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Los ganadores del Pulitzer que Trump no quiere que leas

Oprah Winfrey recomendando el libro ganador del Pulitzer de Ficción

Mónica Zas Marcos

La sección cultural es la más polémica de los premios Pulitzer y a su vez la menos mediatizada. Pocos ponen en entredicho a una redacción que trabajó de sol a sol por cumplir con su labor periodística, pero siempre habrá quien tenga opinión sobre una obra de teatro o los libros premiados. Ese foro de debate es una de las mejores partes de la cultura, pero también sitúa al jurado de Letters, Drama and Music en un incómodo paredón. 

El escritor Michael Cunningham lo explicó de forma brillante en un editorial del New Yorker. El autor de Las horas lanzó una crítica abierta a la junta del Pulitzer, que en 2012 decidió dejar sin premio a la ficción. En el artículo, Cunningham cuenta el  proceso de selección de los tres libros finalistas en la votación general. Sin previo aviso, las obras fueron desechadas y los Pulitzer declararon el premio desierto, echando por la borda su trabajo y el de otros dos miembros del jurado literario. 

“Los miembros de la junta pueden, si están insatisfechos con los tres nominados, pedir al jurado una cuarta posibilidad. Pero no hubo tal petición”, escribió. Algo que jamás ha ocurrido en la categoría periodística, porque siempre hay una buena cobertura a la que premiar. En cambio, ningún escritor de ficción fue lo bastante bueno para el tribunal. Eso, entre un catálogo de más de 300 finalistas, es mucho decir.

Aquella fue la décima ocasión en la que los Pulitzer prescindieron de este premio. Entre los desechados por la historia estaban El arcoíris de la gravedad, de Thomas Pynchon, y El río de la vida, de Norman MacLean. “Es ofensivo y de tener muy poca visión de futuro”, dijo Michael Cunningham en un segundo editorial llamado ¿Cómo definir la genialidad? 

“Un premio literario es, como mucho, una forma de atraer a los lectores hacia una obra que merece más atención de la que quizá tendría sin el premio”, concluía el escritor. Despojar de esa oportunidad a un autor siempre queda feo, pero en la era de Trump habría sido imperdonable. Así lo demuestra el importante galardón a la redacción del Washington Post por desenmascarar las falacias del presidente de EEUU.

También en la sección de ficción se batían en duelo dos historias raciales, y la vencedora ha sido The Underground Railroad. El escritor afroamericano Colson Whitehead se ha impuesto por su “inteligente fusión de realismo y alegoría que combina la violencia de la esclavitud y el drama de la huida”, según el tribunal. Y no está solo.

En la categoría hermana de no ficción, el jurado ha elegido Evicted, un retrato del drama de los desahucios masivos tras la crisis hipotecaria de 2008. También en poesía, Olio repasa la historia detrás del blues norteamericano, los himnos de los trabajadores negros y del gospel, a la vez que “desafía las nociones contemporáneas de raza e identidad”. En la misma línea camina la obra de teatro galardonada, Sweat, descrita como “el primer punto de referencia teatral de la era Trump”.

Todas estas creaciones comparten un espíritu combativo y serán recordadas como la ofensiva cultural en un tiempo de crisis política y humanitaria. 

La esclavitud en clave de realismo mágico

Colson Whitehead leyó muchos testimonios de esclavos de plantaciones para dar forma a su The Underground Railroad, pero lo que le destrozó de verdad fue la película 12 años de esclavitud. Su protagonista, Cora, es una chica de quince años que escapa de los trabajos forzados a través de una red subterránea de trenes y vías.

Su obra ha sido comparada con Cien años de soledad y con El diario de Anna Frank por la crudeza de las palabras de esta adolescente. 

“Cuando releí a García Márquez me pregunté cómo sería si mantuviese la fantasía mucho más pegada a la realidad. Quería mantener el estilo de esos testimonios de esclavos donde contemplas de cerca las rarezas y horrores que siguen pasando”, dijo el escritor en una entrevista

Muchos lectores afroamericanos afirmaron que Whitehead había creado un túnel del tiempo hacia sus antepasados, que conectaba a su vez con un presente de auges nacionalistas y racismos en plena era de Trump. “Creo que el libro tiene que ver con la supremacía blanca como un error de origen en la historia de nuestro país, y ese error de origen está siendo representado ahora mismo en la Casa Blanca”, dijo el lunes a Associated Press. El germen de The Underground Railroad surgió mucho antes que las últimas elecciones presidenciales, pero ahora su autor le encuentra aún más significado.

