'Museomaquia': Durero y Hopper discuten en bocadillos
No es la primera vez que un museo y un tebeo se entienden, dialogan e intercambian pareceres. Ahora mismo, en la tercera planta del Museo Reina Sofía, descansa la exposición Krazy Kat es Krazy Kat es Krazy Kat, dedicada a George Herriman, uno de los autores más relevantes del cómic estadounidense y enésima prueba de que género también es un lenguaje artístico de sobrado recorrido, entidad e influencia como para ser expuesto junto con las demás artes de ayer y hoy.
Aunque es menos común el diálogo a la inversa: cualquier museo merece estar entre las viñetas de autores que sepan lo que hacen y respeten el espíritu y el arte que contienen sus paredes. Pasó con El tríptico de los encantados, el genial cómic de Max que reinterpretaba tres cuadros de El Bosco por su quinto centenario y que publicó el Museo del Prado. Una jugada que repitió con El perdón y la furia, árida obra de Altarriba y Keko que narraba la historia de José de Ribera, el Españoleto, y su tormento para pintar las Furias. Algo que el Museo Thyssen-Bornemisza ya hizo con Dos holandeses en Nápoles de Álvaro Ortiz, un cómic realizado con motivo de la exposición Caravaggio y los pintores del norte, en torno a la figura del célebre pintor italiano.
Ahora le toca el turno a Museomaquia, aventura gráfica sobre la colección permanente que el Thyssen publica en colaboración con Astiberri. Un excelente trabajo escrito por Santiago García, que fue Premio Nacional del Cómic por hablar sobre historia de nuestro arte con Las Meninas, y dibujado por David Sánchez, una de las miradas más personales del cómic patrio, autor de Un millón de años. El talento de ambos combina de forma inesperada en uno de los títulos más particulares de la temporada.
Una gesta caballeresca entre las paredes de un museo
La colección de la familia Thyssen-Bornemisza está donde está ahora, el Palacio de Villahermosa, desde octubre del 92. Se trata de un edificio que el Estado le había ofrecido al Barón a cambio de alojar sus cuadros comprometiéndose a rehabilitarlo y acondicionarlo como museo. Un acuerdo que luego cristalizó en otro definitivo y de compra mediante el cual el Estado adquiría la propiedad de 775 obras por 350 millones de dólares, que pasarían a formar parte del patrimonio artístico español. Este mismo año, este número se podría ampliar, pues aún se encuentra en negociación la cesión de la colección privada de la baronesa, prorrogado hasta en tres ocasiones.
Entre sus paredes descansan obras Durero, Tiziano, Rubens y Rembrandt, pero también de Renoir, Van Gogh, Kandinsky, Picasso o Hopper. Todo junto y revuelto viene a significar un fresco del arte occidental desde el siglo XII hasta hoy. Así que la tarea de resumir la colección en un sólo cómic no es solo absolutamente imposible, sino que carecía de sentido.
Museomaquia dota de un sentido aventurero y surrealista a una colección de lo más dispar, abarcando estilos y movimientos que van desde el expresionismo alemán a la pintura veneciana del siglo XV. Todo, a través de una especie de libro de caballerías moderno que narra el viaje de un hidalgo -el del cuadro de Vittore Carpaccio- y su fiel escudero, que habrán de cumplir la extraña misión de llevar una imagen hasta una ciudad lejana.
Por el camino, ambos personajes se encontrarán con toda suerte de obstáculos que bien pueden ser una inteligente Amazona de Manet o un demonio de Franz Marc, mientras se emborrachan la luz de un atardecer de Caspar David Friedrich o se quedan hipnotizados por la ninfa de Cranach.
Todo, con un generoso tono dado a la diversión y placer que convierte sus aventuras en una experiencia lectora. Hablamos de cómic que plantea, en cada página, un juego de referencias que volvería loco a cualquier amante de la historia del arte. Pero también, de una interesantísima relectura del significado de cada uno que se acerca peligrosamente a movimientos literarios españoles como el de los plagiaristas, iniciado por Daniel Jiménez, Félix Blanco, Daniel Remón y Minke Wang. Ambos comparten el gusto por reinterpretar lo supuestamente intachable, y hacerlo con un talento desarmante.
Pero si Museomaquia fuese solo una gesta de caballería, habría algún tipo de límite a la fantasía que desbordan sus páginas. Alguna línea temporal o estilo narrativo que no podrían sobrepasar sin que todo deviniera un cóctel sinsentido. La solución de Santiago García y David Sánchez, es doblar la apuesta sumando lo onírico a la jugada de abarcar 25 años del Thyssen.
Gran parte de las ideas que inspiran a Museomaquia, de forma confesa, provienen de la obra Sueño de Polífilo de Francesco Colonna, un libro que lleva rodeado de un aura de esoterismo y misterio desde el siglo XV. Narra las desventuras de un hombre -Polífilo- que, rechazado por una mujer -Polia-, se sume en un sueño lleno de dragones y mazmorras en el que se vuelve a dormir. Y soñando dentro del sueño batalla con criaturas fantásticas por encontrarse con ella.
En Museomaquia, el protagonista despierta de un sueño de Dalí, del que nunca sabremos si ha conseguido escapar, y nos conduce a cumplir una misión descabellada. A sus espaldas, parece librarse una batalla entre distintos movimientos del arte, no por la supremacía sino por la supervivencia.
Sánchez en lo visual y García en lo narrativo, proponen un viaje a galope por la historia del arte conformado por el astuto manejo de la arquitectura de la página del primero, y la habilidad con el registro que se le ponga delante del segundo. La mezcla no sólo es un catálogo de arte mucho más económico que el de cualquier museo, sino también una forma distinta de disfrutar del mismo, de comprenderlo y amarlo en lo que es una estimulante visita de pinacoteca hecha novela gráfica.
“Viéndome arrebatado aquel placer inconcebible y apartado de mis ojos aquél espíritu angélico, me desperté”, decía Polífilo en aquel misterioso libro. Pero cuando despertó, el museo todavía estaba allí.