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Un diplomático español en el corazón de las tinieblas

Antorca | Símbolo aún visible en la pared

Enric Lloveras

¿Un diplomático que escribe? La lista de diplomáticos que han honrado la literatura es larga, tanto en lengua española como en las más importantes culturas del mundo. Su posición profesional les convierte en observadores privilegiados de la realidad, a menudo depositarios de secretos inconfesables, pero siempre relatores interesantes de la vida política y cotidiana de los países en los que viven y trabajan.

Aunque posiblemente el género más abundante entre los diplomáticos es el ensayo, una mirada rápida a la historia nos permite apreciar a los que han honrado la ficción o la poesía y que han sido reconocidos con el Premio Nobel de Literatura como Gabriela Mistral, Octavio Paz, Pablo Neruda, Ivo Andric o Saint-John Perse, uno de los mejores poetas del siglo XX. Pero también eran diplomáticos Jorge Edwards, Julio Ramón Ribeyro, Sergio Pitol, Abel Posse o Ernesto Giménez Caballero.

Salvando las distancias, Enrique Criado pertenece a la tribu diplomática y debuta con un ensayo sobre uno de los países más desconocidos, que ha titulado Cosas que no caben en una maleta: vivencias de un diplomático novato en el Congo (Editorial Aguilar, 2016). Con 35 años, Enrique ya ha servido en las embajadas de España en La Habana, Londres, Kinshasa, Canberra y actualmente está destinado en Sofía, Bulgaria.

Criado termina su libro citando al gran Paul Theroux, buen conocedor de África (había sido profesor en Malaui y Uganda) que decía hace tres años a un periódico de Madrid: “Nunca ha sido sencillo viajar al Congo, pero hoy es imposible, no hay caminos, es peligroso, la gente lleva armas por la calle y está hambrienta, hay soldados por todas partes... Cuando la gente piensa que esto es un solo mundo y que, en cuanto tal, es sencillo viajar, se equivoca”.

Este es el gran mérito del libro que nos ocupa: contarnos algo de un país hermético, el “más africano de los países de África” en una clave que recuerda en muchas páginas al ya clásico Ébano del periodista polaco Ryszard Kapuscinski y, en otras, a la mirada sorprendida y fascinada de El antropólogo inocente de Nigel Barley.

Enrique Criado vivió en el Congo desde 2009 a 2012, acreditado en los gobiernos de los dos Congos: el antiguo Zaire, capital Kinshasa, de censo inexistente, pero que podría rondar los 80 millones de habitantes, y la pequeña República del Congo (RDC), capital Brazzaville, con solo cinco millones.

La RDC comparte con Níger el último puesto del mundo, el 186, en el índice de desarrollo humano que realiza la ONU. Tiene una esperanza de vida de 49 años. La caída del dictador Mobutu Sese Seko provocó una guerra civil que mereció el trágico nombre de “guerra mundial africana”, afectó a medio continente, provocó la intervención de ejércitos de siete países, y dejó más de cuatro millones de muertos.

Realismo mágico en el país más africano de África

Aunque buena parte del libro es un análisis geopolítico del país, fruto de la formación académica del autor, es imposible no caer en el realismo mágico. En una de las presentaciones del libro, el actual Director de la Escuela Diplomática, el embajador Enrique Viguera (y antiguo “jefe” de Enrique Criado en Australia), contaba como Mobutu Sese Seko viajó a Pekín y se sorprendió por el excelente estado físico de los dirigentes del Partido Comunista de China. Cuando preguntó por el secreto de su vitalidad le contaron que, sin duda, era debido a los magníficos masajes que recibían diariamente, fruto de la tradición milenaria del país. Dicho y hecho. A su regreso, Mobutu estrenó un equipo de masajistas, cedidos por China, que permitió a los avispados dirigentes colocar un nutrido grupo de espías en el corazón del Gobierno del Congo.

No menos sorprendente es el relato de un accidente aéreo (2010) provocado por un cocodrilo suelto en un avión. El saurio, que viajaba en una bolsa de deporte, consiguió escaparse en pleno vuelo y el aparato cayó en picado cuando el grueso del pasaje, aterrorizado, se apelotonó en la parte delantera de la cabina provocando el desastre. Murieron 19 personas al estrellarse contra una casa a cien metros de la pista de aterrizaje.

A Criado le ha salido un relato de viajes del siglo XIX, de la época en que no había Zaras en los ejes comerciales de las capitales de todo el mundo.

