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Ocho claves para entender la animación 'stop motion' en la era digital

Henry Selick y Tim Burton en el set de "Pesadilla antes de navidad"

Francesc Miró

Este año, en nuestro país se han estrenado cerca de 18 largometrajes de animación, prácticamente uno cada dos semanas. De ellos, unos cuantos estaban realizados mediante animación “tradicional”, el dibujo animado, como por ejemplo El niño y el mundo o las dos últimas películas de Studio Ghibli, La Princesa Kaguya y El recuerdo de Marnie. El resto han sido películas hechas casi exclusivamente utilizando técnicas digitales entre las que se cuentan Buscando a Dory o Zootrópolis.

Solamente una película de animación en stop motion ha llegado a nuestras pantallas a día de hoy, aunque se trata de una joya llamada Anomalisa. A pesar de todo, la técnica mediante la que está creada el largometraje de marionetas dirigido por Charlie Kaufman solo representa el 5% de las películas de animación de este año.

Por lo menos hasta esta semana en la que se estrena Kubo y las dos cuerdas mágicas.  Su llegada es también la nueva oportunidad para ver algo de Laika, el estudio de mayor proyección internacional en producción de películas de stop motion ahora mismo. No en vano, Kubo es distribuida por Universal Pictures y el nombre de la empresa es parte de un accionariado en manos de la multinacional Nike.

A pesar de todo, el estudio Laika es de los pocos que sigue ofreciendo producciones realizadas con este método, que muchos consideran la primera y más antigua forma de realizar animación. He aquí algunas claves para entender su importancia y su influencia en el cine de hoy.

¿Qué es la animación stop motion?

stop motionEmpecemos por el principio. Stop motion es una técnica de animación que consiste en la consecución lineal de una sucesión de imágenes fijas, que una detrás de otra crean ilusión de movimiento. Es decir, una fotos que al juntarse convierten a los objetos estáticos retratados en animados.

Es pues, una técnica manual que requiere muchísimo trabajo si el objetivo es que los movimientos entre foto y foto parezcan fluidos y naturales. Si se quiere que la ilusión de realidad, objetivo primario del cine, sea creíble.

Nos podemos hacer una idea si recordamos que tradicionalmente el anime japonés había animado sus dibujos a ocho fotogramas por segundo, o que Disney lo había hecho a doce, aumentando a 24 en escenas de mayor complejidad. Pues bien, para películas como El alucinante mundo de Norman, que Laika estrenó en 2012, hicieron falta 320 animadores recreando texturas, fondos, modelados y colores, con un movimiento de 24 fotogramas por segundo, capturado por sesenta cámaras a la vez. También es cierto que la mayoría de películas realizadas con esta técnica actualmente se hibridan con programas digitales.

De muñecos a plastilina

Lo cierto es que la animación, y el cine en general, no responde casi nunca a un técnica concreta ni exclusiva. Para realizar una película como Buscando a Dory se utilizan miles de bocetos dibujados a mano y se recrean figuras que expresan el diseño básico de personajes que reconstruir digitalmente.

Dicho esto, en términos genéricos el stop motion no sería ni una cosa ni otra. Y a su vez sería todo aquello que su autor quisiese pues puede ser realizado con marionetas, con plastilina (conocido habitualmente como claymation), con objetos rígidos en movimiento, con collages y con tantas formas como imaginación se tenga. Solo es necesario mover un objeto y apretar el obturador.

Pioneros: los inicios más artesanales

No hay un padre capital del stop motion. Su creación es compartida por muchos artistas que fueron descubriendo nuevos caminos de expresión en esto de dar vida a cosas inertes. Lo que sí que se podría aventurar es que hubo precursores y pioneros que llevaron a cabo filmes utilizando esta técnica cuando aun no se llamaba así.

Segundo de Chomón rodó El hotel eléctrico en algún momento de 1908, pocos años después de que naciese el cinematógrafo en sí mismo. En aquel filme, había objetos que se movían por arte de magia y que actuaban como si tuviesen vida propia. Aquello era stop motion aunque nadie le había puesto nombre.

Lo mismo hizo Ladislas Starewitch pocos años después con La venganza del camarógrafo, una historia de escarabajos y relaciones extramatrimoniales que, por supuesto, no estaba hecha con insectos de verdad.

La Europa en conflicto

Al cine le tocó afrontar como a ningún otro arte los conflictos del siglo XX porque aun caminaba a cuatro patas y en pañales. Toda la historia del cine se reduce a poco más de cien años y en ellos está condensada toda su evolución y su cambios. A los pocos años de nacer, la animación stop motion tuvo que sobrevivir a la Primera Guerra Mundial y a las atrocidades de la Segunda. Pero en aquellos años aparecieron talentos europeos que la hicieron evolucionar en distintas vertientes.

Al trabajo de los pioneros se les unió la directora de cine alemán Lotte Reiniger cuyo teatro de sombras animado Las aventuras del príncipe Achmed sigue siendo hoy uno de los mejores filmes de la historia del cine. Pero en Alemania no se quedó el fenómeno. En la URSS Aleksandr Ptushko dirigía una particular versión de la novela de Jonathan Swift en El nuevo Gulliver.

