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'La idiota', la novela que cuenta cómo eran las relaciones cibernéticas en tiempos del e-mail

Meg Ryan y Tom Hanks en 'Tienes un e-mail'

Carmen López

A mediados de los años 90, la comunicación entre las personas sufrió una sacudida. El correo electrónico se popularizó como una herramienta de intercambio de mensajes, facilitando y a la vez complicando las relaciones. Esa es una de las principales ideas sobre las que se asienta La idiotaLa idiota, la novela casi autobiográfica de Elif Batuman que Literatura Random House ha publicado en España traducida por Marta Rebón.

El libro obtuvo una nominación al premio Pulitzer, entró en la lista de los más vendidos de The New York Times y ya está en marcha su adaptación al cine de la mano de la realizadora Sandi Tan. Ni el tema, la trama o las 500 páginas de historia auguraban tal éxito. Tampoco la cubierta de color cuarzo rosa. Fue la gran sorpresa editorial de la temporada.

La 'idiota' en cuestión es Selin, una joven norteamericana de padres turcos, que empieza a estudiar en Harvard en 1995. Su objetivo es convertirse en escritora al terminar la universidad. Le obsesiona el funcionamiento del lenguaje y el porqué de las historias que se cuentan en la literatura.

“No me interesaban la sociedad ni los problemas de dinero de la gente del pasado. Quería saber qué significaban realmente los libros”, explica ante la dificultad de escoger asignaturas de su especialidad. “Quería saber por qué Anna [Karenina] había tenido que morir, y en lugar de eso te contaban que los terratenientes rusos del siglo XIX tenían el dilema de si pertenecían o no a Europa”.

La obra encaja en el género de novela de formación o Bildungsroman. Además de sus dilemas con el plan de estudios, la protagonista tiene otros propios del paso de la adolescencia a la edad adulta. Encima se enmarcan en un escenario nuevo, lejos del hogar familiar y sin red de apoyo. Tiene que hacer nuevos amigos, aprender cuáles son las dinámicas universitarias o entender por qué la cerveza sirve como motor de las relaciones.

En medio de toda esa maraña de enigmas que tiene que resolver, hace aparición el primer amor [esencial en el desarrollo emocional de una persona]. Algo con lo que Selin no contaba. Hasta el momento no mantiene relaciones sexuales ni está demasiado preocupada por ello y, además, detesta los finales felices de las películas. Su mente está ocupada cavilando sobre si el pensamiento y el lenguaje son lo mismo, no en enamorarse.

Pero al apuntarse a la asignatura de ruso elemental conoce a Ivan, un húngaro de casi dos metros y mayor que ella. Su contacto en persona no va más allá de las clases, pero algo la lleva a enviarle un correo electrónico. Y ahí empieza un tipo de cuelgue que, en aquellos años, aún era una novedad: el cibernético.

“El amor que siento por ti es por la persona que escribe tus mensajes”. Una de las frases del libro que describe cómo serían las relaciones a partir de ese momento. Después llegaría el Messenger, las redes sociales, el Whatsapp y las aplicaciones para ligar, pero el e-mail fue el germen de todo. Si cuando Ray Tomlinson envió el primer correo electrónico en 1971 hubiese sabido lo que iba a suponer para las relaciones personales, quizás se lo habría pensado dos veces.

El cartero 2.0

“Antes de llegar a la universidad no sabía qué era el correo electrónico. Había oído hablar del e-mail y sabía que, en cierto modo, tendría uno. [...] No entendía, sin embargo, en qué sentido la dirección de correo electrónico era una dirección, o de qué cosa era una abreviatura”, comenta Selin al principio de la novela.

La joven no tiene ni idea de para qué sirve todo aquello. Batuman sabe describir aquel sentimiento de desconcierto porque ella misma lo vivió. Fue al mismo tiempo en que escribió el manuscrito de lo que acabó siendo La idiota. Tenía 23 años, estaba estudiando y cuando lo terminó, lo guardó en un cajón durante una década y media.

