Los Puccio, la familia del horror que llena las salas de cine
Una calle arbolada en un suburbio bonaerense de clase acomodada. Una familia numerosa y ejemplar. Y un secreto. Un gran secreto escondido en el sótano, que hace 30 años conmocionó a un país entero y que hoy lo empuja en masa a las salas de cine. El clan, la película de Pablo Trapero producida por los hermanos Almodóvar, ha tenido el estreno más exitoso de la historia del cine argentino, con casi 1,8 millones de espectadores en apenas dos semanas.
La película, que competirá por el León de Oro en el Festival de Venecia la semana próxima, se mete en la intimidad del llamado Clan Puccio, que secuestró y asesinó a tres empresarios a principios de los 80. La única que sobrevivió a su furia codiciosa fue Nélida Bollini de Prado, rescatada por la policía el 23 de agosto de 1985. Había pasado 32 días atada a un camastro mientras el resto de la familia hacía su vida normal escaleras arriba.
Pero al derribar el falso muro que separaba la cotidianeidad del horror en casa de los Puccio los agentes también abrieron la puerta a otro sótano, el de las cloacas de un Estado violento en plena transición a la democracia. Porque Arquímedes Puccio –interpretado por un inquietante Guillermo Francella (el compañero de Darín en El secreto de sus ojos)– era además de un padre manipulador y un criminal, un agente oscuro relacionado con los servicios de inteligencia de una Argentina aún más oscura.
Se cree que perteneció al movimiento Tacuara (terrorismo de extrema derecha) y a la Triple A (un grupo paramilitar anticomunista y precursor del terrorismo de Estado de la dictadura), además de trabajar para la SIDE sin que se sepa aún hoy en qué cometidos. Puccio, que estaba muy bien conectado con el mundo del poder, llegó a ser vicecónsul en Madrid, pero fue destituido tras una acusación de tráfico de armas.
“Lo que ocurrió entre 1982 y 1985 es producto de ese periodo particular, de una situación que no había terminado de sanearse con el comienzo de la democracia”, dice el también guionista del filme, Pablo Trapero. El director de Mundo grúa o El bonaerense llevaba años obsesionado con la historia, y en 2007 comenzó las pesquisas que acabaron en esta minuciosa reconstrucción del contexto político de los 80, de la actividad criminal de los Puccio y de su intimidad.
Una familia “muy normal”
Arquímedes y Epifanía –él contable, ella profesora– tenían cinco hijos: Alejandro, Silvia, Daniel, Guillermo y Adriana. En el momento de la detención tenían entre 14 y 25 años. Sólo los más pequeños esquivaron las acusaciones judiciales. Guillermo porque se había ido de casa. En el caso de Adriana, el juez consideró que ella no podía entender las dimensiones de lo que pasaba en ese 'hogar dulce hogar' en el que su padre la ayudaba con las matemáticas antes o después de pedir millonarios rescates y donde su madre cocinaba para ellos lo mismo que para los prisioneros que languidecían en el sótano o encadenados a la bañera.
Los que sí formaban parte de la banda –junto a un exmilitar y otros dos amigos de Arquímedes– eran Alejandro y Daniel (alias Maguila), que volvió de Australia para ayudar en el 'negocio' familiar.
Pero quizá el personaje más enigmático de la historia sea Alejandro, un talentoso deportista que incluso había jugado en la selección nacional de rugby: Los Pumas. ¿Por qué un joven exitoso, enamorado y popular es incapaz de escapar al influjo criminal de su padre? Esa es la pregunta que Trapero plantea con fuerza en cada escena de la película, en cada mirada gélida que Francella lanza al joven Peter Lanzani, cuya interpretación ha sorprendido a la crítica local, ya que aquí es conocido por sus papeles en tiras adolescentes y por ser el novio de la protagonista de Violetta.
“Arquímedes era un psicópata, pero toda la familia estaba enferma”, explica la jueza María Servini de Cubría –que hoy lleva adelante la querella contra los crímenes franquistas– entonces una joven magistrada que entró en casa de los Puccio aquel 23 de agosto de 1985. Todos los que trataron al jefe del clan coinciden en su amabilidad y buenas formas escondían un ser violento y frío.
Los amigos del Club Atlético San Isidro (CASI), donde jugaba Alejandro, defendieron su inocencia mucho tiempo. Pero las pruebas eran contundentes. Dos de los secuestrados eran también rugbiers y conocidos suyos: Ricardo Manoukian y Eduardo Aulet. Sus familias pagaron millonarios rescates, pero ambos acabaron con la cabeza repleta de plomo.
Alejandro intentó suicidarse cuatro veces. La primera, poco después de ser detenido, arrojándose esposado desde un quinto piso en el palacio de Tribunales. Falleció en 2008, cuando ya estaba en libertad, supuestamente a causa de las secuelas que le causaron tantos coqueteos con la muerte.
“¿Extraña a su hijo Alejandro?”, le preguntó el periodista Rodolfo Palacios a Arquímedes Puccio en una entrevista en 2011, y que forma parte de la investigación que publica en estos días El Clan Puccio (Planeta). Arquímedes, ya en libertad, ejercía como abogado (se graduó en la cárcel) y vivía en una pensión miserable en La Pampa. Esta es la conversación publicada en la revista El Guardián:
–¡Cómo no lo voy a extrañar! –Los ojos se le ponen brillosos–. Murió por todo lo que le hicieron. Ya me las van a pagar. La última bala será para mí.
–¿Usted no secuestró a los empresarios ni ordenó matarlos?
–¡No! No tengo nada que ver.
–A usted lo detuvieron in fraganti queriendo cobrar un rescate. Además los testigos lo incriminaron.
–Mentira. De lo único que me hago cargo es del secuestro de Bollini del Prado. Pero no fue por plata. Fue un secuestro político. En la jerga nuestra, una detención. Lo hicimos porque ella tenía una funeraria y nosotros sospechábamos que había enterrado dos desaparecidos. Yo era montonero.
–¿Montonero? Si usted era de Tacuara y colaboró en la Triple A.
–¡Eso es falso! Me opuse a la dictadura.
–¿Sigue viendo a sus hijos?
–No quiero hablar de ese tema. Sufrimos mucho y quiero cuidarlos.
–¿Ahora va a decir que eran una familia muy normal?
–¡Claro que éramos una familia muy normal!
Silvia murió de cáncer en 2011. David Maguila Puccio esquivó la cárcel por un error judicial y estuvo en paradero desconocido hasta que volvió a buscar el certificado de prescripción del delito. Se cree que Guillermo vive en Nueva Zelanda. Adriana, la hija menor, vivió un tiempo a cargo de unos tíos y se cambió el apellido. Una revista acaba de publicar fotos de su vida anónima como empleada. Epifanía, que tampoco fue condenada, ya tiene más de 80 años. Ninguno de ellos volvió a tener contacto con Arquímedes.
El líder del clan, que en su vejez se jactaba ante las cámaras de seguir siendo un tipo peligroso, de haberse acostado con cientos de mujeres, murió solo. Nadie reclamó su cuerpo, y fue enterrado en una fosa común. El clan se mantuvo unido en el horror pero no en el castigo.