Cinco escritores que no hubieran sido lo que fueron siendo abstemios
Dos años después de su muerte, Baudelaire seguía recitando pequeños poemas. Lo hacía desde las páginas de El spleen de París, que publicaba su hermana con el objetivo de hacer eterna la prosa del francés. El spleen del título hacía referencia a ese estado de melancolía que viene sin causa definida, y que marcaba el tono de los versos de aquella publicación póstuma.
Hay bastante melancolía en el libro que nos ocupa. Con la voz del autor francés empieza y termina EtílicoEtílico, la primera novela de Carlos Mayoral (1986), también conocido como @LaVozDeLarra. El escritor, articulista y filólogo villaodonense abre una novela de experiencias beodas haciendo un canto a la embriaguez de cualquier tipo. Y la despide con un capítulo protagonizado por Baudelaire a elección de más de mil tuiteros, que pudieron escoger quién sería el protagonista del último episodio de la novela.
¿Por qué? Porque Etílico no lo ha hecho -solamente- Carlos Mayoral, sino 342 personas. Así funciona la editorial que hoy lo luce como trofeo: Libros.com publica todos los títulos de su catálogo mediante crowdfunding.
Ellos hicieron posible esta novela que narra la historia de cinco autores marcados por el alcohol: Edgar Allan Poe, Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, Sylvia Plath y Charles Bukowski. Etílico cuenta sus historias y Baudelaire parece dedicarles sus versos tocados de spleen: “Hay que estar siempre borracho. Todo consiste en eso: es la única cuestión. Para no sentir la carga horrible del Tiempo, que os rompe los hombros y os inclina hacia el suelo, tenéis que embriagaros sin tregua. Pero ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, de lo que queráis. Pero embriagaos”. Sobre embriaguez hablamos con Carlos Mayoral.
Vodka, vino y versos
Ha decidido publicar su primera novela a través del crowdfunding así que ya tenía compradores antes de empezar a escribirlo. ¿Cómo ha sido el proceso de escritura de Etílico?crowdfundingEtílico
Pues al principio fue bastante raro porque al ser un libro financiado por mucha gente digamos que el potencial lector ya se había hecho con el libro antes de ser escrito. Parece que no pero esto resulta ser una medida de presión para el escritor brutal: ya te están exigiendo el producto antes de que tú tengas la idea. Además, en el caso de Etílico tengo que reconocer que he pasado por momentos críticos que me ha costado desentrañar.
Por ejemplo, recuerdo que cuando empezamos y ya teníamos seleccionado el ramillete de protagonistas de la obra, tuve un momento de sequía total. A la presión que todo escritor siente al enfrentarse al papel en blanco se sumó el hecho que te comentaba: sentir el aliento del mecenas en el cogote. Recuerdo que compré varios ensayos que tenían que ver con la pasión alcohólica de ciertos escritores. Esperaba que aquello fuera el detonante pero me equivoqué, no sentía la inspiración necesaria. De repente, un día di con una edición de la editorial Páginas de Espuma de los cuentos de Poe traducidos por Julio Cortázar. Y dije: “Poe narrado con la pluma de un maestro como Cortázar, tiene que salir de aquí la inspiración”.
El primer cuento de esa edición era El gato negro. Un cuento que ya había leído pero que al releer con la mente en la novela empecé a ver de lo que luego sería Etílico. Este camino ha sido el que he recorrido con cada autor de los que protagonizan el libro: todos me han abierto la puerta de la narración a través de su obra. Quiero decir, las obras externas referidas a ellos han servido de más bien poco, por no decir nada. Casi todo se basa en la propia obra de los cinco.
Y cuando leía a Poe, Hemingway, Plath, Fitzgerald y Bukowski, ¿Veía el alcohol en su obra?
Tenía la suerte de que conocía bastante la obra de los cinco. Excepto quizá la de Sylvia Plath, que era la que menos interiorizada tenía. Pero al encontrar esa puerta con Poe vi cuáles eran las narraciones que me podían hablar de su lado más etílico. El resto de trabajo vino dado y consistió en enfrentarse a su obra para enfrentarme yo a la mía. Fue un silogismo extraño.
¿Y cómo fue aproximarse a la obra a través de los ojos de un autor y no de un lector?
Te diría que de una forma particular en cada caso. Hemingway, por ejemplo, me parecía un escritorazo pero quizás era el que menos valoraba bibliográficamente. Sin embargo, cuando leí Por quién doblan las campanas como un escritor que tenía que leer entre líneas lo que estaba en el texto, descubrí muchas cosas. Me resultó más atractivo cuando lo hice como escritor que cuando lo hice hace doce años como un simple lector. Este juego ha pasado con los cinco, aunque quizás ha sido Hemingway el que he aprendido a valorar más desde ese prisma.
