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Hipotecado por Filipinas

Desesperación, mafias, pobreza y esperanza en "Metro Manila", de Sean Ellis

Mónica Zas Marcos

Antes de la catástrofe medioambiental que asoló Filipinas, antes de los tifones, antes de los barcos encallados y las casas flotantes, antes de la miseria, había otra catástrofe que aniquilaba el archipiélago y los derechos de sus habitantes: la humana. Pero el triunfo cinematográfico más inesperado del año no nace exclusivamente con la intención de dar voz a esta desgracia.

“La denuncia es un producto colateral, no el propósito de mi cine”, afirma el director de Metro Manila. Sus motivaciones reales radican en la devoción que siente por este rincón del mundo desde que lo visitó por primera vez en calidad de fotógrafo y turista. La peculiar odisea que ha representado Sean Ellis desde entonces tiene un sentido trascendental ya que, literalmente, se fue a la otra punta del mundo a rendir su homenaje. Abandonado ante la adversidad, su historia sería una entre un millón con la salvedad de que, en esta ocasión, Filipinas es la causa y la consecuencia.

El rodaje del film es una metáfora en sí misma, digna de inspirar la mejor antología de cuentos infantiles. Hasta dos veces tuvo que hipotecar su casa el cineasta, natural de Brighton, para realizar la película a su manera y sin claudicar ante los criterios financieros. Finalmente, la suerte sonrió al talento y por ende despreció al sistema económico actual, que hostiga la calidad abanderando unos beneficios fútiles. Muy inspirador. Y muy repetitivo. Pero no deja de sorprender ya que, cuando nos referimos a Sean Ellis, no estamos hablando de ningún director novel. Hablamos de un cineasta con las manos callosas de sujetar la cámara y con un fondo de armario inmaculado para pasear por alfombras rojas. Era de esperar que finalmente el destino le diera la razón, restregando los laureles de Metro Manila por la cara de los especuladores.

La justicia se sirve fría

Si la inspiración te llega en Filipinas, observando a dos soldados discutir frente a un camión blindado, el resultado es Metro Manila. Pero a lo mejor si no eres Sean Ellis, la sinopsis se quedaría en un trozo de servilleta fruto de un momento de lucidez momentánea. Así surgió esta propuesta a caballo entre el documental y el thriller, que ha sido valorada como una de las narraciones más redondas del panorama cinematográfico actual.

Ellis es un fotógrafo profesional y reconocido que ha derivado en una suerte de director con una corta pero certera lista filmográfica. Su multipremiado corto Cashback arrasó en más de quince festivales internacionales -como Tribeca o Chicago- y fue una de las apuestas más seguras en la edición de los Oscar de 2006. Su siguiente obra, Voyage d'affaires fue nominada al BAFTA y al premio British Academy. Ahora su Metro Manila, como un tifón, va dejando un arsenal de derrotados contendientes por cada ceremonia del séptimo arte que la reconoce en su palmarés.

La película es un reflejo de la corrupción y el envilecimiento moral, social y político que se materializa en las desventuras de una familia filipina, obligada a dejar su apacible modo de vida rural y someterse a las crueldades de la gran ciudad. Con un modus operandi muy concreto, Ellis apuesta por el realismo fímico, explotando las dotes interpretativas de los actores nativos y rodando en tagalo -idioma nacional del archipiélago-. El resultado es una trama de suspense que rechaza la representación gratuita de la miseria y se inclina por una crónica sin los aderezos y licencias propios del libro de estilo de los taquillazos.

Ahí encontramos la esencia de Filipinas y ahí radicaron los principales problemas presupuestarios de la cinta, ya que los financieros insistían en que se rodase íntegramente en inglés. Ante la imposibilidad de conseguir el fondo de 250.000 libras y tras haber hipotecado su casa, Ellis se vio en la necesidad de reducir la plantilla a la mitad. Fue una sucesión de elementos que se conjuraron contra la película, hasta el punto de resistir gracias a la solidaridad de algunos empresarios de la zona. “El dueño de una compañía de seguridad nos dejó desde los blindados hasta los uniformes. Y el de la compañía aérea aceptó que rodásemos en su avión si su hijo salía en la película”, aseguró el cineasta a Efe.

Una maldición con muchos finales y todos felices. El comienzo de la fortunada correría internacional se citó en el Festival de Sundance, donde se llevó el premio del público; y continuó en el Filmfest de Hamburg, cuyo jurado la describió como “un drama social que se convierte en un thriller imparable que deja sin aliento”. La última parada de Metro Manila ha coincidido en suelo británico, donde se alzó como la triunfadora indiscutible de los BIFA, que valoran la mejor cosecha fílmica independiente del país. Resta destacar que la crítica de todos los rincones del globo -o Rotten Tomatoes, para entendernos- ha entonado al unísono las loas y alabanzas -o un 100%, para entendernos-.

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