Ayer, Cecilia Roth reveló en una radio argentina que fue violada hace años por un periodista español en Madrid. Es un episodio que le ha tomado años reconocer en voz alta por miedo a las represalias, y del que asegura haber borrado la cara y el nombre de su agresor. Da igual que superase el trauma para contribuir a la ola de rechazo hacia la violencia sexual: tan pronto como dio el paso al frente, le llovieron los reproches.
“¿Cómo pudo olvidar la cara si era una persona conocida para ella?”, decían unos. “Di el nombre del periodista”, le exigían otros. De pronto, la víctima tenía la obligación impuesta de desenmascarar a su verdugo si quería gozar de credibilidad pública. Si no, sería acusada de contribuir con falacias a esa “caza de brujas” anónima de la que tantos hablan (aunque otras son tildadas de lo mismo dando el nombre y el apellido de su abusador).
Desde que The New York Times desvelara el pasado octubre la identidad de uno de los agresores sexuales más peligrosos de Hollywood, el coraje de las víctimas no solo ha venido acompañado de aplausos y solidaridad; también de exigencias.
Harvey Weinstein, Kevin Spacey, James Franco o Woody Allen gustan porque son fáciles de colocar en el paredón o en el altar de la presunción de inocencia. Pero los acosadores sin rostro, aunque sirvan igualmente para medir la magnitud del problema, parece que no surten el mismo efecto.
Cuando las actrices españolas comenzaron a abrir la caja de Pandora del acoso en nuestra industria, algunas contribuyeron con sus propias vivencias: Aitana Sánchez Gijón, Leticia Dolera, Carla Hidalgo o Maru Valdivieso fueron solo algunas. No dieron nombres, solo la garantía de que estos escándalos no se circunscriben a los negocios oscuros de Hollywood. Con la exposición pública llegó la siguiente la pregunta: ¿y quién fue él?
“Os voy a contar por qué no dije el nombre. Porque no creo que el foco deba ponerse ahí. Es un tema que enseguida se lleva al morbo. He visto trozos de mi artículo en periódicos donde destacan solo las partes más morbosas”, confesó Dolera en el show feminista Deforme Semanal.
La actriz narró por escrito en este diario algunos de los abusos sufridos durante su carrera artística, uniéndose así al fenómeno del me too, pero sobre todo poniendo la atención sobre el sistema machista del cine español, apoyado por el silencio de sus integrantes y la pasividad del Gobierno. “Creo que no es tan interesante hablar de quién me tocó la teta como de eso”, recalcó.
Estados Unidos se ha convertido en un reflejo durante todo este proceso, sobre todo a raíz de las represalias profesionales, judiciales y públicas que han sufrido algunos de los hombres más poderosos de su industria. Pero, como recuerda Virginia Yagüe, presidenta de la asociación de mujeres cineastas CIMA, “la denuncia nominal es una decisión privada, y ya sabemos los peligros que eso implica”.
CIMA emitió un comunicado al día siguiente de los Globos de Oro para animar a las profesionales que hubieran sido víctimas de este tipo de abusos a dar un paso adelante y denunciar una conducta ilícita. Eso sí, “por los canales legales establecidos para evitar vapuleos públicos, descontrolados y muy desproporcionados en ocasiones”.
La portavoz, como Dolera, opina que la prensa a veces cae en un trato inadecuado y contraproducente del abuso y el acoso sexual. “Restringir este tema simplemente a casos puntuales y a datos escabrosos sobre qué le ha pasado a determinada actriz, con qué detalles y con quién, es una banalización”, opina Yagüe.
Sin contar con las consecuencias que esto puede provocar, más que al agresor, a la denunciante. “Las mujeres en muchos casos pierden la fuerza de la denuncia. La carga probatoria es complicada, los procesos son farragosos y, en ese sentido, hay que reforzar a las víctimas. Por eso, la simbología del paso adelante en las denuncias sobre el hecho en sí es importante”, alerta sobre un proceso delicado y un sistema que desprotege a las víctimas.
La doble responsabilidad
A diferencia de Virginia Yagüe, Berta Ojea, actriz y secretaria de Igualdad de la Unión de Actores, confía en la importancia de que se conozcan los nombres. “Pero también depende de la persona que ha sufrido el acoso. Lo que no quiero de ninguna manera es que las mujeres tengan que cargar también con esta responsabilidad”, dice animando a que se consiga de una manera global y colectiva.
Por otra parte, niega que exista un caso comparable al de Harvey Weinstein en la industria española, aunque eso no signifique que no ocurran otros escandalosos. “Es evidente que en nuestro sector es muy repetitivo. Por ponerte un ejemplo, desde el sindicato denunciamos de forma continua los anuncios de cásting en habitaciones de hotel”, revela Ojea.
“Esos abusos de poder se dan en cuanto se permite una estructura desequilibrada y que los posibilita como la nuestra”, comparte Yagüe. “El colectivo de las compañeras actrices lo vive muy frontalmente, porque su trabajo es de exposición. El cómo se articulan los contratos para que ocupen estos puestos de exposición, provoca muchas perversiones por el camino”, asegura la presidenta de CIMA.
Tanto Yagüe como Ojea apuestan por rascar la superficie, los detalles morbosos y las ganas por que exista un magnate tocón en nuestra industria, y en cambio luchar por derribar los hábitos construidos. “Parece tonto, pero es muy complicado. En primer lugar, porque en primera línea están los hombres y, después, porque pertenecemos a un sector teóricamente ”progresista“ y es más difícil romper la barrera allá donde se creen igualitarios”, dice Yagüe, señalando la falta de conciencia como punto clave y poco tratado.
Después de esto, si se quiere, la lista. Julián López lo recordó en su monólogo de presentación de los premios Feroz: “El secreto mejor guardado del cine español es el nombre de nuestros acosadores sexuales”. Berta Ojea cree que es verdad, pero que saldrán a su debido tiempo.
“Las mujeres del sector tenemos estrategias, y es importante que se sepa que no trabajamos espontáneamente”, adelanta la secretaria de Igualdad. Pero, ante todo, apuesta por cambiar el destinatario de la pregunta. “No hay que convertir a ninguna actriz en una heroína delantera. Vamos a poner la atención sobre los acosadores y a hacer que aparezcan (y desaparezcan) ellos. Démosle la vuelta a la pregunta”, propone Ojea.
Sean cuales sean las intenciones de desenmascarar a los acosadores del cine español –el morbo o el apoyo a las profesionales– es una decisión que depende por completo de las supervivientes de la violencia y que requiere unos tiempos. Hostigar a las que no están preparadas y exigir por partida doble a las que ya sufrieron el abuso, solo es una forma de disfrazar de solidaridad la mera búsqueda de carroña.