Asesinatos por control remoto en la era Obama
“Lo hemos visto legitimar el programa de asesinatos a escala global”. “El hombre que ahora está en la Casa Blanca se ganó la vida como abogado experto en Derecho constitucional, él, quien se presentó como una figura transformadora de la política americana […] emprendió la persecución más intensa de informantes. Ha usado más veces la legislación en materia de espionaje que cualquier otro presidente de Estados Unidos”.
Con esta contundencia se expresaba el pasado miércoles el periodista de investigación Jeremy Scahill en la presentación de su libro The Assassination Complex: Inside the Government’s secret drone warfare program para resumir la gestión en materia de política exterior y de defensa de Barack Obama. Scahill se refería así a la forma de afrontar las filtraciones de Edward Snowden y Chelsea Manning por parte del Gobierno estadounidense, así como la política del uso de drones para llevar a cabo asesinatos selectivos de supuestos objetivos terroristas.
De ello trata su libro, prologado por el propio Edward Snowden y cuyo epílogo ha corrido a cargo del también periodista de investigación Glenn Greenwald. El material que lo nutre ya se vislumbraba en un reportaje firmado por Scahill y publicado en la The Intercept el 15 de octubre del año pasado, cuyo titular era, precisamente, “The Assassination Complex”. La pieza combina prácticamente al 50% la concisión a la par que la prolijidad en detalles del reporterismo tradicional, y el tratamiento y la presentación de una considerable cantidad de datos.
Ataques con drones fuera de zonas de guerra abierta
La propia revista afirmó haber obtenido una caché con transparencias de carácter secreto que constituían “una ventana” a los entresijos de las operaciones militares de Estados Unidos basadas en los principios de asesinato/detención en un momento clave de la guerra llevada a cabo con drones. The Intercept explicó también que garantizó la confidencialidad a la fuente que les pasó los documentos a la vista de que se trataba de material clasificado y debido, según el propio medio, “a que el Gobierno se ha embarcado en una persecución agresiva de los informantes”. Por ello optaron por referirse a dicho informante como “la fuente”.
Según Scahill “el primer ataque con drones fuera de una zona de guerra se produjo hace ahora más de doce años. Sin embargo, no fue hasta mayo de 2013 cuando la Casa Blanca sacó un conjunto de estándares y procedimientos para dirigir dichos ataques”. Estas directrices eran poco específicas, asegurando que Estados Unidos solo conduciría “ataques con intenciones letales fuera de las áreas que se denominaban de ‘hostilidades activas” si un objetivo representaba “una amenaza inminente y continua” para el país nortemericano, sin especificar qué procedimientos internos se llevaban a cabo para matar a “un sospechoso” que no ha sido imputado como tal ni juzgado
En el reportaje se especifica que dos juegos de transparencias se centraban en una campaña para seleccionar objetivos en Somalia y Yemen, en concreto, entre 2011 y 2013 y la publicación señala que esta misión sería llevada a cabo por una “unidad secreta” denominada Task Force 48-4. Como estos dos países eran zonas donde no había declarada una guerra “los ataques se encontraban sujetos a unas mayores restricciones” a la hora de jusficarlos.
De este manera, por ejemplo, según los datos expuestos, “Estados Unidos tardaba seis años en establecer un objetivo en Somalia”, pero solo se tardaba “8,3 meses en matar” a ese mismo objetivo “una vez este era incluido por el presidente en la lista de los que iban a ser asesinados”.
No tan 'limpio' como se pinta: bajas civiles
Una de las razones que se han dado para el empleo de los drones como arma ofensiva es la supuesta limpieza de las operaciones realizadas con este instrumento, su precisión, y, por tanto, la supuesta garantía de no cobrarse víctimas civiles. Si ya existe una bibliografía previa que cuestiona seriamente que este extremo sea así, los documentos filtrados corroborarían esta afirmación y, además, permiten a Scahill revelar que “el Gobierno de Obama enmascara el número real de civiles asesinados por los ataques con dron contándolos como enemigos” a pesar de “no haber sido identificados” e “incluso sin haber sido señalados como objetivos”.
Por si los datos filtrados no bastan, la “fuente” de Scahill confirmó este extremo para el reportaje del segundo: “Me he topado con datos de inteligencia defectuosos en incontables casos”, y según añade Scahill ese sería un factor clave a la hora de matar civiles, pues como la “fuente” revela, “es impresionante el número de veces que los encargados de seleccionar los objetivos han asignado [la condición de tal] por error a ciertas personas. Y varios meses y años después te das cuenta de repente que aquello que considerabas un objetivo de primer orden era en realidad el teléfono de la madre de ese objetivo”.
Excesiva confianza en la inteligencia de señales
Para Jeremy Scahill el diagnóstico del programa de asesinatos con drones es evidente: “una vez vistos los documentos secretos en su conjunto se llega a la conclusión de que la campaña que Washington ha sostenido durante 14 años para señalar objetivos de alto rango sufre de un exceso de confianza en la inteligencia de señales, un aparente coste de bajas civiles incalculable y –debido a la preferencia por el asesinato en vez de la detención– una falta de habilidad para extraer de los sospechosos de terrorismo datos de inteligencia potencialmente valiosos”.
