“He tenido que esperar muchos años a que nacieran mis mejores amigas”
Nada en Gloria Steinem es corriente. Ni su infancia nómada, ni su intensa vida política ni, por su puesto, su autobiografía. El icono feminista estadounidense más importante de la década de los sesenta y setenta se planta con Mi vida en la carretera (Alpha Decay) ante un género que suele abundar en detalles serenos de una vida pública y le da la vuelta, optando por un ensayo personal sobre los viajes.
Si a la mujer se la relegaba al espacio doméstico, Steinem conquista la carretera. Como si fuera un nuevo libro de aventuras de Bruce Chatwin, lo importante es el viaje y la narración que deja. Así, la autora recorre Estados Unidos, India, los campus universitarios, las asambleas y las manifestaciones a vista de pájaro sobre su propia vida, dando a entender que ni el viaje ni la exploración vital son algo masculino. La carretera de Steinem devuelve una mirada intensa sobre las últimas décadas, reivindicando cuerpos y anécdotas que conforman el movimiento feminista.
El libro trata el viaje y el espacio de viaje como un lugar de libertad. ¿Cómo se puede compaginar la carretera con el compromiso afectivo, el amor y la familia?
Nunca lo pensé como algo absoluto, se trata de entenderlo para diferentes momentos de la vida y distintas épocas. Los seres humanos, a lo largo de la historia, hemos seguido a los animales en el viaje y el nomadismo, está en nuestra memoria celular. Con el paso del tiempo y la industrialización perdimos nuestra habilidad natural y el deseo de seguir las estaciones. No defiendo la vida nómada per se, pero sí tomarse un tiempo a lo largo de la vida para poder viajar, ya sea después del instituto, de la universidad, cuando sea. A ser posible, en nuestros propios países, para conocerlo. Y mejor aún si es sin planearlo. No planear es una virtud, no lo hacemos lo suficiente.
Usted cita a Margaret Atwood: “Una mujer que se lanza sola a una azarosa expedición nocturna tiene muchas más posibilidades de acabar muerta, y mucho antes, que un hombre”. ¿Sabe de la polémica sobre los asesinatos de dos mujeres en Ecuador y la respuesta pública de #viajosola? la respuesta pública de #viajosola
No lo conocía pero no me sorprende, siempre nos ha pasado. Para la sociedad, si no está presente un hombre estás sola. Es una lástima que no se conozca que a lo largo de nuestra historia más antigua las mujeres fueron viajeras por necesidad, tenían que ir en busca de su familia. Eran los hombres los que se quedaban en casa. Para las mujeres, el viaje como opción personal es algo relativamente nuevo.
Destina un capítulo a un viaje a India y cómo ese viaje con mujeres le hizo sentir que había que salir del aislamiento de lo individual. Si lo personal es político, ¿lo colectivo lo es más aún?
No me parece necesario establecer una jerarquía, lo importante es realizar diferentes conexiones en momentos diferentes. Tradicionalmente, se ha entendido que los problemas de las mujeres son de tipo cultural, cuando se han reconocido, pero son políticos, como los de los hombres.
Y también que la unica manera de narrar el feminismo es a través de la historias de las narraciones personales.
No solo el feminismo. Todos los verdaderos cambios políticos provienen de las narraciones personales: el movimiento en favor de los derechos civiles comenzó narrándose en primera persona desde las iglesias, lo mismo con los campesinos durante la Revolución China, hay multitud de ejemplos. Si no contamos nuestras cosas, no cambiamos nada. Lo que le pasa a uno y al resto es político. Entender eso es fundamental.
Desmiente el enfrentamiento feminista por raza y clase, explicando que las mujeres durante el movimiento feminista se unían y que lo convertían en eslabones solidarios de una misma cadena. ¿Cree que sigue siendo así en Estados Unidos, en un momento de tensión tan grande en el que ha surgido Black Lives Matter?
Es importante entender que son conceptos indisolubles e interrelacionados con el patriarcado. La sociedad patriarcal ha controlado los cuerpos de las mujeres para controlar la reproducción. Las mujeres siempre han sido de segunda categoría pero es muchísimo peor para las mujeres de una casta inferior o de otra raza, por ejemplo en India o las mujeres afroamericanas. Es un tema de control.
