso aspira el cineasta, una fusión armoniosa entre literatura, cine y teatro que se ríe de las barreras entre artes.

Ambas películas se desarrollan en un escenario semivacío en el que líneas pintadas en el suelo separan las distintas estancias; un guiño a las técnicas de distanciamiento del teatro de Bertolt Brecht, cuya canción Jenny y los piratas inspiró levemente Dogville. Sin embargo, los actores no declaman sus textos con teatralidad y Von Trier tampoco renuncia a la planificación en secuencias y a los recursos plenamente cinematográficos.

Para acabar de liar la cosa, están estructuradas en base a capítulos cuyos títulos recuerdan a los de las novelas decimonónicas inglesas, de las que Lars Von Trier también toma prestado el recurso del narrador omnisciente. El danés, que no había pisado Estados Unidos antes de rodar Dogville, ironiza de paso –entre el panfleto y el cartoon– sobre aquellas grandes producciones épicas que dulcifican la construcción de la Nación, metiendo el dedo en la llaga del gansterismo de los años 30 y la segregación racial.

Pornofilia

PornofiliaDurante las entrevistas de promoción de Anticristo, Lars Von Trier se mostró radicalmente en contra de hacer una película pornográfica, al considerarlas demasiado utilitaristas y crudas. Dos años después, en los encuentros con la prensa a propósito de Melancolía, el contradictorio danés hablaba entusiasmado de su nuevo proyecto más o menos relacionado con este género.

Como viene siendo habitual en los últimos años, con Nymphomaniac el cineasta ha tirado el hueso y periodistas y críticos le hemos reído la gracia, fomentando ¿sin querer? su campaña de promoción de turno. “¡Habrá sexo en la película! No puedo hacer una película sin penetración. Sería ridículo”, alardeaba el danés en su momento. Y sí, hay escenas explícitas en su última producción, pero rodadas por actores profesionales, en cuyos cuerpos se han fundido digitalmente los rostros y torsos de de Charlotte Gainsbourg o Shia LaBeouf.

Tampoco disfrutaremos de la cacareada versión de más de cinco horas prometida por su director, que ha renunciado al montaje final. La película se estrenará en dos partes de 110 y 130 minutos, con diferentes montajes en función de la permisividad de las autoridades locales al respecto.

Tras el embargo que prohibía hablar de la película hasta el 17 de diciembre, ya sabemos que Nymphomaniac tiene escenas de sexo en abundancia, pero no resulta particularmente sexual. Repele y atrae al mismo tiempo, como ya contaba Stellan Skarsgård de manera mucho más asilvestrada.

Queda por saber qué pasará con ese nuevo género cinematográfico que Von Trier dice haber inventado aquí: el digresionismo, o arte de alejarse del tema principal. Si no eres capaz de aniquilar los géneros, invéntalos.

Etiquetas
stats