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Snowden, la película: si me das elegir entre tú y la gloria

Joseph Gordon-Levitt como Edward Snowden en la película de Oliver Stone

Marta Peirano

Suele ser al revés. El documental es sobrio, informativo y ordenado, mientras que el biopic es energético, lleno de suspense, sobresaltos, flashbacks y persecuciones. En este caso, el oscarizado Citizenfour de Laura Poitras se quedó con toda la adrenalina.

Aún hoy, aquel relato en primera persona de la filtración más importante de la historia se vive con la urgencia de algo que ocurre en tiempo real y que está a punto de cambiar el mundo. El Snowden de Oliver Stone está basado en relatos posteriores: The Snowden Files de Luke Harding, periodista de The Guardian y Time of the Octopus, de Anatoly Kucherena, su abogado ruso.

Tanto Stone como Joseph Gordon-Levitt han visitado Moscú, donde “Snowden nos ayudó a entender mejor la historia y a clarificar aspectos técnicos”. Su estética de thriller esconde lo que es básicamente un retrato humano del protagonista. El que haya visto el documental puede ir tranquilamente a ver la película porque ni cuenta la misma historia, ni deja el mismo sabor. 

Juego de patriotas

El joven Ed se enrola en las Fuerzas Especiales del Ejército después del 11 de septiembre. Fue el evento más decisivo de su vida, le dice a su entrevistador, porque “pensábamos que mi abuelo estaba en el Pentágono”. Su abuelo materno, Edward J. Barrett, contraalmirante de la Guardia Costera, era entonces un funcionario del FBI. Cuando le preguntan por sus influencias, cita a Joseph Campbell, Thoreau y Ayn Rand.

Deshabilitado para la acción a los cuatro meses de empezar, por culpa de un severo accidente que el Ejército norteamericano ha hecho esfuerzos por minimizar con hilarantes resultados, Snowden empieza a trabajar para distintos servicios de inteligencia, un tour que le lleva de Washington a Ginebra y de Tokio a Hawai. Es en Suiza donde se abre la primera grieta, y en esta historia hay tres. Stone deja que el espectador recorra el camino con Edward, explicando paso a paso cómo el pequeño patriota se transforma en el gran delator.

La película está llena de aspectos en los que no hemos pensado mucho, como el papel de su novia Lindsay Mills, interpretada por Shailene Woodley. Es de agradecer que Stone no la haya convertido en una conejita Playboy ni en una pobre víctima de la machada de su hombre, como hizo la prensa conservadora en su momento.

Del equipo de periodistas que lanzó la primera bomba desde Hong Kong, se retrata bien la intensidad adolescente de Glenn Greenwald (Zachary Quinto), la silenciosa empatía de Laura Poitras (Melissa Leo) y el difícil papel de Ewen MacAskill (Tom Wilkinson), que en la película de Poitras sale muy mal parado (The Guardian lo mandó de carabina) y en esta encuentra un lugar más digno.

Hay dos figuras nuevas, sus mentores Hank Forrester (Nicolas Cage) y Corbin O’Brian (Rhys Ifans). No los busquen porque no existen en realidad; son dos soportes narrativos que hacen las veces de angelote y diablillo susurrando en los oídos del protagonista mientras va subiendo la escalera del pequeño mundo de la vigilancia internacional. Lo mismo pasa con sus colegas en las distintas agencias, wunderkids que aprenden a separar el trabajo que les hace vibrar del impacto que tiene en el mundo, especialmente en partes como Irak o Afganistán.

Pero lo que más destaca es, sin duda, el increíble trabajo de Joseph Gordon-Levitt, que incorpora la difícil mezcla de candidez, superinteligencia y vulnerabilidad del propio Snowden, aunque no llegue a invocar nunca su desarmante calidez.

Un matrimonio hecho en la NSA

Snowden no pasará a la historia como la mejor película de Stone y está muy lejos de ser la peor. Pero podría ser una de las más importantes, porque hay algo que hace mejor que la de Poitras y es explicar de manera que todo el mundo lo entienda que la gran red de vigilancia masiva, permanente y ubicua tejida por el Gobierno norteamericano nos afecta de manera individual, personal y directa.

Nos recuerda el impacto que puede tener una sola persona en el curso de la historia, una narrativa que encaja como un guante en el imaginario de Oliver Stone, obsesionado con el ingenuo que encuentra su lugar en el mundo, encuentra que está lleno de culebras y debe renunciar a él para salvar su alma.

En su libro, Snowden. Sin un lugar donde esconderse, Greenwald le pregunta por qué le gustan tanto los videojuegos. “El protagonista suele ser una persona corriente, que se encuentra enfrentado a graves injusticias por parte de fuerzas poderosas y debe elegir entre salir corriendo o luchar por lo que cree –contesta Snowden–. Y la historia demuestra que gente igualmente corriente, con la suficiente resolución por la justicia, puede triunfar sobre los adversarios más formidables”. Podría estar hablando de los protagonistas de Platoon, Nacido el cuatro de julio, Wall Street o JFK .

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