Así (de mal) se ve el mundo con un ojo biónico
Dicen que en los próximos años podríamos acabar con la ceguera. Si ocurre, será gracias a dos tecnologías que están cambiando el juego por completo: la optogenética y la prótesis de retina. Los dos tratan de sustituir los fotorreceptores dañados por la retinosis pigmentaria, un conjunto de enfermedades oculares crónicas de carácter genético y degenerativo. Pero, mientras que la optogenética opta por un diseño más orgánico, diseñando e insertando en la retina un nuevo tipo de proteínas sensibles a la luz, el implante de retina produce la estimulación eléctrica en la retina, sustituyendo lo dañado con dispositivos interconectados.
Lo llaman el ojo biónico: el paciente lleva unas gafas con una microcámara que captura la imagen y la transmite a una pequeña unidad de procesamiento de vídeo que parece un walkman. El sistema convierte la imagen en un código que vuelve a las gafas y se transmite de manera inalámbrica a una prótesis epirretinal implantada quirúrgicamente dentro y fuera del ojo. La prótesis incluye una antena, una caja de componentes electrónicos y un conjunto de electrodos.
Ver para contarla
Las dos tecnologías se han puesto ya en funcionamiento, más de un centenar de pacientes han recuperado la visión gracias a estas técnicas. Y, sin embargo, sus artífices eran incapaces de explicar a los pacientes lo más importante; cómo verían después de la intervención. Un dato importante, teniendo en cuenta que se trata de una cirugía compleja que requiere una gran inversión económica (hasta 100.000 dólares por el Argus II, el principal implante del mercado).
Peor aún: había un modelo pero, aunque técnicamente apropiado, era terriblemente engañoso. Se estimaba que los pacientes tendrían una experiencia de visión granulada, en blanco y negro, con una agudeza de 20/1260 (la vista perfecta es 20/20) pero el resultado real distaba mucho del ofrecido (“Scoreboard”, el vídeo de la izquierda). Han sido unos investigadores de la Universidad de Washington, los que han conseguido generar una imagen lo bastante aproximada al tipo de visión que recupera el paciente. A grandes rasgos, el resultado dista mucho de ser perfecto.
La cruda realidad: el mundo con un ojo biónico es en blanco y negro, está poblado de objetos borrosos y de objetos fantasma. El sistema es lento a la hora de “renderizar” la imagen, produciendo estelas y hasta desapariciones. Esto es así porque la táctica de estimular las células retinales no es granular, ni particularmente delicada. Una retina normal tiene hasta 20 tipos de células diferentes, y la luz estimula esas células de manera distinta. Con el implante de retina se estimulan todas las células a la vez, sin discriminar entre las distintas clases. Esto hace que todas generen la misma información, produciendo una imagen poco precisa, de bordes irregulares y fondos borrosos.
En optogenética sólo se estimulan dos clases de células retinales, lo que produce un extraño efecto de contraste elevado. Además, no es lo suficientemente rápido para procesar correctamente los objetos en movimiento. La lenta renderización produce estelas, como cuando hacemos fotos de larga exposición. Si va muy deprisa, puede hasta desaparecer. O, para el paciente, no haber ocurrido nunca.
Lo cierto es que, para los que han perdido completamente la visión, no sólo es un avance, también es una esperanza. Con todos sus defectos, ya permite hacer dos cosas por las que merece la pena vivir: ver el rostro de las personas queridas y leer. Además, la tecnología no es perfecta pero los problemas se producen por causas que ya conocemos. Los oftalmólogos y neurólogos implicados en estos desarrollos aseguran que, en próxima década, el mercado se llenará de tecnologías similares, cada vez más precisas y asequibles.