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'The Neon Demon', terror fashion para víctimas de las apariencias

The neon demon, de Nicolas Winding Refn

Rubén Lardín

El argumento de The Neon Demon es sencillo y folletinesco: una huerfanita de tirabuzones dorados se instala en Los Angeles con la intención de escalar la pirámide del éxito, que como es sabido no tiene nada que ver con la de la gloria. Allí la aspirante vagará como un cervatillo desamparado mientras se ve cortejada por una confabulación maléfica de princesas, hermanastras y brujas que parecen escapadas de la peor pesadilla de Walt Disney.

La última propuesta del director de Drive es un caramelo desde su cartelería. Azúcar hecho cristal y por tanto una obra de naturaleza quebradiza donde el personaje principal es la propia película. Un cuento cruel que lo tiene todo para ser sensacional pero que en cierto modo se atasca en la confitería, en un vestir muñecas, espolvorear purpurina y evocar las proporciones divinas disponiendo aquí y allá unos triángulos y unos significados ocultos.

Tenemos chica nueva en la oficina

The Neon Demon es una fábula en torno al instante preciso en que la inocencia es traicionada por el narciso. También quiere ser un ensayo sobre la feminidad y la tiranía de la belleza. Para transmitir esa idea juega al despiste, se encarna en una capsula soluble vacía de contenido y en ese desacuerdo aparente radica el probable valor de una película que se quiere artificio puro y legitimo.

Desde los inicios de su carrera, con títulos como Pusher o Fear X, y ya en películas de madurez como Valhalla Rising o Solo Dios perdona, el danés Nicolas Winding Refn ha demostrado una gestión precisa y astuta del talento que le ha sido otorgado. Entre sus intereses ha destacado siempre un loable empeño por extraer belleza de la violencia, y aunque en más de una ocasión lo ha conseguido, su filmografía todavía no contiene ninguna obra decisiva porque una obra decisiva difícilmente se gesta desde el cálculo, y porque Refn se suele querer más sublime que criminal.

Su última película se pretende obtusa e indescifrable pero en el pecado lleva la penitencia. Por mucho que el director se arrime a Jodorowsky y declare que durante la confección el chileno le tiraba el tarot para leer en las cartas el devenir de la trama, Winding Refn no logra sacudirse sus modales de cineasta cerebral y lo que ofrece es una obra de ingeniería que anhela, sin éxito, trascenderse en material místico.

The Neon Demon es un Damien Hirst del terror. Un meditado buñuelo de viento o, mejor, de luz y de color, cuya ligereza rima por momentos con la naturaleza engañosa de su temática, si bien durante la mayor parte del metraje resulta en trombosis para una película que, sin inventar nunca, se debe demasiado al linaje en que se mira.

El huevo psicológico

The Neon Demon, que pese a sus insuficiencias tiene el buen gusto de tratar el crimen como alta costura y la moda como barbecho de patologías, delata ascendientes ilustres: el fragor sádico de Dario Argento y el juego de contrarios psicológicos que el italiano practicó con los colores en Suspiria, los espacios interiores que exploraron títulos más recientes como Mullholand Drive o Under the Skin y la estética asesina de fotógrafos de moda venidos a más como el francés Guy Bourdin.

Winding Refn, militante confeso del cine fantástico (recientemente se ha ocupado en restaurar el Terror en el espacio de Mario Bava para su reestreno en salas), también evoca, aunque no alcanza a reproducirlo, cierto cine ensimismado, sensorial y abierto a lo aleatorio que se practicó en la Europa de los años 60 y 70. El llamado eurosleaze asociado a las poéticas del erotismo y el horror que nuestro Jesús Franco ayudó a fundar con sus delirios más inspirados.

El director de The Neon Demon adora sinceramente aquel cine y sin embargo aquí desatiende, e incluso rehuye, algunos de sus elementos constituyentes, entre ellos los desnudos gratuitos que tanta falta le hacen al cine actual. Pero su mayor problema es que no logra cristalizar en esplín el tedio que motorizaba aquellas películas, y así la suya transcurre más bien aburrida al menos hasta su último tercio, donde se irá descapotando, se querrá memorable y acaso entregará alguna imagen de poder sisada a los surrealistas.

The Neon Demon es finalmente una película prefigurada pero en cierto modo morbosa y vesánica. El espectador sojuzgado por el cine de nuestro tiempo, y por tanto huérfano de poéticas brutas, tal vez sepa celebrarla como mermelada de diferentes topacios. El feligrés del cine fantástico, aunque quizás le vea el cartón, está obligado a recibirla agradecido y, si le es posible, disfrutarla como lo que es, una atípica y aplicada muestra de terror de pasarela. La herida, en cualquier caso, será superficial.

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