El propio Whitehead admite que desconocía el vínculo de su familia con la esclavitud hasta que empezó a investigar para este libro. Un efecto que parece repetirse entre algunos de los personajes negros más mediáticos de EEUU y que recomendaron su texto, como Oprah Winfrey y el expresidente Barack Obama.

Tampoco quiere ser considerado como un exponente de la negritud ni un curador espiritual. Su relato surge de la necesidad de hablar de algo “realmente aterrador”, como las permutaciones siniestras del racismo, y respetuoso con aquellos que fueron “golpeados hasta la muerte en frente de sus propios hijos”. 

Desahuciadas, pobres y negras

“Si el encarcelamiento ha llegado a definir el modo de vida de los hombres pobres negros, el desahucio es la forma de vida de más mujeres pobres negras”, escribe en Desahuciadas Matthew Desmond, sociólogo, profesor de Harvard y ganador del último Pulitzer en no ficción.

El libro ha sido editado en España por Capitán Swing y nos acerca ocho casos reales que ocurrieron en Milwaukee tras la crisis de vivienda de 2008.

El autor relaciona el derecho a la vivienda digna con el progreso social de una comunidad. “Cuando las personas tienen un sitio en el que vivir, se convierten en mejores padres, trabajadores y ciudadanos”, recalca Desmond.

El profesor quiso acercar la cara más cruenta de esta injusticia a través de un arrendatario de caravanas, que es quien decide desahuciar a familias enteras mientras él disfruta de unas vacaciones en el Caribe. También con el testimonio de Sherrena Tarver, una propietaria que desaloja en Navidad a una madre con dos hijos porque “el amor no paga las facturas”.

“Sobre una base de años de trabajo de campo y datos minuciosamente recopilados, este libro magistral transforma nuestra percepción de la pobreza extrema y la explotación económica, al mismo tiempo que proporciona ideas frescas para resolver un problema devastador y exclusivamente estadounidense”, ha destacado el tribunal del Pulitzer. Desahuciadas es una llamada directa al Gobierno de EEUU, que parece “estar más dispuesto a gastar dinero en exenciones fiscales que en asistencia directa”.

Sobre una pobreza más actual también incide la obra de teatro Sweat, ganadora del Pulitzer en la categoría de drama. 

El electorado pobre de Trump

El musical Hamilton dejó el listón teatral demasiado alto el año pasado en los Pulitzer. El público y la crítica se rindieron ante esta biografía del padre fundador de EEUU en clave de rap, cuyo reparto está formado únicamente por actores negros y latinos. En esta edición, la obra premiada no se queda atrás.

Sweat, de la dramaturga Lynn Nottage, se ambienta en Pensilvania, donde la ganadora pasó dos años y medio entrevistando a sus habitantes. La obra retrata el cierre de una fábrica que lleva a la ruptura de amistades y familias, así como a un ciclo devastador de violencia, prejuicios, pobreza y drogas.

La mayor parte de la escenografía ocurre en un bar, donde los trabajadores pasan el rato y sueltan su ponzoña. Nottage se centra en dos amigas, Cynthia, que es negra, y Tracey, blanca, que solicitan el mismo puesto de trabajo.

“El frágil ecosistema del bar estalla: la preocupación económica engendra resentimiento racial (Tracey cree que Cynthia consigue el trabajo porque es negra), xenofobia (el ayudante del camarero es colombiano y es objeto constante de insultos) y brutalidad”, reseñó el New Yorker. La revista califica a Sweat como la primera obra fruto de la era de Trump porque describe los sentimientos del electorado pobre que contribuyó a su victoria. 

Los Pulitzer pretenden ir más allá que un premio literario al uso, como el Nobel, porque ejemplifican las preocupaciones, crisis e intereses de un momento concreto. Dejarlos desiertos, como criticaba Michael Cunningham, significa borrar una parte de la historia norteamericana.

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