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Seis grandes cómics 'made in Spain' para regalar por Reyes

Viñeta de 'Gran bola de helado' de Conxita Herrero

Rubén Lardín

En España ocurre que hay más dibujantes que lectores. Aunque es manifiesto que este país ha dado y da al medio artistas de una altura estratosférica, alguna extraña razón impide a sus habitantes interesarse sinceramente por los tebeos, a los que también podemos llamar cómics, historietas e incluso, con perdón, novelas gráficas.

El de las viñetas es un lenguaje indomable, por eso no se deja denominar definitivamente y prefiere vivir un poco al margen. Como sea, el talento está ahí y no se detiene. Vamos con algunas recomendaciones que resolverán con elegancia regalos de última hora, pondrán una sopa caliente en la mesa del dibujante y sobre todo nutrirán al que las atienda.

Un hermoso combate

Si es cierto que la letra con sangre entra, he aquí un par de opciones que toman el contacto físico como tema central. El boxeador es un ejercicio a cuatro manos que son las de Manolo “Man” Carot y Rubén del Rincón, un par de pesos superwélter del tebeo nacional, ambos con media profesión hecha en el bendito mercado francés, que en este cómic reversible desarrollan dos historias, las de dos púgiles y sus circunstancias, que convergerán en el corazón de este libro que trae una experiencia de lectura singular.

El boxeador se desarrolló sin editor a la vista, de espaldas a las solicitudes del mercado, y se nota en la libertad con que los autores se explayan en sus recursos. Manolo Carot, sin perder el inestimable y amargo candor que baña todas sus obras, parece haber consumado su aprendizaje en el manga y se fuga hacia un dibujo que se mira en gigantes como Boucq, a los que por momentos alcanza. El dibujo campesino y abundante de Rubén Del Rincón deja claro que su autor es uno de los mejores artesanos del momento, entendiendo como artesano alguien mucho más generoso que un artista.

Juntos se adueñan de los tópicos del boxeo para devolverlos novísimos, incorporados a personajes que funcionarían en cualquier otro contexto. El gran triunfo del libro es un tono cómplice de fondo que capacita a los autores para, en lugar de la mera competición, dar lo que ha de dar un buen combate, una hermosa suma de fuerzas, en este caso con vislumbres de sinfonía. Está claro que van a tener que compartir el título.

Más interesado en las artes marciales que en el deporte de combate, Víctor Puchalski ofrece en Enter The Kann un cántico demencial que invoca en grafismo e intenciones a Frank Miller, Paul Gulacy y otros jefes de las patadas voladoras para manifestarse como artefacto excesivo.

Un sencillo street fighter de la vida que en cero coma entrega a la causa cualquier guión posible y se enajena hacia la épica absurda y el macarrismo cósmico. Lo hace poniendo en juego mecanismos de serie zeta, manejando arquetipos de feria y zambulléndose a pulmón libre en una exploración estética que se pasa por la brenca todas las filosofías. Una cosa muy molona. Puro jazz con indumentaria hardcore.

Dinámicas de grupo

Gastrobares y espacios culinarios, literatura confesional, baladas benéficas, exposiciones de arte contemporáneo, cháchara de autosuperación. Contra toda esa inmundicia, por fin un cómic generacional que pone en evidencia la gran estafa cultural de la que nos creemos parte.

Removidos, primer álbum firmado por el misterioso tándem Ego y Alter, es vitriolo puro. Un cómic coral que chapotea entre el ensayo, la comedia de situación y el estudio antropológico pormenorizado. Aunque es de un dibujo poco tratable y por momentos se sofoca en su obsesión por compilar todas y cada una de las neurosis de nuestro tiempo, Ego y Alter mantienen el tipo, recobran el equilibrio en cada página.

