'El cuento de la criada' cobra vida en el Retiro para reivindicar el espacio de las mujeres
En la república de Gilead no queda ni un libro feminista, ni una revista de belleza, ni una sola línea escrita por una mujer. Todo pasó por la hoguera. La presencia del género femenino en la historia se limita a cumplir su labor reproductiva e interceder lo mínimo en la cultura y el pensamiento crítico de la sociedad. Margaret Atwood imaginó esta escalofriante realidad en su novela El cuento de la criada. O quizá no la imaginó tanto.
La propia escritora ha admitido desde su publicación en 1984 que el contexto no es del todo ficticio, de hecho es de una vigencia alarmante. Tan perjudicial es la inexistencia absoluta de una bibliografía femenina como invisibilizar de manera consciente el legado de las escritoras. Eso es lo que reclama Marisa Mediavilla para la Biblioteca de Mujeres, una institución que busca 'un cuarto propio'.
Creada en los años 80, la Biblioteca ha llevado una existencia nómada. Su fondo ha ido cambiando de sede por falta de espacio -son más de 25.000 tomos- hasta terminar desde 2012 en el sótano del Museo del Traje de Madrid, donde los libros se pueden consultar pidiendo una solicitud previa al Instituto de la Mujer, mientras que otros ejemplares todavía descansan en cajas.
Para apoyar la causa, la librería Mujeres & Compañía y el espacio feminista La Tribu organizarán este sábado en la Feria del Libro de Madrid una performance inspirada en el libro de Margaret Atwood. Vestidas con la capa roja y la capelina blanca de las criadas del cuento, las voluntarias se pasarán cajas de libros de unas a otras para simbolizar el peso de la herencia literaria femenina. A esta acción le seguirá una mesa redonda con la creadora de la Biblioteca y un recital de poesía en la carpa central del Retiro.
En Europa existen Bibliotecas de mujeres que cuentan con su sede propia: ahí están The Fawcett Library en Londres, la Bibliothèque Marguerite Durand en París y la y el International Information Centre and Archives of the Women´s Movement en Amsterdam, todas creadas entre los años 20 y 30. La intención es, precisamente, que los ejemplares reunidos por Mediavilla corran la misma suerte y vuelvan sin excepción a su lugar natural: una estantería.
Ninguna acción es suficiente si los lectores no reivindican este legado escondido y la administración no se compromete a darle un espacio. Por eso es importante recordar la labor de Marisa, una bibliotecaria que lleva años demostrando que existen multitud de referentes femeninos. Otra cosa es que se quieran encontrar.
El silencio de las bibliotecas
Mucho antes de 1985, cuando Franco aún vivía, Marisa Mediavilla se decidió a recopilar títulos de escritoras para su colección personal. Pero no fue hasta ese año cuando la Biblioteca de Mujeres dio sus primeros pasos. “Como bibliotecaria, siempre había querido poner en funcionamiento un espacio para reunir lo que otras bibliotecas no guardaban”, cuenta la creadora en una entrevista con este diario.
Marisa empezó a llevar los tomos que compraba en el Rastro a un local de la calle Barquillo alquilado por el Instituto de la Mujer. En esta pequeña sede se reunían varios grupos y organizaciones feministas para realizar talleres y charlas, aunque ella no pertenecía a ninguna plataforma en particular. “Allí empezamos a catalogar los libros y ordenarlos en un armario diminuto con lo que yo tenía y los tomos que otras iban aportando”, recuerda. Algunos llevaban décadas descatalogados y otros se remontaban a 1936.
Poco a poco, aquel espacio de Chueca atesoró miles de libros, cómics, revistas y carteles reivindicativos en decenas de estanterías improvisadas. En 1991, la Biblioteca de Mujeres se constituyó como asociación sin ánimo de lucro y pasó a ser competencia del Estado. “Así accedimos a pequeñas subvenciones del Instituto de la Mujer. Las destinábamos a comprar libros y realizar actividades de difusión de la historia y la literatura de las mujeres mediante conferencias y talleres, pero nosotras no cobrábamos ni un duro”, explica Mediavilla.
La bibliotecaria se refiere a su principal compañera, la activista y filóloga Lola Robles, y a colaboradoras eventuales o estudiantes de biblioteconomía que echaban una mano en cualquier tarea. “Fueron muchas y todas contribuyeron a este proyecto”, concede Marisa. Un recuerdo feliz que choca frontalmente con el fantasma errante que ha perseguido a la Biblioteca desde sus inicios.
La cultura femenina sin hogar
“Tras Barquillo nos trasladamos al Consejo de la Mujer de la Comunidad de Madrid, en el distrito de Tetuán. Firmamos un convenio de diez años, desde 1997 hasta 2007, pero en al año 2005 el Consejo se trasladó a otro espacio en el que no cabían los libros, así que nos dijeron que debíamos desalojar el local”, evoca con tristeza Mediavilla.
Después del varapalo, Marisa -que en ese momento se encontraba sola al frente del proyecto- se vio obligada a donar su colección al Instituto de la Mujer para evitar su desaparición. Pero los problemas continuaron porque seguían sin obtener un local propio.
“Después de diversas vicisitudes, desde enero de 2012 la Biblioteca se encuentra en el sótano del Museo del Traje, situado en la Avenida Juan de Herrera, 2. No obstante sigo reuniendo libros, que luego paso al Instituto de la Mujer para que allí los incorporen al catálogo automatizado. Sin embargo, en los inicios solíamos incorporar sobre unos mil libros al año”, compara su creadora.
Mediavilla no ceja en el empeño de dar a conocer su biblioteca de forma independiente, por lo que agradece en especial la ayuda de la web Mujer Palabra, que ha creado una enorme base de datos donde están incorporando incluso la cuidada colección de carteles antiguos de Biblioteca de Mujeres y un tesauro de términos feministas elaborado por ella misma junto a Ricarda Folla. “Un instrumento necesario para clasificar e indizar documentos en toda biblioteca o centro de documentación”, lo define.
Mediavilla solo quiere que todos estos años de esfuerzo sean útiles para las generaciones venideras. Esas que piensan que apenas existen referentes femeninos que hayan marcado la historia y la literatura. Ella y sus 30.000 tomos lo desmienten. Pero para que la gente los incorpore, los investigue y los consulte hace falta una sede y un fondo público. Algo que no se cansarán de reivindicar, aunque sea vistiendo capas rojas y denunciando una invisibilización que no solo afecta al mundo imaginario de Gilead.
*En una primera versión del artículo, se recogía que los libros se encontraban afectados por la humedad en el sótano del Museo del Traje. Esta institución y la Biblioteca de Mujeres lo desmienten. Los libros que aún están en las cajas se encuentran en buen estado.