Y una vez terminado el trabajo de investigación, ¿cuál de los cinco es el que más le ha calado?
Sylvia, claramente. Por la capacidad literaria que tenía para transmitirme lo que sentía. Es una mujer que tuvo una biografía muy tortuosa, plagada de tragedias y momentos dramáticos reconocibles. Fitzgerald decía que lo que te más te destruye no son los grandes tragedias sino vivir el día a día con ellas. Reconozco esa frase en su literatura y veo en su obra como se va autoerosionando. Obviamente con desgracias como la locura de Zelda, pero digamos que en él el drama es un proceso gradual. El de Sylvia Plath no es así: pasa por un aborto, un intento de violación, una muerte repentina de un ser querido... En su poesía nos transmite estos hechos como no he visto hacer a nadie. De hecho lo que hace se llama poesía confesional: cuando escribe se confiesa delante del lector. Y el modo en que se miraba a sí misma me permitía jugar con su presenecia en Etílico, con los capítulos que ella protagoniza.
Comentaba que antes de empezar con la escritura de la obra ya tenía seleccionado el ramillete de autores que la iban a protagonizar. ¿Por qué esos cinco nombres en concreto?
Elaboramos una lista junto con la editorial y salieron como 35 o 40 autores aproximadamente. Escritores de toda condición: del siglo de oro de Quevedo y Góngora hasta contemporáneos. Con esa lista tocó hacer el ejercicio de ver con cuáles me sentía más cómodo y con cuáles podía ver hilos conductores respecto al alcohol en su obra. Conocerlos a fondo fue un factor fundamental: si no hubiera sabido que en París era una fiesta de Hemingway había pasajes muy etílicos o que en La senda del perdedor de Bukowski había personajes de su infancia, tal vez no los hubiera escogido.
También, no sé si fue consciente, pero los cinco son norteamericanos y, de alguna manera, se solapan en el tiempo. Muere Poe y años después llega la Generación Perdida y cuando se va apagando sale Sylvia que enlaza en el tiempo con Bukowski. En la obra se va viendo que unos referencian a los otros: el etílico hereda la literatura de un etílico anterior y siente pasión por el precedente. Todo esto no es algo que yo preconcibiese, salió solo.
Si hubiera un Etílico 2, ¿Qué autores diría que no podrían faltar?Etílico 2
Pues Malcolm Lowry, por ejemplo. Siempre me arrepentiré de haberlo dejado fuera. Era un borracho de los que lo deja muy claro en sus libros: Bajo el volcán, su obra maestra, es una crónica de una borrachera. Creo que lo dejé fuera porque con él no tenía la capacidad para hacer un personaje. Si hiciese un Etílico 2 creo que me empaparía de su obra porque me hubiera encantado llevarlo al papel.
Antes decía que inconscientemente los autores escogidos se suceden en la historia de la literatura norteamericana, pero en el libro sus experiencias se mezclan, ¿Cómo decidió estructurarlo?
Cuando empecé a imaginar el libro, intentaba ver ciertas sensaciones que ellos pudieran sentir mezclando lo que conocía de su bibliografía con su biografía. Cada capítulo lleva por título un sentimiento que yo reconocía en ellos y esos sentimientos me evocaban escenas. Luego lo que ha sido el corpus de Etílico son esas escenas que poco a poco han ido destruyendo a cada escritor: cinco autores, cinco autodestrucciones. Me interesaba ir desentrañando los momentos que podrían haber afectado a esa autodestrucción. Es por eso que no siguen un recorrido lineal. Sentí que tenía que contar su historia a base de escenas, miradas, frases...
Respecto a la búsqueda de ese sentimiento que encabeza cada capítulo ¿Por qué llamarlos “temor”, “dolor”, “fracaso”? ¿Cree que son esos sentimientos los que les llevaron a beber?
Creo que esos sentimientos están ahí pero ellos buscan beber y escribir para escapar de dichos sentimientos. Cuando alguien me pregunta sobre el hilo conductor entre el acohol y la literatura siempre digo que son puertas para huir. Porque en este mundo en el que estamos, que es una mierda, el arte siempre redime. Por eso, los sentimientos me parecían un buen pretexto para que lo que narro fuese visto como esas puertas de huida.
