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Pedro Almodóvar recibe en Berlín el homenaje que aún le debe Madrid

Almodóvar recibe el premio de honor europeo por su contribución al cine mundial

David Martos

Todas las competiciones necesitan morbo. Necesitan un componente sexy, para entendernos. Es vital que atraigan a las personas que van a dejarse el tiempo y las ganas viendo partidos, animando corredores, incluso viendo ceremonias de premios cinematográficos. Saber si el Barça o el Madrid ganan la liga o no: ¡eso despierta las pasiones de la grada!

A otro nivel -y para seguir con el símil-, saber si la Academia española de Cine premia a la grandeza de Lo imposible o a la sutileza de Blancanieves... ¡eso es lo que tiene un cierto interés para esa panda rara que formamos los aficionados al cine! Y el interés, esa pasión, la afición en definitiva, hunden sus raíces en la identificación. Eres del Madrid o eres del Barça, eres del maremoto o del taconeo gitano de Ángela Molina. Te identificas con una opción. Y la defiendes a muerte.

Quizá es el ingrediente que le falta a la Academia del Cine Europeo y sus galardones anuales; la identificación. No se trata de que haya pocas caras reconocibles en la alfombra roja de la EFA, o de que las películas no sean interesantes, o que no se hayan estrenado en nuestras salas. Es que la batalla del cine continental -como la de la política continental, lo volveremos a vivir en las elecciones de junio- no interesa a la audiencia europea porque no tiene un bando al que apuntarse.

¿Quién queríamos que ganase anoche, La gran belleza o Blancanieves? Pues Blancanieves. ¿Por qué? Porque los españoles siempre vamos con España. Pero no hay pasión. Blancanieves no ha ganado y nadie aparecerá hoy cabizbajo en su cafetería diciendo que vaya domingo de mierda, que ha dormido fatal. Que vaya injusticia.

El caso es que nos falta pasión por los premios europeos. Que no nos interesan. La ceremonia es soporífera, eso se entiende. Pero teniendo en cuenta ese desinterés y nuestra tendencia natural al nacionalismo cultural, llegamos al caso que nos ocupa: el de Pedro Almodóvar. El cineasta manchego recibió anoche en Berlín un homenaje por su contribución al cine internacional. El auditorio de la Haus der Berliner Festspiele se puso en pie, le aplaudió largamente, y él recibió la estatuilla en el escenario rodeado por una decena de sus actores fetiche, entre los que se encontraban Javier Cámara o Rossy de Palma. Que le habían bailado, le habían cantado y le habían vitoreado. Y antes de todo eso, se había proyectado un largo vídeo -maravillosamente editado- con las mejores imágenes de todas sus películas. Al ritmo de Lo dudo, el bolero que Pedro ayudó a popularizar. O sea, a lo grande. Y lo curioso es que haya españoles que, cuando llega un homenaje así de grande, no van con España. No van con Pedro.

Quizá debamos buscar las razones de ese rechazo en el propio discurso de Almodóvar. El discurso de anoche. Decía así: “Pensando en el presente, me gustaría dedicarle este premio a la nueva generación de cineastas españoles. En España estamos viviendo los peores años de nuestra industria, generados por la terrible política cultural de nuestro gobierno. Estos cineastas nos han sorprendido con películas maravillosas que espero que estén aquí el año que viene. Ellos son parte de este premio. Son la resistencia, como la resistencia de la generación de mi madre, como la de mi hermano, en un tiempo en el que era casi imposible financiar las películas. La resistencia de los ciudadanos españoles, víctimas de nuestro gobierno, que está sordo y es insensible a los problemas de mi país”. ¿Suficiente para no gustar a buena parte de la audiencia ya desapasionada? Sí.

Y sin embargo, más allá de lo que se opine sobre lo que Almodóvar dice, su propia relevancia debería resucitar la pasión. Es un cineasta fundamental para la cultura española y europea, ha generado un lenguaje propio que ya es universal, y consigue arrancar de academias como la de Hollywood -o la europea, claro- homenajes en forma de premios que deberían sonrojar a Madrid, su ciudad natal y fetiche, que todavía se los debe. Es relevante. El mundo escucha a Almodóvar. Pero los españoles necesitamos nuestra dosis de pasión. Y cuando Pedro toca la política corremos a alinearnos. A la derecha o a la izquierda, con el poder o la oposición, con Almodóvar o contra él. Hay españoles que se alegran de que Los amantes pasajeros no haya sido la Mejor Comedia europea, que hoy no aparecerán cabizbajos en su cafetería lamentando que el galardón haya sido para Amor es todo lo que necesitas, de la danesa Susanne Bier.

Y quizá lo más trágico de todo sea la indiferencia que nos produce que Blancanieves tampoco haya ganado en la categoría de Mejor Película europea, que se lo haya llevado La gran belleza de Paolo Sorrentino, y que el inmenso Toni Sevillo haya recibido un justísimo galardón al Mejor Actor por su carismático Jep Gambardella. O que nos dé igual que la belga Veerle Baetens le haya ganado la batalla a Naomi Watts como Mejor Actriz. Porque la vida sigue y los recortes siguen, y mañana lunes iremos a la cafetería a quejarnos de lo mal que está todo y de lo mal que le ha ido a nuestro equipo. Y los premios de la Academia del Cine Europeo no serán más que otra línea en la Wikipedia.

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