Cuando volvió a él, después de mucho tiempo sin escribir nada de ficción, le pareció precisamente eso, ficción. En 15 años una persona puede llegar a cambiar mucho y no recuerda exactamente cuánto de verdad había en aquellas frases. Hizo cambios, según explicó en Jezebel, aunque ahí seguía estando la joven que se enamoró por correo electrónico.

Aquella universitaria que aprendió a leer con tres años, se graduó en Harvard, se doctoró en literatura comparada en Stanford y ahora es miembro de la plantilla de The New Yorker. En 2010 publicó su libro de ensayos Los poseídos. Mis aventuras con libros rusos y la gente que los lee (Seix Barral, 2011. Traducción de Marta Rebón).

Su historia, tal y como fue, no podría haberse dado en otro momento que no fuese el final del siglo XX. La lista de novelas epistolares de amor que se habían escrito hasta entonces es larga -desde Lady Susan de Jane Austen hasta 84, Charing Cross Road de Helene Hanff, por ejemplo- pero los buzones en los que se reciben las palabras no tienen nada que ver.

Batuman explica perfectamente esa diferencia entre tipos de correspondencia a través de la relación los protagonistas. Entrando en la red de la universidad, Selin puede ver si Ivan está conectado y desde dónde. Que él tarde varios días en contestarle a un correo -cuando además le ha visto 'en línea'- puede significar muchas cosas. Y todas las posibilidades que se le ocurren la vuelven loca y no la dejan ni dormir.

Además, los mails se encadenan, por lo que puede repasar cuál ha sido el desarrollo de la conversación. “Leía los mensajes de Ivan una y otra vez y me preguntaba qué querían decir. Me sentía avergonzada pero ¿por qué?¿Por qué era más respetable releer e interpretar una novela como Las ilusiones perdidas que releer e interpretar los emails de Ivan?”, se pregunta mientras espera.

Los años 90 fueron buenos tiempos para la lírica en Internet. De pronto existía una herramienta a través de la cual expresar lo que se quisiera sin descubrirse, lo que podía dar lugar a parrafadas románticas o místicas que en persona nunca se habrían pronunciado. “Todo esto me recuerda a Unabomber”, le dice un psicólogo a Selin cuando le explica el tipo de relación que mantiene con Ivan. “Gracias a estos emails puedes tener una relación completamente idealizada. No arriesgas nada. Detrás de la pantalla, estás completamente a salvo”, le añade.

Ese dilema también lo plasmó en la pantalla Nora Ephron, en la mítica -y denostada- comedia romántica de 1998 Tienes un e-mail, protagonizada por su musa Meg Ryan y Tom Hanks. Es una revisión de El bazar de las sorpresas de Ernst Lubitsch (1940) pero con un router de por medio y capitalismo acelerado.

Los dos protagonistas no se conocen en la vida real, pero intercambian correos electrónicos creando así una relación íntima pero virtual. Ambos esconden a sus parejas esta actividad, aunque no saben muy bien por qué. De hecho, Meg Ryan se pregunta si ese tipo de correspondencia podría considerarse adulterio, pero no hay problemas hasta que traspasan las pantallas.

La cinta puede tener muchas cosas reprobables, pero sí consiguió retratar lo que estaba sucediendo en las relaciones personales. Los dos personajes se sientan con ansia delante del ordenador esperando que AOL les diga “Tienes un e-mail”. En ellos se cuentan intimidades cotidianas, pensamientos que no les comentan a nadie más y se idealizan. Lo que el psicólogo le advierte a Selin, aunque sin un terrorista como referencia.

Nora Ephron tenía una visión muy positiva del correo electrónico. Dianne Dreyer, productora asociada de la película, pensó que todo iba a cambiar para peor cuando recibió su primer correo. Cuando se lo comentó a la directora, Ephron le espetó: “¡No podrías estar más equivocada! Va a mejorar todo. Podrás responder rápidamente y decir: ”Hola, bla, bla, bla“.

Los finales felices eran una especialidad de la guionista y directora, no tanto la de Batuman. Pero ambas reflejaron a su manera cómo la comunicación interpersonal cambió con la llegada de Internet a la sociedad que, como Selin, seguramente también fue un poco idiota al principio. De todo se aprende (o no).

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