Hace un tiempo escribía también un artículo en Jot Down llamado “Si quieres ser poeta prepara el Prozac” que trataba justo de lo que hablamos ¿El trauma hace al genio?Si quieres ser poeta prepara el Prozac
La literatura, como cualquier arte, se construye más segura sobre el desamor, la tristeza, la melancolía... sentimientos que no tienen demasiado que ver con la felicidad. Creo recordar que en ese artículo se contaba una historia de José Cadalso cuya leyenda dice que intentó desenterrar a su amada muerta. Hay una obra de Cadalso que se llama Noches lúgubres, que habla de eso. Es una obra muy romántica, en el sentido del siglo XIX, en la que habla de la posibilidad de desenterrar un cadáver de alguien a quien se ama. Ya había llegado la locura a su literatura antes de que lo hiciese de manera real.
¿Pasó lo mismo con Machado y la muerte de Leonor?Machado
Pues puede que sí. Machado tiene también aquel famoso poema: A un olmo seco, que habla de como el olmo se va carcomiendo. Ese poema lo escribe en plena efervescencia de la enfermedad de Leonor: ya está imaginando la muerte de su amada antes de eso. Un poco lo mismo que les pasa a los cinco protagnistas de Etílico, la literatura es su manera de defenderse de la vida.
Para los cinco autores de los que habla esta novela, es una manera de poder convivir con el drama. Su relación con el alcohol merecería analizarse de uno a uno. Por ejemplo Sylvia, que es la menos alcohólica de los cinco, hay una escena en la que llega su marido a casa y ella, que se había ventilado una botella de vodka entera, amenaza con rompérsela en la cabeza a su marido. Creía que la estaba engañando con otra mujer y el alcohol era para ella esa arma arrojadiza. No como una solución, sino como forma de sobrellevar lo que sentía. Como una especie de bastón emocional.
Etílico muestra a estos autores conscientes del daño que les produce el alcohol ¿Crees que se empeñaban en beber para demostrarse algo, o para demostrale algo a los demás?Etílico
Creo que el alcohol se convierte en un problema de salud, fisiológico, al menos para cuatro de ellos. Para Poe, una vez enfermo, el alcohol era poco menos que veneno. Pero siguió bebiendo como los demás: todos antepusieron la necesidad al bienestar fisiológico.
¿Quién no entra en ese grupo?
Creo que Plath es la que menos lo necesitaba. En Etílico no he querido que el alcohol sea un personaje principal en el sentido de que sea el que guíe a los personajes. No me interesaba retratar a Hemingway borrachísimo dando el cante.
Además, literariamente, hay ciertas obras de Poe que dan la sensación de embriaguez. Hemingway decía aquello de “escribe borracho, edita sobrio”. Esto es pura opinión personal pero creo que el alcohol les daba una creatividad que no hubieran encontrado siendo abstemios. Además de la experiencia, por supuesto. Quiero decir que Hemingway recogió cadáveres durante la Primera Guerra Mundial y estuvo en el frente en la Guerra Civil, y eso hace que fuera un escritor de experiencias. ¿Hubiera sido capaz de vivir esas experiencias sin el estímulo del alcohol? Me cuesta creérlo.
Así como has definido a Hemingway como escritor de experiencias y a Plath como poeta confesional. ¿Cómo definiría a los demás?
Creo que Fitzgerald era la elegancia hecha prosa. Recuerdo una obra que me sirvió bastante y que publicó Círculo de Tiza, que eran cartas que había escrito a varias personas. Ahí se veía que hasta el acto más corriente, él lo narraba con una elegancia increíble.
Poe, por su parte, me parece el motor de la literatura norteamericana tal y como la conocemos hoy. Pienso en Lovecraft o en Stephen King y creo ver que todos beben de esa manera tan oscura de entender el mundo que tenía Poe.
Y Bukowski le quitó todo el academicismo que pudo a la literatura, y eso hizo que todas las experiencias horribles fueran de una vez explicadas con el lenguaje que requiere una situación horrible. No sabría decírtelo mejor: le dio al vicio, a las drogas y a lo sucio exactamente el lenguaje que exigían.
De formación es filólogo. Alguna vez he leído que estudió esto porque era una carrera con muchas vocales. ¿A nivel, digamos, profesional, por qué filología?
Espero que en mi ingenuidad no creyera que iba a ser rentable ser filólogo. ¡Pero es que esa historia es verdad y por eso la cuento! A mí me llamaban la atención las carreras con muchas letras, muy rimbombantes. Me gustaba mucho Arquitectura, con esa “c” postvocálica, y a medida que fui fracasando académicamente empecé a pensar que tal vez la teoría de las sílabas me estaba llevando hacía alguna parte. Así que sí, quiero creer que ese fue el motor que me llevó hasta filología.
En la 23 edición del diccionario desaparecieron 1.350 palabras. ¿Cómo se siente un filólogo cuando mueren las palabras?