Entonces, ¿los mandos militares estadounidenses no han sido capaces de percibir esto? Y, si se han percatado de ello, ¿por qué continúan haciéndolo? Para la “fuente” que pasó los documentos a The Intercept la respuesta habría que buscarla en la propia mentalidad de las Fuerzas Armadas y la dinámica que esta genera: “Los militares son capaces de adaptarse fácilmente a los cambios, pero no les gusta dejar de hacer nada que a sus ojos les haga la vida más fácil o que redunde en su beneficio. Y para ellos esta es una forma muy rápida y limpia de hacer las cosas. Es una manera hábil y eficiente de llevar una guerra, sin los errores de una invasión terrestre a gran escala que se cometieron en Irak y Afganistán”.
El papel del periodista: entre el confidente y la sociedad
En varias entrevistas se ha preguntado a Edward Snowden por los motivos que le llevaron a dar el paso definitivo de sacar a la luz la información que obraba en su poder. A menudo se ha especulado también con la motivación de Chelsea Manning, quienes filtraron los documentos de LuxLeaks o los papeles de Panamá. Las respuestas de algunos de ellos coinciden en señalar que se decidieron finalmente cuando vieron una contradicción flagrante en todos los sentidos entre lo que en principio era su cometido ante la sociedad y lo que resultó ser en realidad.
Snowden ahonda en esta cuestión en el prólogo de Assassination Complex. Parte de ese mismo prólogo se ha publicado como artículo de opinión el pasado martes día 3 en The Intercept. No obstante, el resultado de sus filtraciones quizá no llegaría a conocerse si los periodistas no cumplen con su parte, con un papel que establece nuevas exigencias frente al periodismo anterior a la era de Internet. En este sentido, Glenn Greenwald afirmó en la presentación del libro de Scahill que “uno de los principios más importantes que se establecieron [cuando se creó The Intercept] fue usar cualquier recurso ya fuera tecnológico o basado en la experiencia para crear una atmósfera de seguridad con el fin de que las fuentes o confidentes hablaran con nosotros y proporcionaran información a la opinión pública”.
Greenwald también mostró un optimismo que puede resultar extraño hoy e insólito hace unos años cuando habló del sentido de la profesión periodística en la era digital y del Big Data: “En el pasado, filtrar 10.000 documentos habría planteado grandes dificultades para sacarlos a la luz, ¿cómo se podría hacer en el plano físico, logístico? ¿Vas a una fotocopiadora y los copias uno a uno? Ahora si ves lo que hizo Chelsea Manning, descargando montones de documentación en un CD donde se podía leer ”Lady Gaga“ te das cuenta de lo fácil que puede llegar a ser”.
La guerra a partir de ahora
Basta repasar detenidamente, aunque no de forma exhaustiva, la bibliografía existente sobre estos objetos volantes teledirigidos para darse cuenta de que la inmensa mayoría de esta se centra en aspectos técnicos, la legislación que regula su uso o cómo seleccionar el más indicado para fines lúdicos. Aun siendo muy escasas las obras que abordan de forma directa las implicaciones de su uso con fines bélicos, estas hablan ya de muchas de las conclusiones a las que ha llegado Scahill en su investigación. La novedad en este caso se debe a que ahora se cuenta con las revelaciones, el testimonio y una notable cantidad de documentos filtrados por una fuente protegida.
En el mundo anglosajón hay libros como The American Way of Bombing: Changing Ethical and Legal Norms, from Flying Fortresses to Drones, editado por Matthew Evangelista y Henry Sue, y, sobre todo, Kill Chain. The Rise of the High-Tech Assassins, de Andrew Cockburn. En este último, Cockburn abre el foco para hablar de los orígenes de los drones y su uso para fines militares, del contexto social y político, desde Vietnam a Kosovo, para explicar también el desarrollo de este ingenio en el momento en que la burocracia en materia de seguridad que rigió durante la Guerra Fría se prolongó posteriormente en la llamada “guerra contra la droga”, sin olvidar los aspectos técnicos, tanto aquellos que verdaderamente funcionan como aquellos que no funcionan a pesar de lo que puedan afirmar las fuentes oficiales.
Entre los escritos en lengua castellana está Guerra de drones. Política, tecnología y cambio social en los nuevos conflictos, de Javier Jordán y Josep Baqués, el cual aborda prácticamente los mismos aspectos que los dos mencionados aunque profundizando más quizá en los aspectos técnicos y los antecedentes tecnológicos de los drones, así como Drones, la muerte por control remoto, del periodista Roberto Montoya, quien escribió un artículo contando algunos datos interesantes del mismo en este diario.
Grégoire Chamayou aborda estos aspectos en Théorie du drone, pero además se centra en el cambio antropológico que pueden introducir los drones militares, es decir, como estos pueden cambiar el concepto de la guerra, un contexto donde uno puede matar a y a la vez resultar muerto a manos del enemigo. Chamayou señalaba en una entrevista concedida en 2013 y actualizada en 2015 a Télérama a propósito de la publicación de su libro que “mientras que la ética se ha definido de forma clásica como una doctrina del vivir bien y morir bien, la 'necroética' del dron se presenta como una doctrina del matar bien. Se diserta sobre los procedimientos 'humanos' del homicidio.