Con respecto a Black Lives Matter, es importante recordar que es un movimiento fundado por tres mujeres. Me parece significativo que casi nadie lo sepa. En medio de todas las acusaciones y tanta violencia han logrado fomentar un movimiento inclusivo basándose en tres principios: compartir el amor, mantener el ego bajo control para realizar el mayor impacto posible y moverse a la velocidad de la confianza. Me parecen unos principios fantásticos y muy sabios, porque se trata de reglas abiertas y no jerárquicas.
Usted narra una anécdota en la que una azafata prohibió a una mujer dar el pecho durante un vuelo. ¿Qué opina de que siga siendo un problema hoy en día, incluso en redes sociales?
Siguen metiéndose con eso, ¿verdad? Es increíble. Mostrar un pecho es un acto normal, no tiene ningún sentido. Ojalá se metieran con la pornografía. La palabra “porno” proviene del griego, y significa dominación, a diferencia de “eros”, del placer erótico, que implica placer mutuo.
¿Le parece preocupante la presencia de pornografía en las redes?
Muchísimo. No abogo por la censura, pero sí por regularlo de alguna manera. Estamos dejando que entre en nuestras casas y que lo puedan ver niños. Hay fotos de menores realizando actos contra su voluntad, hay tráfico sexual. Y todo esto mientras la derecha aboga en Estados Unidos por prohibir la educación sexual en los colegios. ¿Cuál acaba siendo su sustituto para los jóvenes? La pornografía. Y eso es extremadamente peligroso.
Usted defiende a Hillary Clinton en el libro, pese a las reservas que parece tener la opinión pública.
En democracia no siempre logras el resultado que deseabas, pero al menos Hillary ha hecho que los puestos en los que ha estado hayan sido mejores gracias a ella. Me da rabia su situación, porque sufre la táctica de la derecha de ser atacada por sus virtudes y no sus debilidades. Y además lo consiguen: si se tienen en cuenta sus logros, es la más sincera en sus políticas, pero la siguen representando como a alguien que no es de fiar. Por otro lado, lleva tanto tiempo en la vida pública que eso le ha resultado contraproducente. No es algo que tenga que ver con el machismo: los medios premian a la novedad y penalizan la durabilidad. La verdad es que no sé cómo soporta el maltrato al que la someten.
¿Qué opinión le merece de la explosión del feminismo contemporáneo?
Recientemente se decía en un articulo que desvirtuaba la lucha original en pos de la popularidad (“We sold feminism to the masses and now it means nothing”).
No es algo nuevo. Recuerdo un anuncio en los setenta en el que comparaban a una mujer lavando en una tinaja con una que fumaba un cigarrillo, como si el cigarrillo fuera la marca del progreso feminista. Se trata de un ejemplo más de cómo se ha intentado instrumentalizar el feminismo. Hay que ser consciente y denunciarlo. Pero las expresiones populares feministas son algo bueno. Que Beyoncé cante con el rótulo “feminista” detrás es progresar. Que se usen discursos de Chimamanda Ngozi Adichie es progresar.
¿Quién le gusta de las nuevas feministas populares?
¡Hay tantas! ¡Hay tantas mujeres menores de 35 años haciendo cosas! ¡Y en tantos países diferentes! Lena Dunham, Caitlin Moran, Ntozake Shange... Lo único que se me ocurre decir es que he tenido que esperar muchos años a que nacieran mis mejores amigas.
Usted narra una anécdota humillante en la que Gay Talese la ninguneó tildándola de “la chica guapa de la temporada” ante Saul Bellow. ¿Pudo replicarle en algún momento de su vida?
(Ríe) Cuando tuve que comprobar los datos de esta autobiografía no me atreví a llamarle. Me parecía que hacía tanto tiempo de eso y que lo tenía grabado en mi memoria como un momento tan vergonzoso que no lo hice. Cuando el New Yorker escribió una pieza sobre el libro le llamaron, porque esa gente comprueba todo. Respondió: “Suena como algo que yo diría, sí”. Así que ahí lo tienes.