Es una buena pregunta porque conteste lo que conteste me van a atizar. Si tuviera que decir lo que pienso, diría que una palabra no tiene porqué ser palabra gracias al diccionario. Creo que una palabra lo es desde el momento en que sirve para conectar. Si dos personas conectan con un “tq”, eso ya es una palabra.
Cuando dos letras que no significan nada por sí solas transmiten algo a tanta gente, en mi opinión ya está cumpliendo la función del lenguaje. Respecto a esto siempre me remito al maestro Juan Ramón Jiménez que siendo premio Nobel y un autor excelso colocaba jotas en sus escritos porque odiaba la letra “g”. “Intelijencia dame el nombre exacto de las cosas”, decía. Que alguien se atreva a contestarle que esa palabra no lo es porque la RAE no la acepta.
Hace no mucho dos académicos se “peleaban”, en el fondo dándose la razón, por el hecho de la politización del lenguaje. ¿Cómo ve estas polémicas?dos académicos se “peleaban”
A mí me encantan. Me fascinan esas justas literarias que se llevaban tanto antes. El hecho de pegarse tan elegantemente, con esa rimbombancia en el lenguaje, con esa exageración de los poderes lingüísticos. No me gustaron tanto algunas acusaciones más personales que dejó entrever Pérez-Reverte. Me pareció que en ese fuego cruzado Reverte sugirió cosas personales de Rico que estaban fuera de lugar. Pero a mí como espectador me encanta, ojalá todo el mundo discutiese así y no como en Sálvame.
La cuestión de fondo, en el artículo inicial de Reverte, parecía ser si el lenguaje inclusivo debía tener una posición destacada dentro de los asuntos de la RAE o no. ¿Qué opina respecto a eso?
Creo que ni el desdoblamiento de género soluciona, ni la unificación de género atrae al machismo. No creo que si yo dijera que aquí hay “veinte tipos sentado” alguien excluya que haya chicas. Opino que es una batalla que no se debe dar por ahí pero puedo llegar a entender que la gente quiera verse representada con ese desdoblamiento. No criticaría que el político de turno lo hiciera por convicción y con conciencia. Criticaría cuando se hace con fines que nada tienen que ver con el feminismo, como hace la gente cuando cree que le va a dar votos. Que el lenguaje se politice hasta tal extremo no me gusta: el lenguaje está por encima de un voto.
En este sentido se suele recurrir a ejemplos como el hecho de que la definición de “mujer” en nuestro Diccionario actual tiene hasta cuatro acepciones que ligan el término con “prostituta”. ¿El lenguaje viene desde las instituciones con este sesgo político o es el hablante el que se lo da?hasta cuatro acepciones que ligan el término con “prostituta”
Creo que es el hablante. Digamos que el diccionario recoge actitudes de él. Por ejemplo: había una acepción de la palabra “gitano” que decía algo así como “trapacero”. Es obvio que yo no creo que un gitano sea trapacero pero en la calle está ese uso de la palabra. El diccionario se limita a recoger eso. Dicho esto, me parece que esa acepción no debería estar.
Es un poco contradictorio: no va a solucionar nada, pero habría que tener un mínimo de elegancia. En cuanto a semántica se refiere unir términos como gitano y trapacero me parece un error. Yo no lo haría pero tampoco haría nunca un diccionario, así que de poco vale mi opinión.
Respecto a lo que hablábamos antes de la polémica de Rico y Pérez-Reverte, me ha parecido que has dicho que el estilo de aquellos artículos era rimbombante. Justo esa palabra me recuerda al famoso artículo de la “prosa cipotuda” que terminaba con la advertencia sobre que lo escrito con lenguaje preciosista, tal vez tenía poco que decir. ¿Cree que es así?la “prosa cipotuda”
A mí el artículo me pareció fantástico. Todos los columnistas que cita los adoro. Era divertido porque tenía mala leche en el buen sentido. Sin maldad. Pero es interesante lo que dices: ¿qué significa tener algo que decir? A mí los artículos de Jabois que me gustan son los que no tienen demasiada carga moral ni política. Lo rimbombante me encanta, yo soy gongorino y me encanta que el lenguaje sea exagerado en cierto modo. Aún a costa de no tener concepto. No voy a ser yo el que suscriba que una columna rimbombante no tiene nada que recordar.
Pienso en Mariano José de Larra: él tenía infinidad de artículos y los que más se recuerdan de son precisamente algunos como El día de Difuntos o Nochebuena del 36. La gracia de esos artículos está en el envoltorio, en lo rimbombantes que son. Sin embargo nadie recuerda esos artículos en los que hablaba de la unidad del teatro, que tendrían infinito más mensaje y concepto que aquellos.