Permanecen en el alambre para finalmente ofrecernos una disección despiadada y muy pertinente de la fatuidad de la escena “creativa”, que según nos servimos hoy del término incluiría a coolhunters, artistillas audiovisuales, cinéfilos, críticos de mierda, vividores antisistema, productores, modernitos de palo, escritorzuelos de microrrelatos, marchantes de arte, poetastros de provincias, plumíferos y hasta fotógrafos en blanco y negro.

Muy lejos en intenciones, o tal vez no tanto, la furia gráfica habitual de David Rubín es conducida en Gran Hotel Abismo por un guión de Marcos Prior que se adscribe al estimulante género de la soflama. Una sátira con la prestancia habitual de Prior (mucho más que un guionista, todo un termómetro de precisión en el zeitgeist), que en los lápices de Rubín se crece en alarido rabioso. Gran Hotel Abismo toma la violencia estructural a que nos someten los mercados financieros y sus Estados subordinados para encauzarla hacia el estallido callejero.

Presentado en un formato apaisado que funciona como flecha ardiente y da el tiempo simultáneo a la circunstancia que vivimos, con Frank Miller como modelo a parodiar y una exploración del color que se fija en la gloriosa Lynn Varley del Batman DK2, Gran Hotel Abismo se lee como un rayo de esperanza y dignidad, una sacudida para que dejemos de hacer el canelo aquí y salgamos a la calle con nuestra cajita de cerillas mojadas.

Delicatessen

El canario Rayco Pulido es un autor cerebral que lleva años espigando los secretos del lenguaje de la historieta en una carrera pausada pero segura hacia la excelencia. Aunque llevaba años al tajo, fue cuando entregó Nela hace tres, su adaptación de la Marianela de Galdós, que muchos empezaron a considerarle. Con Lamia, su nuevo e intrigante trabajo, no deja lugar a dudas de que es uno de los notables del panorama nacional.

Lamia se sitúa en la Barcelona de los años 40, por cuyas calles nos conducirá la treintañera Laia, guionista para el consultorio radiofónico de Elena Bosch, todo un fenómeno de masas. Laia está esperando un bebé y en la ciudad se están cometiendo unos crímenes que traen de cabeza a Mauricio 'Herr Doktor', un detective privado que también se ocupa en un misterio particular que angustia a la protagonista.

Rayco elabora una minuciosa crónica negra que condensa la atmósfera de un país cautivo de sus mentiras. Lo hace con metodología clásica, tomando el instrumental de Chester Gould y de Martí por extensión, hermanándose a otros dibujantes de la tiniebla como Keko y tutelado por el cine de Fritz Lang o el costumbrismo turbio de un Claude Chabrol. Su dibujo es esquivo y de inspiración técnica, de linea clara pero alma ocre, y de alguna manera nos atrapa con su goteo de informaciones y pequeños gestos. Lamia es un relato que agarra al lector desde la primera página para entregarle un recado íntimo que brota de esta tierra tan bien abonada para el tremendismo.

En una liga muy distinta juega Conxita Herrero, una joven autora que no parece contaminada de los vicios e inercias del lector de cómic y que en su obra husmea la expresión inmediata, el hallazgo desnudo y la poética al vuelo.

Gran bola de helado es un libro que se busca la melodía. Cerca de veinte historietas breves que funcionan como teselas de un paisaje subacuático, el que por ahora define a una dibujante que si un día decide hacer elocuente el color, servirse de él como texto, puede llegar a convertirse en una de las grandes.

Aquí ofrece fragmentos impulsivos, historietas que tararean melodías autobiográficas pero declinan el melodrama para aproximarse a la canción pop, donde chicas y chicos alternan con gatos, fantasmas, botellines y camas rojas, entre ellos o consigo mismos.

Trámites cotidianos de dibujo lacónico y alegre, que merodean los puntos muertos de las relaciones humanas y padecen de pronto unos vértigos visuales que los conducen sí o sí a la certeza de la palabra. Una de las sorpresas más gratas de la temporada.

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