Muerte a la Manic Pixie Dream Girl o el patinazo machista
La línea que separa el arrepentimiento público de la estrategia es endeble, incluso cuando viene disfrazada de exagerada modestia. La figura del crítico Nathan Rabin ha vuelto estas semanas a escena gracias a una declaración en la que sacrifica a su pequeño Frankenstein. La revista Salon fue la encargada de difundir la autoflagelación donde víctima y verdugo son el mismo concepto, la 'Manic Pixie Dream Girl'. Un término acuñado en 2007 por el periodista cinematográfico en una reseña sobre el estreno de Elizabethtown.
Rabin describía al personaje de Kirsten Dunst como “esa criatura burbujeante, superficial, cinematográfica que sólo existe en la imaginación febril de sensibles escritores-directores para enseñar a los jóvenes intensos a abrazar la vida y sus misterios infinitos y aventuras”.
Siete años después de moldear una bola de nieve en el panorama crítico mundial, su creador ha decidido eliminar de un plumazo un término extensible a la reina naíf de la comedia, Zoey Deschanel, e incluso a las mismas Audrey Hepburn o Charlize Theron. El artículo de la página A.V Club desató la frivolidad y las siglas MPDG se extendieron como la pólvora sin ningún tipo de criterio.
Cualquier personaje femenino que enarbolase la espontaneidad y la belleza inofensiva era susceptible de ser etiquetado como una especie de 'maniaca adorable'. Desde la Amélie de Audrey Tautou, hasta Natalie Portman en Algo en común o la fantástica groupie Kate Hudson en Casi Famosos. Todas ellas reducidas a un espíritu libre que, con su superficialidad, salva al enamoradizo de turno del tedio folletinesco. La ola expansiva atravesó el celuloide y comenzó a copar todo tipo de publicaciones y productos de la cultura pop, mientras que Rabin observaba cómo su patinazo momentáneo se convertía en todo un término hype.
La simplicidad de las siglas
La definición de Rabin en una revista de presupuesto medio podría no haber trascendido y haberse quedado en unas desafortunadas siglas pegadizas. “La frase en realidad no se extendió hasta un año después, cuando mi colega Tasha Robinson propuso hacer una lista de 'Manic Pixie Dream Girls' a modo de inventario”. A.V Club reincidió en su descalabro y situó a 16 de los personajes femeninos más queridos de la cinematografía en el pelotón de fusilamiento de las MPDG. No hubo clemencia ni con los clásicos: Shirley MacLane en El apartamento, Katharine Hepburn en La fiera de mi niña o Annie Hall fueron trivializadas frente a los “perturbados deseos” de sus creadores, nada menos que leyendas como Billy Wilder, Howard Hawks y Woody Allen.
En un presente donde las actrices y guionistas exigen personalidades femeninas fuertes en los libretos, la vanidosa lista no hacia más que desorbitar la polémica. La debacle mutó hasta ser el print de moda en las camisetas, el término más repetido en las reseñas de cine e incluso tomado por un universitario para hacer de sus primeros desencantos amorosos su primera novela. Rabin asistía desde la platea al encumbramiento de su criatura en todo un pequeño monstruo imparable. “Incluso el año pasado tuve la experiencia surrealista de ver un musical llamado Manic Pixie Dreamland. Sentado en la sala oscura, pensé: ”¿Qué he hecho?“.
Con un corto pero intenso ciclo vital, la 'Manic Pixie Dream Girl' ha tenido una evolución muy pareja a la de la bochornosa “loca del coño”. Los grupos feministas y algunas personalidades públicas del entorno cinéfilo alzaron las antorchas y exigieron la desaparición de un término prescindible pero demasiado arraigado en poco tiempo. Por cada artículo que aparecía enarbolando las siglas, se escribía otro desprestigiando la figura de Nathan Rabin y maldiciendo el momento de inspiración en el que decidió escribir la reseña.
El periodista de The Guardian Ben Beaumont-Thomas asegura en el Film Blog que el término infravalora a una mujer que despliega sus encantos al servicio de un hombre y carece de valor por sí misma. “Es el reflejo de cómo piensa exactamente en las mujeres una industria cinematográfica dominada por los hombres y, que después de un proceso de goteo, cómo los hombres ordinarios acabarán pensando en ellas”.
Aunque el insulto no fuese el fin último de la crítica de Elizabethtown, la MPDG cargaba de escarnio su significado con cada plagio. “Acuñé las siglas para llamar al sexismo cultural y para hacer más difícil a los escritores masculinos plasmar sus condescendientes fantasías de mujeres ideales en personajes realistas. Pero poco tiempo después observé cómo la propia frase era acusada de ser machista”.
Ruby Sparks de Arco
Como el propio Rabin admite en su columna de Salon, la culpable de despertar definitivamente su conciencia fue la actriz y guionista Zoe Kazan. En cuanto su Ruby Sparks salió al mercado en 2012, toda la crítica norteamericana la identificó como una adalid de las 'Manic Pixie Dream Girl'. En una entrevista promocional, la joven no tuvo reparos al calificar el término como misógino. En realidad, su Ruby Sparks se correspondía a la primera definición de Rabin más que a la degeneración posterior de las siglas.
“Estoy totalmente de acuerdo con Kazan. Y en este momento de mi vida, honestamente, yo odio el término también”, escribía el crítico. Esto se puede considerar una cura de escrúpulos sincera o una estrategia para volver a estar en la palestra. El caso es que la MPDG no va a desaparecer como si no se hubiese escrito.
Nos quedamos con su reflexión final por muchas oscuras y narcisistas intenciones que pueda esconder. “Siete años después de haber tecleado esa frase ominosa, quiero pedir la muerte de esta ”mentira patriarcal“ que es la coletilla 'Manic Pixie Dream Girl'. Aplaudiré el fin de todo tipo de artículos sobre sus incontables permutaciones. Intentemos escribir mejores personajes femeninos, más ricos, matizados y multidimensionales: mujeres con ricas vidas interiores, emociones y autonomía total, capaces de tocar el ukelele o bailar bajo la lluvia cuando no hay hombres a su alrededor para maravillarse ante su libertad de espíritu”.