En España, Adolfo Aznar creaba un corto adelantado a nuestra cinematografía Pipo y Pipa en busca de Cocolín. Y en Checoslovaquia, Karel Zeman experimentaba con los límites narrativos y técnicos de este tipo de cine con obras como La rebelión de los juguetes o Las tentaciones del señor Prokouk. Incluso Bélgica llevaba a cabo su primera adaptación de la obra de Hergé en Tintín: El cangrejo de las pinzas de oro.

El legado de Ray Harryhausen

Mientras en el viejo continente se experimentaba, al otro lado del charco la stop motion llegaba a manos de los grandes estudios. El año 1933 nacía el temible King Kong, pesadilla de muchos que no era más que una figurita de 45 centímetros. Lo crearon las manos de Willis O'Brien, un señor que había huido de casa a los once años pero que nunca dejó de jugar con muñecos. Él fue quien le enseñó, en las postrimerías de los cuarenta, el mundo de la animación a su joven ayudante, Ray Harryhausen.

Aunque tardase unos años, Harryhausen se convertiría en uno de los más influyentes creadores de efectos especiales del siglo pasado gracias a aquellas enseñanzas. Fueron sus manos las que catapultaron la industria audiovisual a otro nivel en películas como Jasón y los argonautas o Furia de Titanes. Y lo hizo con stop motion.

Surrealismo y experimentación

No solo el cine comercial de Hollywood se aprovechó de estos avances. A mediados de los sesenta y durante las décadas siguientes, este método mutó en un lenguaje que posibilitaba el tanteo formal con distintos géneros cinematográficos. Los hermanos Quay y Jan Švankmajer, cuya obra reunió el CCCB y La Casa Encendida hace un par de años, fueron algunos de los artistas que jugaron con su talento.

De Timothy y Stephen Quay existen un puñado de pesadillas y alucinaciones que harán las delicias de aquellos que piensen en el stop motion al servicio de diseños infantiles. Jan Švankmajer lleva cuatro décadas estirando las posibilidades del surrealismo en obras como Oscuridad, luz, oscuridad o La muerte del estalinismo en Bohemia.

De los ochenta hasta hoy

A finales de los ochenta, un hombre llamado Peter Lord rodó un cortometraje que marcaría su futuro para siempre: My Baby Just Cares for Me. Hacía poco más de una década que él y su compañero David Sproxton habían fundado Aardman Animations. Por desgracia, sus bolsillos no daban para realizar largometrajes y no hacían más que anuncios y secuencias en programas de televisión infantiles.

Hasta que, gracias a sus pinitos en la animación adulta, consiguieron financiación para contratar a un nuevo artista: Nick Park. Juntos crearon Wallace & Gromit, unos personajes que llevaron el stop motion a cotas de popularidad inauditas.

Mientras Aardman Animations marcaba la pauta, en tono y en diseño, de lo que serían muchas series realizadas con esta técnica, Tim Burton  hacía de las suyas. En 1982 daba a luz a una obra de culto llamadaVincent  iniciando otra vertiente que seguirían gente como Adam Elliot o Henry Sellick. La labor de todos ellos hizo que el stop motion alcanzase un particular cénit creativo hollywoodiense con largometrajes como Pesadilla antes de navidad o James y el melocotón gigante. Muchos conocen el stop motion gracias a ellos.

Frente al auge digital

Actualmente, el cine de animación en stop motion se ha sabido mantener alejado de corrientes y modas. Siguiendo su particular camino, algunas de las mejores películas de animación de los 2000 hasta hoy están realizadas animando una foto, detrás de otra, detrás de otra. Como si acudiendo a métodos ancestrales se pudiera captar algo de la magia que enamoró a Segundo de Chomón hace más de cien años. Como si esas historias solo pudiesen narrarse así.

Mary and Max es una de esas películas que dejan al espectador pensando que ha visto algo único que en cualquier otro formato no llegaría ni de lejos a emocionar como lo hace. Lo mismo les pasa a las marionetas de Kaufman en Anomalisa, más humanas que muchos actores de carne y hueso. Los mundos de Coraline recuperaba una estética que no había llegado a caducar, pues allí estaba Tim Burton para regalar La novia cadáver a la generación de Toy Story.

Aunque la del estudio Laika llegó aun más lejos: reformulaba el alcance estético de este tipo de animación en el nuevo milenio con una capacidad para capturar la maravilla, con un diseño de personajes envidiable y una turbiedad en su mensaje que la hacían digna sucesora de la escuela burtoniana. Una senda que siguieron explorando en la simpática El alucinante mundo de Norman y que descuidaron más en Los Boxtrolls.

Sea como fuere, con Kubo y las dos cuerdas mágicas y esperando el estreno de El Principito de Mark Osborne, solo podemos pensar que el stop motion aun tiene mucho que decir. Mientras, seguiremos cantando las canciones de Jack Skeleton.

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