La chulapa feminista y otros siete mitos cinéfilos de Madrid
“La historia del cine es la de un arte que se destruye a sí mismo”, espetó Gian Luca Farinelli, director de la Cineteca de Italia. Hablaba en Madrid, capital que tristemente ha convertido sus salas en un símbolo de esta catástrofe urbana. El cine actual es una experiencia de grandes superficies, luces hospitalarias y sonido envolvente en 4D, como ya denunció la Unesco. Medimos la sutil decadencia de Madrid a través de los cerrojos de la calle Fuencarral y de los datos: el 50% de las películas clásicas se dan por perdidas, según el recién jubilado director de la Filmoteca Española.
Chema Prado centró la maquinaria de la institución en paliar la degradación de los títulos españoles. Una técnica realizada a ojímetro que se basa en pegar trozos de celuloide y limpiar los fotogramas antiguos con vinagre. De este esfuerzo ímprobo nació el ciclo Cineastas madrileños -en el Doré durante el mes de abril- que repasa los emblemas de la ciudad a través de los ojos de sus directores. Esta antología traza un recorrido transversal desde la castiza pradera de San Isidro hasta los trapicheos de drogas en el Lavapiés de la movida. Desde el Madrid de los tres Fernandos -Fernán Gómez, Trueba y Colomo- hasta la zarzuela muda de Eusebio Fernández Ardavín.
Pero en esta máquina del tiempo no hay solo Gran Vías, barrios Maravillas o puentes de la M-40, también encontramos el retrato cómico o demoledor de sus pandilleros, serenos, prostitutas y parados. Revisitamos estas obras para curarnos en salud histórica y aprender ocho cosas de la ciudad de los tejados. Porque como dice el madrileño Fernando León de Aranoa, “la ficción es un maravilloso manual de uso de la realidad”.
1. La chulapa feminista
Durante la Segunda República proliferaron dos tipos de protagonista heredados del Hollywood dorado: la dominante sin tapujos, como Mae West y Marlene Dietrich, y las mujeres intelectuales y avanzadas de Ann Vickens y Una mujer para dos. Estas flappers no siempre se movían por los impulsos más feministas, pero se reían de los hombres y eran dueñas de su propio destino. La publicidad en las revistas de cine se dirigía en un 95% al público femenino y su influencia llegó hasta las producciones patrias de la pre-censura. El título epítome de esta tendencia fue La verbena de la paloma (1935), de Benito Perojo.
Las hermanas Susana y Casta no pueden considerarse adalides del feminismo que conocemos en el S.XXI. Son mujeres que rezuman carácter por los poros, pero también caen en la rueda patriarcal de los matrimonios de conveniencia. Para la época, sin embargo, es una película desinhibida y cercana a ese reflejo estadounidense de los años 30.
2. Qué bello es vivir...en el Madrid de la censura
Juan Antonio Bardem quiso firmar con ¡Felices Pascuas! (1954) nuestra versión oscura del Qué bello es vivir de Frank Capra. Nos acerca a las navidades de un Madrid de extrarradios y ropa tendida de balcón a balcón, aromas a cocido y precariedad, privaciones e incertidumbre por el futuro. Bardem -que militaba clandestinamente en el PCE- quiso maquillar su visión crítica para superar el filtro de la censura y se pasó con los brochazos. El resultado es una comedia agradable que esconde, bajo sus muchas capas, el reflejo de una sociedad oprimida por la autarquía franquista.
3. Cuando en Malasaña no había hipsters
El mundo sigue (1963) fue la cinta extraviada de Fernando Fernán Gómez. Está ambientada en un barrio Maravillas (ahora Chueca y Malasaña) muy diferente al que conocemos hoy en día. En el Malasaña de la posguerra no había locales cool ni librerías independientes, sino ultramarinos y podredumbre. “Además de adulterio, ambición, violencia y maltrato a la mujer. Pero es que es lo que rodeaba a nuestra sociedad en ese momento, tanto en Madrid como en Barcelona”, decía su protagonista Gemma Cuervo. Por supuesto fue vapuleada por la oficina de censura de Gabriel Arias Salgado y marginada de las salas de la capital.
En julio de 2015 se repuso en trece cines de toda España, justo cincuenta años más tarde de su estreno clandestino en Bilbao.
4. El delincuente es la nueva estrella de cine
Robos, persecuciones de coches a ritmo de Los Chichos, comisarías, drogas y mucho sexo eran el escenario en pantalla del Madrid de finales de los 70. Este reflejo documental de los suburbios de las grandes ciudades recibió su propia etiqueta: el cine quinqui. La figura romántica del delincuente inspiró grandes taquillazos como Yo: el vaquilla, Perros callejeros o Navajeros. Raúl Peña, a diferencia de José Antonio de la Loma o Eloy de la Iglesia, no era el típico cineasta kinki, pero engrosó la lista con su mítica Todos me llaman gato (1980). Los paseos de su antihéroe por los tejados nos dejaron algunas de las mejores panorámicas de la ciudad.
5. En Madrid no saben cortar la carne
O al menos eso afirma Oscar Ladoire en una de las escenas más memorables de Ópera prima Ópera prima (1980). Fernando Trueba trasplantó ese aire de comedia de Woody Allen y cine francés a una plaza de Madrid. No había apartamento en Manhattan pero sí buhardilla hippy en el Foro. Paralela al estilo quinqui, surgió la llamada Comedia Madrileña, un género urbanita y desenfadado que se centraban en los problemas chic de la juventud de la época. “Me siento orgulloso de su ausencia de mensaje y doctrina”, presumió en su día el mayor de los prolíficos Trueba.
6. Los camellos de los 80 se bajan al moro
Fernando Colomo fue el segundo estandarte de la Comedia Madrileña junto a su colega Trueba. En la jerga de la ciudad, Bajarse al moro significaba viajar a Marruecos para pillar droga y colocarla en la capital. Colomo situó estas jerarquías del trapicheo en el barrio de Lavapiés. Su humor fue acusado de ser demasiado bobalicón para la seriedad del tema que abordaba, pese a que muestra sin tapujos el inframundo de la adicción. “La comedia madrileña nunca existió. Fue solo una frase que surgió en un Festival de San Sebastián”, se defendía el director.
7. Groucho Marx se llevó la juventud de los madrileños
“Mi juventud...¡puedes quedarte con ella!” es una cita de Groucho Marx y el subtítulo de la cinta Sus años dorados. Emilio Martínez Lázaro insistía por enésima vez en la futilidad de las grandes metrópolis. Donde los jóvenes viven rápido, se muerden la yugular por un puesto laboral y se olvidan de las ganas de vivir. Sus dos protagonistas se quedan en el paro y recuperan su esencia como en El café de la juventud perdida de Patrick Modiano. Su visión crítica está ahora más vigente que nunca. “Es una película para resolver las preguntas de las nuevas generaciones. Ellos mismos no saben lo que son; seguramente no son nada. Algunos, ni siquiera jóvenes”.
8. La Gran Vía no tiene nada que envidiar a Nueva York
El crack no solo nos ha ha regalado la mejor vista de pájaro de la Gran Vía junto a Abre los ojos. José Luis Garci era un enamorado de Madrid y, en su opinión, no tenía nada que envidiarle a la Gran Manzana. Con un telón de fondo de cine negro, nos ofrece una visión social y cultural de la España madura de principios de los 80.
Las películas destacadas son solo ocho de las 21 sesiones que ofrece la Filmoteca Española del 3 al 26 de abril. Si quiere consultar la programación completa, pinche aquí.pinche aquí