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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El ocaso del héroe de acción

Enemigos íntimos.

Javier Pulido / Javier Pulido

Madrid —

Hubiera sido el combate cinematográfico del siglo hace 25 años, pero llega tarde. Plan de escape, el esperado enfrentamiento de igual a igual entre Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger, se ha saldado con unos pobres 25 millones de dólares en taquilla (en el resto del mundo ha funcionado algo mejor) y una leve marejadilla mediática.

Hacen lo que pueden en una película que da lo que promete, fuegos de artificio y confrontación física, pero las nuevas generaciones de espectadores ya no los necesitan. Fueron los Bela Lugosi y Boris Karloff del cine de acción. Se odiaron a muerte en la cúspide de sus respectivas carreras y se han pasado los últimos años lanzándose guiñitos y piropos. Si han de retirarse, lo harán fundidos en un abrazo de boxeador.

Los encanecidos héroes de acción de los ochenta se han convertido en una especie en peligro de extinción. Durante años se les vio cazar orgullosamente en solitario, exhibiendo sus credenciales de macho alfa a la mínima oportunidad. Ahora salen en pareja o buscan abrigo en el calor de la manada, en un titanico esfuerzo por desafiar las darwinistas modas hollywoodenses. Puede que la industria ya no les quiera, pero ellos morirán con las botas –y el bótox– puestas.

“Los actioners de los 80 se resisten a firmar la jubilación y buscan o impulsan proyectos que repiten los esquemas que les lanzaron a la gloria, con los mismos moldes narrativos y colección de clichés. Las dos entregas de Los mercenarios o Plan de escape son anacrónicas, más por las formas que por el tipo de mamporrero que presentan”, explica Raúl Álvarez, director editorial de La Guía del Ocio y experto en el género.

No es que este tipo de héroe fatigado se haya convertido en nuevo canon de las películas de acción, es que nadie parece dispuesto a coger el relevo. Mucho peor: es el mismo género el que ha caído en desuso. Hace ya muchos años que Hollywood renunció a financiar en masa películas de acción a la vieja usanza. Por esa grieta de la industria se ha colado Stallone en los últimos años para explotar la insaciable nostalgia de los treintañeros que crecieron fascinados por los héroes lacónicos y ultraviolentos a los que dio vida. Ni tiene competencia ni se la espera.

De la misma astilla: The Rock, Vin Diesel, Jason Statham

En su hora del crepúsculo, el héroe de acción ha renunciado a captar nuevas audiencias. Tan sólo busca recuperar a su público cautivo con el mensaje “Seguimos por aquí, exactamente igual de duros y auténticos que hace 30 años”, que suelen intercalar con chascarrillos sobre su avanzada edad. ¿O es que a alguien le extraña que el único miembro del equipo de Los mercenarios que muerde el polvo sea precisamente su integrante más joven?

Por si no estaba suficientemente claro el mensaje, Stallone se alió hace meses con el director Walter Hill para enseñar a todos los Channing Tatum del mundo cómo se las gastaban en en su época. La muy ilustrativa Una bala en la cabeza es un decálogo del actioner con frases tan memorables como “Tengo algunas reglas..., ni mujeres ni niños”; “A veces tienes que renunciar a tus principios y hacer lo correcto” o “¿Vamos a pelear o planeas matarme de aburrimiento?”.

Cuando Sly y Arnie se decidan a colgar definitivamente los guantes, ¿morirá el género con ellos? No les sobran aspirantes. Hubo un momento en el que parecía que The Rock podía convertirse en el nuevo tipo duro oficial, pero su nombre no garantiza buenos resultados de taquilla, excepto cuando forma parte de una franquicia ya rentable y establecida como A todo gas, en la que comparte reparto con otro príncipe destronado: Vin Diesel.

Stallone ya ha nombrado hijo adoptivo a Jason Statham. Hace años escribió un guión para una posible futura entrega cinematográfica de Rambo, pero los achaques le convencieron para que su papel principal lo interpretara en pantalla su compañero de correrías en Los mercenarios. Homefront, que así se ha acabado llamando el proyecto, ha costado poquito y no le faltan alicientes: James Franco se lo pasa de miedo haciendo de malo y Winona Ryder se come al resto del reparto, pero ni con esas. Su taquilla ha sido discreta y Statham tendrá que esperar a Los mercenarios 3 para volverlo a intentar.

Los violentos de Reagan

Los violentos de Reagan“Chico, vi Rambo anoche. Ahora sé lo que tengo que hacer la próxima vez que ocurra esto”, se jactaba Ronald Reagan en junio de 1985 tras superar la crisis de los rehenes en Beirut. No exageremos: las action movies de los ochenta no fueron exactamente el brazo cinematográfico de la Administración republicana, pero sí contaban con su bendición.

