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Cuando la cultura catalana hackeó a la izquierda

Ciutat Morta, montaje de @eleptric

Lucía Lijtmaer

El 19 de agosto de 2014 comenzó a circular por las redes una supuesta foto tomada en una estación de metro de Barcelona. En uno de los paneles, en lugar de la sempiterna cuenta atrás para la llegada del siguiente tren, podía leerse “Que pagui Pujol” (“Que pague Pujol”, en catalán), en clara referencia al caso del Ex Muy Honorable President de la Generalitat. El bombazo había ocurrido apenas días antes, cuando Jordi Pujol había echado a rodar una bola imparable con una confesión en primera persona sobre su patrimonio que había desembocado en la denuncia del expresidente por delitos de cohecho, tráfico de influencias, delito fiscal, blanqueo de capitales, prevaricación, malversación y falsedad.

Pero el imperativo en los paneles luminosos tenía otra lectura, que muchos recordaban: era el título del single de cinco canciones del legendario grupo de punk l'Odi Social, publicado en 1986, y un referente tanto de la historia musical española como de la lucha social barcelonesa de la década de los ochenta. No en vano, en la contraportada venía una fotografía del president pagando el billete de metro el día que se estrenó la nueva parada en Lesseps. La idea de “que pague Pujol” se forjaba entonces, también como bofetada al sistema.

La imagen de las pantallas de las estaciones de metro hackeadas con esa frase vino acompañada poco después por la misma imagen en al menos una carretera de salida de la ciudad de Barcelona, a la altura de Esplugues del Llobregat. Ambas instantáneas, muy probablemente un caso de retoque digital combinado con el don de la oportunidad, fueron muy movidas por Capgirem Barcelona, la candidatura de las CUP para las elecciones al Ayuntamiento de Barcelona.

El ecosistema para saltar a la política

Esta fue una estrategia que también usó la productora Metromuster durante la promoción de la que sería la película icono de la década de la ciudad de Barcelona y un fenómeno mediático en sí mismo. Ciutat Morta, que trata el caso 4F, “uno de los casos de corrupción policial, judicial y gubernamental más graves que ha vivido la ciudad de Barcelona en los últimos años”, según define el propio documental, fue presentada en el Festival de San Sebastian con unos paneles enormes que mostraban los rostros de los exalcaldes Joan Clos y Jordi Hereu.

En declaraciones a la web Nativa, uno de los dos directores, Xapo Ortega, afirmó: “La valla nunca estuvo allí, pero trascendió tanto como si hubiese estado. Estas estrategias vienen siempre de la guerrilla de la comunicación. Se trata de hackear la realidad para llevarla a tu terreno y sortear el cerco mediático”.

La productora se encargó del spot de las CUP a las elecciones catalanas del 27S. El cúmulo de referencias cinematográficas, visuales y humorísticas iba muy en consonancia con una nueva generación de catalanes que lograban despegar el independentismo de Convergència y, especialmente, de 23 años de pujolismo y sus referentes patrióticos y culturales. La cultura del asociacionismo, el ecosistema digital y un momento  propicio daban forma a nuevas prácticas políticas en Catalunya, muy ligadas a lo cultural. ¿Una nueva hegemonía?

Para el analista político Antoni Gutiérrez Rubí, se trata más bien de un movimiento de abajo hacia arriba: “Lo que hay es una estructura sociocultural potente, bien distribuida que deviene el ecosistema de la acción política. La cultura no se entiende desde la óptica leninista, como instrumentos del partido, no la dirige el partido, sino que es el ecosistema desde el cual se salta a la política”.

Gutiérrez Rubí vincula esta dirección, opuesta a la lectura de hegemonía de la cúpula de Podemos, por ejemplo, a la aparición de nuevos medios digitales -Sentit Critic y Café amb Llet- que han demostrado enorme capacidad de autonomía y solvencia informativa, con audiencia real. Tanto Sentit Crític -como medio periodístico- y Café amb Llet –como medio alternativo- están vinculados a la sociedad civil. Miembros de sus equipos han entrado además en política activa, como es el caso de Marta Sibina, editora de Café amb Llet, militante de Procés Constituent y número 2 de En Comú Podem en las elecciones del 20D. El independentismo de izquierdas adquiere, así, presencia y solvencia.

El asociacionismo como palabra clave

La tradición catalana cooperativista ha impregnado todos los ámbitos de los nuevos movimientos de izquierdas y sus manifestaciones culturales, ya sean de corte independentista o no. Gutiérrez Rubí analiza cómo “algunos se sorprenden de los movimientos asamblearios ahora, pero las asambleas han impregnado la cultura y la economía catalanas. Lo común ha enraizado en las practicas políticas”.

Esto, además, trasciende siglas y partidos, y se ha adoptado como una práctica común en la organización de eventos culturales. Abel Galleta, del sello discográfico Galleta Records, organizador junto a otros de lo que se recuerda como un momento clave, el concierto para recaudar fondos por los detenidos en la concentración en el Parlament de Catalunya contra los recortes sociales, donde tocaron los grupos Za! y SOT entre otros, explica: “Creo que parte del éxito a la hora de que los grupos se implicasen fue explicar que detrás del evento solo había gente con ganas de quejarse de una manera lúdica y festiva y aportar un grano de arena (en este caso económico) al castigo recibido a ”les encausades del Parlament“, y que no había ninguna organización o partido con nombre y apellido tras ello.”

En parecido orden, en el festival contra los recortes Stop Distòpia, organizado en Nau Ivanow en mayo de 2014, se podía entender que se trataba de movimientos pluridisciplinares, que iban más allá de lo musical o visual. La editorial Males Herbes, que participaba, en boca de su representante Jordi Sanglas, explicaba al medio Nuvol: “Los libros también promueven el activismo social y el diálogo”. Además de los conciertos, se ofrecía la proyección del documental inédito ‘Termitas’ y coloquios con Ada Colau, Gerardo Pisarello, Jaume Asens y Antonio Baños. Algo había cambiado: las prácticas de los movimientos asociativos vecinales y la autogestión impregnaban lo cultural y, por ende, lo político. Ya nada sería igual.

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