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La II Guerra Mundial de las mujeres soviéticas

Svetlana Alexiévich

David Sarabia

Al cerrar el libro de Svetlana Alexiévich (Bielorrusia, 1948) el mundo vuelve a su cauce normal. El peso de la novela se diluye. Las rayas y las fotos que decoran la portada son solo fotos y dibujos. La guerra no tiene rostro de mujer (Debate) son cientos de relatos de mujeres, todas ellas excombatientes de la II Guerra Mundial por el bando soviético. La Premio Nobel de Literatura 2015 escribió el libro en 1983, aunque lo revisó en 2002. Dentro, algo menos de 400 páginas que cuentan testimonios en primera persona de la guerra, el frío, la nieve, el calor y la sed. De la muerte y el olor putrefacto de los cadáveres que se pudren. Del día de la Victoria. De lo que vino después de 1945.

Alexiévich nació al albor de la segunda Gran Guerra. Tres años después de la Gran Victoria. Ella, que confiesa al principio de la novela que “nunca quiso leer libros de guerras a pesar de que en la época de mi infancia y juventud fueran la lectura favorita”, terminó haciéndolo. Acabó leyendo y escribiendo, ordenando datos, testimonios, historias, horrores y anécdotas de una guerra que dejó 60 millones de muertos.

Un vaso de ginebra no puedo beberse de trago porque quema el esófago cuando baja. El libro de Svetlana Alexiévich tampoco puede leerse de una vez, porque intoxica. Y no es un veneno embriagador como el del etanol embotellado, es un aire pesado que sofoca, por ejemplo, al leer cómo una madre asfixia a su bebé de meses bajo el agua para así evitar que los nazis descubran a todo un regimiento de partisanos. Son pasajes de vida y muerte, de hambre y desconsuelo, relatados en primera persona por sus protagonistas. Es duro porque la vida fue (y es) así de dura.

“¿Seré capaz de encontrar las palabras adecuadas?”

La guerra no tiene rostro de mujer son cientos de mujeres. Son francotiradoras, enfermeras, zapadoras, soldados, cirujanas, artilleras, cocineras, lavanderas, médicas, mecánicas, transmisoras de comunicaciones, telegrafistas. Todas ellas formaron una suerte de engranaje que funcionó a la perfección durante la Gran Guerra. La gran idea de la Victoria se materializó. El objetivo se alcanzó. Los nazis perdieron tras contar con casi tres cuartas partes de Europa.

Hay una premisa de la que parte este libro. No es otra que recordar que casi todo lo que sabemos de la guerra -de las guerras- es por boca de los hombres. Alexiévich se propuso cambiar ese axioma entrevistándoles solo a ellas, a las mujeres, a esas que nunca hablaron. Muchas han confesado por primera vez en su vida lo que vieron o lo que hicieron durante la contienda. Otras han recordado momentos enterrados en lo profundo de su espíritu.

El pasaje de arriba es uno de tantos que llenan el libro. Es difícil narrar un relato coherente a lo largo de seis años entre balas y trincheras. Alexiévich estructura la novela en capítulos que cuentan con un punto de partida común -cómo se alistan las primeras mujeres en el Ejército Soviético, los méritos en el campo de batalla, la idea de la feminidad aun a pesar de la guerra, los heridos, la camaradería, las tareas a priori secundarias que no incluyen empuñar un fusil, el amor, la muerte- pero sin final marcado. Una sección no sigue a otra, necesariamente.

La autora bielorrusa no quiere hablar de la guerra, pero sus mujeres en el libro la recuerdan. No le interesa el combate, pero sí la idea que subyace del mismo. Los aliados ganaron. Las mujeres rusas fueron una parte fundamental de la Gran Victoria. Nadie las recuerda. Svetlana Alexiévich sí, y por eso -y por su obra anterior- ganó en octubre el Premio Nobel de Literatura: la voz de ellas, de las que también estuvieron aunque la historia se lo niegue, cuenta. Y mucho.

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