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'La luna al revés': un cómic que cambiará el mundo

La luna al revés 1.

Rubén Lardín

Tanto la sociedad civil como los poderes fácticos están en vilo. Hombres y mujeres viven atentos a la nueva entrega del Nuevo Nuevo Testamento, un cómic con categoría de mito que una todopoderosa multinacional encargó hace tres años al último autor genuino con que cuenta el medio de la historieta. La ciudadanía ya no puede esperar más pero Lantz, un insensato que todavía dibuja a mano, se siente en crisis e incapacitado para cumplir su parte del trato.

Esta trama con mimbres de metaficción es el punto de partida, ahora sí en el mundo real, de La luna al revés, el último álbum de uno de los dibujantes más dotados del panorama europeo, el alsaciano Christian Hincker (Estrasburgo, 1967), más conocido por su nombre de pluma: Blutch.

Blutch, que debutó a finales de los 80 en las páginas de la revista Fluide Glacial, cuenta que cada vez que comienza a trabajar en un libro tiene la intención de integrar en él todo lo que conoce, lo que sabe, lo que piensa y lo que comprende, pero cuando lo termina, asegura, la obra le resulta siempre insuficiente.

Es un mal común del artista preocupado por desembarazarse de sí mismo, que entretanto, siempre para negar el anterior, va ofreciendo álbumes como Peplum, Blotch, Velocidad moderna, El pequeño Christian o La voluptuosidad. Esos son los títulos suyos que, además de alguna colaboración en la serie colectiva La mazmorra, hemos podido leer en castellano.

Quedan todavía inéditos otros como Total Jazz o Pour en finir avec le cinéma, pero al mercado español parece que le cuesta enamorarse de una bibliografía tornadiza, de preocupaciones sensoriales y a menudo fatalista a su pesar, o sea doblemente fatalista.

Crisis en tierras lejanas

Se dice que decía Orson Welles que la madurez es la etapa de la vida en que los hombres dan sus obras más mediocres porque han perdido la imaginación, una dote que solo recobrarán, ya mediada, cuando vuelvan a ser niños, esto es: cuando alcancen la vejez.

A sus cuarenta y largos, el protagonista de La luna al revés se encuentra atrapado en ese territorio estéril, está consumido y vive días retrospectivos en los que intenta recuperar la inspiración soltando lastre, encomendándose al fulgor de la juventud y eludiendo responsabilidades porque siente que esa es precisamente su responsabilidad. “Si no follo, no tengo ideas… Siempre he confundido la vida de los sentidos con la espiritual”, le dirá en algún momento a una de sus amantes.

Leal a su trayectoria y respetuoso con sus propias derivas, Blutch es conocido por practicar un cómic enigmático y más afín a la poesía que al cine, el medio con que siempre de manera precipitada se suele comparar la historieta. Sus tebeos pretenden, más que contarnos cosas, hacérnoslas. Son singulares, abrasan, están minados de golpes de estilo y parecen conducidos por una búsqueda de lo primario que los hace casi comprensibles a las fieras. Sin embargo sería irresponsable recomendar ahora a todo tipo de lectores La luna al revés, un libro cuyo afán de precisión entre lo que expresa y lo que contiene llega a desconcertar.

La soledad del corredor de fondo

El sabor más aproximado de esta lectura sería el de una película de ciencia-ficción europea de los años setenta, donde el tiempo ha sido cancelado y la aventura sensacional parece sucederse en un sistema cerrado, el mental. Para hacerse entender en su misión, Blutch se auxilia en la clarividencia de los clásicos, entre los que suele citar referentes como el Jean-Claude Forest de Barbarella, el Fred de Philémon o el Carl Barks del pato Donald. Le asiste con gran talento la colorista Isabelle Merlet, y juntos dan un cómic meticuloso que tal vez se teme un poco a sí mismo.

La luna al revés es una puesta en abismo donde Blutch se retrata y se procura momentos descargados de sentido que le ayuden a explicarse por qué demonios el verdadero artista se estampa una y otra vez contra su propio hándicap. Un hándicap que en ocasiones viene impuesto por la maquinaria industrial: “Su proyecto es convencional, sin hálito, sin fuerza… Perfectamente inofensivo… Bravo, amigo, vamos a prepararle el contrato”, le dice un personaje, editor y de nombre Blütch, a un autor en ciernes.

Como sea, las páginas de La luna al revés son de una generosidad que invita a la contemplación, algo que en ningún momento devaluará una trama que admite e incorpora el placer de la fuga psíquica. Y aunque todavía es pronto para determinar si el enorme esfuerzo que se infiere en este álbum es una virtuosa bisagra en la carrera de su autor o algo que lo hará perdurar, pese a que todos sabemos que el titular de este artículo es engañoso y que ningún cómic puede cambiar el mundo, es reconfortante saber que hay autores a los que les preocupa hasta la neurosis que no sea así.

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