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La revolución cubana vista por el documental de su época

Fotograma de Salut les Cubains de Agnès Varda.jpg

Francesc Miró

Al cine documental cubano le ha pasado un poco lo que le pasó en su momento a la película más famosa de Mijaíl Kalatózov. Su monumental Soy Cuba se estrenó en 1964 ante la total indiferencia de público y estudiosos de arte. Tuvieron que pasar treinta años para que un italoamericano como Martin Scorsese, rescatase la película del olvido y promoviese su redifusión por todo el mundo.

De la misma manera, el cine documental de la isla vivió un auge experimental a lo largo de los sesenta, limitado por sus medios técnicos pero totalmente libre en cuanto a temáticas, enfoques y profundidades sobre la realidad cubana de la época. Pero como a la película de Kalátazov, han tenido que pasar muchos años para que la Historia del Cine (la que va con mayúsculas), empiece a valorarlo como se merece.

Con la intención de resarcir algunas de estas obras, el Museo Reina Sofía presenta el ciclo Por un cine imposible: Documental y vanguardia en Cuba (1959-1972). Se trata de una serie de proyecciones dedicada a las corrientes documentalistas nacidas en torno a la Revolución, un episodio artísticamente impetuoso, pero tristemente ignorado. Unido al impulso de mostrar una realidad nueva y repensar la función de la imagen, el documental en Cuba fusiona la realidad con la agitación del montaje, produciendo un manifiesto visual irrepetible. Un programa de proyecciones que se realizará del 16 de junio al 9 de julio en el Edificio Sabatini.

La proyecciones, con formatos originales procedentes del ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos), se articulan mediante un diálogo continuo la exposición retrospectiva que el Reina Sofía dedica al artista Wifredo Lam.

Cuba y el cine imposible

El año nuevo cubano de 1959 cambió la historia de la isla para siempre. El 1 de enero, las fuerzas del Ejército Rebelde caminaban victoriosas por Santiago de Cuba, mientras el dictador Fulgencio Batista huía a EEUU. Una madrugada que puso fin a la dictadura e inició una época radicalmente distinta para la isla del Caribe.

Con una nueva Cuba, nacía una nueva escena artística en la que la vanguardia del cine documental ocupó un papel preponderante. Apenas una década después de aquel año nuevo, Julio García Espinosa, una de las figuras más importantes del cine cubano, escribía el manifiesto titulado Por un cine imperfecto. Una reflexión sobre la práctica del cine revolucionario que sostenía que las imperfecciones del cine de bajo presupuesto en realidad generaban un diálogo público más accesible que el de las grandes producciones. Esta tesis, planteada en una de las piezas más destacadas del ciclo, la película Tercer mundo, tercera guerra mundial que se podrá ver el viernes 23 de junio, queda demostrada en muchas otros films del ciclo.

Como sostenido por el manifiesto de Espinosa, el documental que surge en Cuba en los años sesenta implica una paradoja: es el momento de la aparición de las nuevas cámaras de 16mm, utilizadas por la estética revolucionaria del cinéma vérité en el resto del mundo. Sin embargo, en Cuba, el cine sigue atascado en los 35mm. Algo que contrasta con la motivación que expresan sus cineastas nativos, que aprenden rápido a superar y trabajar con esas limitaciones. Su mirada se centra en el contexto convulso y cambiante que les rodea. La Revolución desata un frenesí de proyectos, con nuevos creadores que salen a las calles entusiasmados por narrar la actualidad.

Como contrapunto a este cine, el programa incluye una selección de filmes realizados por cineastas extranjeros llegados a Cuba durante los primeros años de la Revolución. Es el caso de Joris Ivens, que acepta entusiasmado una invitación del ICAIC para rodar dos películas, o de Chris Marker y Agnès Varda, que ruedan por decisión propia testimonios puntuales de solidaridad.

Con todo ello, se busca representar un movimiento ignorado en las historias de la vanguardia, pero fundacional en la transformación del documental como medio fílmico que negocia con un momento histórico clave.

Guerra y lucha de la mujer cubana: germen del cine imposible

Doce sesiones pretenden explorar el amplio espectro de visiones sobre Cuba que ofrece el ciclo. En sus primeras proyecciones se buscará mostrar los orígenes del modelo visual del documental. El Mégano abre el ciclo al considerarse el trabajo precursor del género. Una cinta dirigida por los miembros fundadores del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficas, creado por la Revolución en 1959 bajo la presidencia de Alfredo Guevara. Fechado en 1955 y realizado en la clandestinidad, el documental fue requisado en su primera proyección por la policía secreta del dictador Batista. Se trata de una reconstrucción neorrealista en la que se denuncian las condiciones miserables de los trabajadores del carbón en la región de la Ciénaga de Zapata.

No obstante, después de hablar de sus orígenes, el ciclo centrará su visión en las luchas de la clase obrera en general, y de la mujer en particular. Salut les cubains, de Agnès Varda, mostrará una oda a la isla, a su gente y a su cultura que él mismo definió como un retrato de “socialismo y chachachá”. Fidel Castro apuntó que encarnaba a Cuba “del mismo modo que Gary Cooper encarna al Salvaje Oeste”.

Aunque la Revolución Cubana fue escasamente feminista en un sentido actual, la mejora de los derechos y la situación de la mujer ocupaba un lugar destacado entre sus prioridades. Ella, realizada por el veterano cineasta danés Theodor Christensen, es la primera película en abordar el tema de la situación de la mujer en el marco de la Revolución. Desechando la narración, el filme usa diversos métodos para explorar las vidas de una aspirante a actriz y su reticente madre.

Sara Gómez, representante de la intelectualidad negra, fue la primera cineasta femenina en dejar su impronta en el cine cubano. La última película que realizó antes de su muerte en 1974, De cierta manera, es una fuerte crítica al machismo presentado como una herencia del subdesarrollo. Un tema que sigue abordando en dos películas anteriores, que se proyectarán el sábado 18 de junio. Iré a Santiago es un afectuoso y divertido retrato de Santiago de Cuba y su gente, un documental de viaje de estilo free cinema con mucha música. Mientras que Y tenemos sabor, es un recorrido por la exótica gama de instrumentos de percusión utilizados en la música cubana y los orígenes de estos. Gómez era música de formación y su montaje sincopado captura a la perfección el ritmo de la vida cubana. Por eso, lo que ofrece el ciclo Por un cine imposible: Documental y vanguardia en Cuba (1959-1972) es una oportunidad única para descubrir a uno de los nombres femeninos más importantes del cine cubano.

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