Tres españoles singulares

Criado se va reencontrando con personajes fascinantes, como la monja catalana Nuria Sánchez de Ocaña, que dedicó parte de su vida a liberar presos con la pena cumplida. Nuria se empeñaba en que la justicia fuera justa. Nada más ni nada menos. Escrutaba archivos polvorientos de juzgados para luchar contra los defectos del sistema penitenciario: órdenes de liberación que no llegaban a destino por descontrol burocrático o, simplemente, porque no había gasolina para el vehículo que tenía que trasladar el papel o no se había pagado la mordida correspondiente al funcionario de turno.

Luis Arranz, biólogo, otro español, era el director del Parque Nacional de Garamba. Las circunstancias y su pasión por el trabajo le convirtieron en el único extranjero con grado de comandante de una milicia, piloto y responsable involuntario de la administración de un territorio enorme sin servicios de seguridad, sanidad, educación o carreteras. Para proteger su parque, a Luis le toca luchar contra el furtivismo, contra rebeldes ugandeses o sudaneses o contra la guerrilla Lord's Resistance Army, liderada por Joseph Kony, que causó en dos años más de dos mil muertos y violaciones entre la población civil de la zona. En una visita de embajadores de la Unión Europea, el científico español les sorprendió pidiendo, para preservar el parque, armas automáticas y munición para proteger la vida de sus guardas. Con fondos para desarrollo, salud o medio ambiente no solucionaba nada en Garamba. Lo prioritario era preservar la vida de las personas.

Mario Sarsa, médico aragonés, “hombre blanco con pelo y barba blanca”, es otro de los personajes retratados en el libro. Fue secuestrado por casualidad por la etnia enyele durante una travesía del río Congo, de Kinshasa a Kisangani. Acabó cuidando de la salud de sus secuestradores, que pretendían pagarle por sus servicios médicos. Cuando por fin consiguieron liberarle, “estaba muy delgado, pero dijo haber comido razonablemente bien en la selva -verduras, serpientes y gusanos- aunque le tocó beber agua del río”. Recojo de la prensa de la época que “los rebeldes habían afeitado el vello corporal a Mario Sarsa para la fabricación de amuletos mágicos. Estas milicias suelen utilizar abalorios y amuletos tradicionales para adornarse durante la batalla, ya que creen que estas prácticas les protegen de las balas de sus enemigos”.

La corrupción, la madre de todos los males

El Congo lidera uno de los ránkings más perversos del mundo actual: el de la corrupción. Empresas orientales -especialmente chinas- pero por descontado también occidentales, se dedican a comprar a políticos y funcionarios para conseguir concesiones mineras a bajo precio. Como señala Enrique Criado “gana la empresa, gana el corrupto y pierde el ciudadano congoleño”.

De la colonización china de África, el libro señala que es habitual que algunas corporaciones se comprometan a realizar obras públicas en Congo -carreteras, hospitales- y que se cobren el equivalente de su importe en minerales extraídos de minas congoleñas. El problema radica en que nadie es capaz de determinar con exactitud cuánto mineral se está extrayendo y cuál es su valor en el mercado, por lo que una vez más la economía congoleña sufre grandes desastres por esta práctica comercial.

Un informe sobre la corrupción en el mundo señala que la RDC está en el grupo de los diez países más corruptos del mundo entre un total de 197 analizados, estimando que “la corrupción encarece los precios de los contratos hasta en un 25% y aumenta los costes generales de hacer negocios en otro 10%”. ¿Nos suena esta práctica de algo a los españoles?

No sigo contando cosas que me han sorprendido del relato de Enrique Criado porque no quiero destripar más el libro, pero no se pierdan los capítulos dedicados al entierro de Sayama, “un golpe de Estado en mi calle”, o lo referido a la Orquesta Sinfónica Kimbanguista o a los Sapeurs (Société des Ambianceurs et des Persones Elegantes), que no tienen desperdicio y que han inspirado dos magníficos documentales.

Aunque no tenga ninguna intención de visitar el Congo, no se pierda este libro. La literatura dedicada al Congo es mínima. Esta crónica de un diplomático español en el corazón de las tinieblas viene a cubrir parte de este vacío. Por si se queda con ganas de más, cuando termine de leer el libro, una bibliografía final con cincuenta títulos imprescindibles sobre este país le dará combustible para seguir profundizando en el tema.

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