Nacieron como respuesta hipermasculinizada, violenta y reaccionaria al radicalismo de los años 70 y exaltaron la política exterior de Reagan, basada en la coacción, la exhibición de músculo y poderío militar y la amenaza constante. Una fantasía imperialista que se exportó con fruición al resto de Occidente y que quedó grabada a fuego en el imaginario de al menos dos generaciones de espectadores, con títulos como Comando (Mark L. Lester, 1985) o la trilogía Desaparecido en combate, por citar un par de ejemplos de entre los cientos que se filmaron.

Es precisamente el tufo ideológico que desprenden muchos de estos títulos el responsable de que aún no se haya procedido a una revalorización sin prejuicios de aquella hornada de películas, tan inseparables de su contexto. De los héroes de clase obrera interpretados por Stallone, casi un género en sí mismo, al escapismo sci-fi de Schwarzenegger, hubo muchos más matices de los que la memoria popular recuerda. El cine de acción fue trabajado por un puñado de buenos directores –John Milius, Paul Verhoeven o James Cameron– y nos legó al menos una obra maestra indiscutible, La jungla de cristal (John McTiernan, 1988), amén de decenas de joyitas por redescubrir e incontables placeres culpables.

En 1993 se estrenaba El último gran héroe, un extraño blockbuster que parodiaba los tics de las películas de acción que habían reventado la taquilla durante los ochenta. Fue un fracaso rotundo y el comienzo del declive de la carrera de Schwarzenegger. La parodia llegaba tarde.

Cuatro años antes, la industria ya había comenzado a emitir las primeras señales de agotamiento del paradigma. El mismo año en que se marchaba Reagan llegaba otro justiciero desquiciado, el Batman de Tim Burton, a quien Stallone siempre ha echado la culpa de su caída en desgracia. Su éxito provocó el desembarco de vistosos trajes de látex y flamantes efectos especiales, que fueron paulatinamente reemplazando a torsos cincelados, nudillos ensangrentados y explosiones de baratillo. Un año antes, Bruce Willis quebrantaba la tradición de héroes monosilábicos con su verborreico John McClane, un personaje perfectamente anodino que se convertía en héroe al enfrentarse a una situación extraordinaria.

“Ellos hacen lo que nos gustaría hacer”

“Ellos hacen lo que nos gustaría hacer”

McClane es el precedente del héroe cinematográfico posmoderno, pragmático y cínico, que prefiere servirse a sí mismo antes que a ninguna causa, como explica en Estrategias de guión cinematográfico Antonio Sánchez-Escalonilla, profesor de Guión Audiovisual en la Universidad Rey Juan Carlos.

“Jason Bourne (Matt Damon) o el nuevo Bond (Daniel Craig) no son sólo armarios roperos de músculos. Son iconos de la moda, la publicidad y lo cool, buenos actores que de vez en cuando hacen 'una de acción', y no malos actores que no valen para otra cosa. En la conexión también influye su carácter descreído y nihilista, son más antihéroes que héroes, y sus dudas sobre la justicia conectan con el descreimiento de la sociedad hacia las instituciones y los valores tradicionales. De algún modo, ellos hacen lo que nos gustaría hacer. Y, además, con clase”, apunta Raúl Álvarez.

En el tránsito de la novela a la gran pantalla, se han eliminado todas las referencias de la saga Bourne a Vietnam y la Guerra Fría, convirtiendo al personaje –al menos, en la versión protagonizada por Damon/Jeremy Renner– en un antihéroe apátrida y amnésico enfrentado a cara de perro con una organización tan antipática como la CIA. “En el cine actual, y en un momento de crisis como este, no caben héroes inmaculados de una pieza. El lugar de estos se ha quedado en la épica tipo El Hobbit, en la fantasía, en la utopía”.

Tampoco les veremos lavando la conciencia culpable de las administraciones ni ganando guerras en celuloide o digital que se perdieron en la vida real. Como explica Álvarez, Hollywood ya no recurre a los héroes de acción para pintar su retrato geopolítico de principios de siglo. “Las heridas abiertas en Irak o Afganistán se filman con amargura, con sentimiento de culpa y subrayando los errores y mentiras de los políticos, quizá porque los directores que se han atrevido están en las antípodas ideológicas de los gobernantes que desataron los conflictos”.

“No son guerras heroicas, por un ideal, como sí lo fue (en el cine) la Segunda Guerra Mundial –matiza Álvarez–. Son avisperos donde los soldados mueren, los altos mandos mienten y los civiles sufren. La batalla de Hadiza, Redacted, Jarhead, En tierra hostil, Green Zone, Red de mentiras o el documental Guerras sucias son alegatos duros, imposibles de concebir para otros conflictos de la historia americana. Y en esos relatos no caben héroes. Todos son víctimas de una mala decisión y sufren las consecuencias”.

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