Sorogoyen impresiona en San Sebastián con un thriller crudo y clásico
Sigue lloviendo en San Sebastián. Es lo normal este año: chubasqueros y paraguas llenan los pies de las butacas y los pasillos. Por momentos asoma el sol pero de eso poco se percata el público que… está dentro de alguna sala de cine.
La lluvia no ha impedido, eso sí, que algunas grandes estrellas ya se hayan paseado por una mojada alfombra roja. Ethan Hawke, Hugh Grant o Monica Bellucci son algunos de nombres que han tenido el placer de presentar sus películas. Pero lo cierto es que ninguno de ellos ha venido a traer algo nunca visto. Ethan Hawke, amén de ser Premio Donostia, venía con Los siete magníficos bajo el brazo y ha dejado al público más o menos indiferente. Hugh Grant ha traído Florence Foster Jenkins, un drama amable y bienintencionado que no parece causar demasiado revuelo.
Monica Bellucci, sin embargo, sí se la ha jugado con On the Milky Road de Emir Kusturica, pero veremos el aguante que tiene el film de cara al futuro. Por ahora, el que no ha dejado a nadie indiferente ha sido Paul Verhoeven. Pero antes de él vino una sesión de animación y humor ácido de la mano de unos perritos calientes.
Sausage Party, el apetitoso chiste de mal gusto
Sausage PartyConrad Vernon y Greg Tiernan vienen de mundos semejantes y se diría que su primer trabajo juntos está lejos de lo que han sido hasta hoy sus carreras por separado. El primero estaba detrás de proyectos como Madagascar y Monstruos contra Alienígenas mientras que el segundo se había curtido pilotando una serie sobre un trenecito con rostro humano llamada Thomas & Friends. Digamos que su currículum no presagiaba un Sausage Party para nada.
La casualidad ha querido que dos animadores, que empezaron con productos abiertamente infantiles, se juntasen con algunos de los guionistas más mordaces del Hollywood actual llámense Evan Goldberg o Seth Rogen. Y el resultado, lejos de ser una comedia desdeñable, no es tan atrevido ni tan alocado como cree. Cierto es que el diseño de personajes, pensados como mascotas de marca de productos del supermercado, contrasta fuertemente con sus líneas de diálogo, para generar un combo que funciona bastante bien.
Pero es difícil obviar que la fórmula se agota al poco rato y donde esperabas risas e incluso carcajadas, sólo se asoma la complicidad simpática y el “haha” contenido. Un producto que resulta genial por momentos, pero previsible y sólo entretenido en su mayoría. Eso sí, cuenta con uno de los terceros actos más desprejuiciados, imprevisibles y políticamente incorrectos que han pasado por nuestras pantallas en tiempo.
Que Dios nos perdone, un thriller con altura de miras
Que Dios nos perdoneEl nombre de Rodrigo Sorogoyen se confirmó como un talento al que seguir la pista con un debut que aún hoy sigue sorprendiendo por su frescura y su afilada visión. Con Stockholm fue capaz de darle la vuelta a la tortilla de la manida excusa argumental de “chico conoce a chica” gracias a un manejo del tempo y de la capacidad actoral increíble. Por aquel entonces, consiguió conquistar casi todo lo que se propuso, a su paso por el festival de Málaga, por los Premios Feroz y por los Goya.
Con la nominación a Mejor Dirección novel que le arrebató Fernando Franco por la no menos imponente La herida, Sorogoyen tenía ya la capacidad para encargarse de una gran producción, que en esta ocasión ha pagado Atresmedia y que distribuirá a lo grande Warner Bros. El aumento de presupuesto deja sitio para que el talento de Sorogoyen se expanda en forma y en fondo y el resultado es muy notable.
Que Dios nos perdone es un thriller clásico que narra la persecución de un serial killer con el tono distante de la escuela de David Fincher, pero con el desarrollo calmado y el manejo del tiempo de un Bong Joon-ho bastante atento. La mezcla resulta tan perturbadora como acertada y se revela como una de las más considerables sorpresas españolas de este San Sebastián.
Difícil olvidar los registros que manejan Antonio de la Torre y Roberto Álamo, nombres que pueden volar ya por la cabeza de algún miembro del jurado para la Concha de Plata a mejor actor. Ambos sostienen algunos desmanes de guión con una entrega solícita, y convierten a sus protagonistas en una de las parejas policíacas más estimulantes de nuestro thriller patrio reciente. Pena que más allá de ellos, todos sus secundarios estén desdibujados, en especial las mujeres de la cinta. Sorprende que habiendo arriesgado tanto con el personaje de Aura Garrido en Stockholm, Sorogoyen olvide a todos los personajes femeninos que pueblan el filme, cuando en el fondo, la feminidad es uno de los temas clave de su trama.
Elle, una lección de cine incómodo
ElleHay películas que de pura provocación, se caen. Se deshacen a pedazos por no aguantar sobre una estructura sólida todo su ánimo singular, su insistente voluntad de marcar impronta. Elle, sin embargo, es de esas películas que provocan constantemente pero ante la que te rindes: a la última película de Verhoeven no se le ve ni una sola costura.
Cierto es que el director neerlandés lleva en esto del cine más de medio siglo y que su manejo de los códigos y las pautas era ya indiscutible cuando apenas llevaba una década. También, que la película recae enteramente en una Isabelle Huppert excelsa, que controla todos los elementos de guión y está presente en cada plano de la película de una manera u otra. Pero incluso esto podría terminar representando una oda a la provocación sin más: la historia de una mujer que es violada y que decide no denunciar el caso a la policía por razones un tanto oscuras.
Elle es un thriller psicológico tan enrevesado como efectivo, una perversión sexual de 130 minutos. Es una pesadilla y a la vez un sueño húmedo perturbador. Incluso una comedia tan negra como las uñas de un minero. Es, en definitiva, una película tan incómoda como rebosante de genio.
Verhoeven se lo merece pero además puede que abra la veda para que cada una de las crónicas de este festival termine con una frase de cine. De grandes cineastas que pasaron por la ciudad vasca o aquellos a los que siempre se quedó esperando. No importa, aquí lo que cuenta es el séptimo arte y sus maestros. A nadie le sorprendería que Paul Verhoeven tuviese tatuada aquella frase de Orson Welles…