Miguel Hernández, tu rayo no ha cesado todavía
¿Quién era Miguel Hernández? ¿Cómo un oriundo de Orihuela, destinado a ser otro jornalero de frente y manos duras, acabó dotando a la poesía española de todo un aliento agro, un savoir faire de entraña, un relámpago sin mística? ¿Cómo pudo una mala tisis llevárselo tan pronto, en una cárcel, sin una cebolla blanca en la boca? ¿Qué versos futuros perdía la Historia -y su Josefina- de quien fue joven hasta para morir? ¿Quién era Miguel Hernández? Pero, sobre todo, ¿quién sigue siendo Miguel Hernández?
Se cumplen 75 años desde que falleciera el 'hijo español' de Pablo Neruda -su 'padre', Alberti; su 'hermanísimo', Lorca, otro que se fue sin mirar atrás-. Miguel Hernández sigue vivo. En cada verso de poeta contemporáneo su influencia no es errata. Generación tras generación, hay un 'post-miguelhernandismo' en la metáfora patria. Conversamos con algunas de las voces de la poesía actual española para saber de primera mano cómo hay un 'viento del pueblo' que sigue su rumbo en los pulmones de los otros.
“La influencia de su escritura ha sido menor que el calado de su actitud y de su leyenda abaratada. Miguel Hernández fue más de lo que nos dijeron”, afirma el poeta Antonio Lucas (Madrid, 1975) en un hilo que recoge con el mismo impulso Momo Galera (Murcia, 1997), coordinador de la Jam de nakama y del Micro Abierto de 'La Casa Vieja' en Albacete: “De los poetas actuales, son muchos los que se han dejado bañar por la tinta crítica de Miguel Hernández, aunque posiblemente son menos de los que deberían”.
“Miguel Hernández no es un poeta cuya influencia pueda rastrearse fácilmente porque la suya no fue una obra revulsiva, que sentara las bases de una estética propia”, explican desde la editorial Esto no es Berlín. “Lo valioso es que, aún así, fue un poeta original. Su influencia está, o debería estarlo, en su actitud poética indesmayable”. Una actitud en donde cada víscera está al servicio del siguiente verso, cada músculo tensado para asombrar con una tilde nueva al lector.
Desde la Fundación Miguel Hernández advierten de que la vigencia de su verbo radica en “su autenticidad, intemporalidad del mensaje, su rebeldía por aquello impuesto”. Hablan de que sus libros “suponen un gran esfuerzo por aspirar a la belleza partiendo de lo simple”, de que su influencia en la poesía contemporánea promueve “una vuelta al yo, al intimismo”. Y con un vistazo a los poetas del hoy que serán poetas mañana: el 'yo poético' de Miguel ha alargado su sombra telúrica hasta nuestros días.
Un legado en lunas
“Miguel Hernández es un poeta de un extremo virtuosismo y un deslumbrante talento natural, que supo cantar a la vida, tomar partido en los duros dilemas de su tiempo y no renunciar jamás a su sentido de la dignidad y la verdad”. Las palabras de Raquel Lanseros (Jerez de la Frontera, 1973) sirven de cimiento para cantar qué delimita la poesía del oriolano. “Si algo la define, es esa extraña resiliencia de la juventud en la libertad. Estos son sus dos mayores pilares: el amor y la libertad”, expone desde su Málaga natal el joven vate Jorge Villalobos (1995).
Para Momo Galera, el mejor sinónimo de Miguel Hernández es “la lucha”. “Es el consagrado 'poeta del pueblo' por el fiel reflejo que hace de ese sentimiento de lucha obrera, de causa republicana. La obra de Miguel es un retrato detallado de una España atrasada”. Para su Fundación, los lendeles que dejó Miguel se escriben con tres adjetivos fieros: “Auténtico, profundo, sencillo. Su obra bebe de las fuentes del pueblo”.
Un pueblo que de alguna forma le dio la espalda y la cruz de la moneda de una idea. Hubo que reivindicarlo, aunque su herencia poética aún galopa rauda. Para Villalobos, Miguel Hernández “fue mártir porque no aceptó cadenas, porque no renunció a la sonrisa ni su voz. En cada poema se ve una honestidad titánica, eso es su legado”. Raquel Lanseros coincide y lanza el órdago: “Sin su figura no es posible explicar la producción poética posterior”.
Y Antonio Lucas lo resume, ¿qué define la poesía de Miguel Hernández? “El instinto. La calentura de un verso que sube alto la imagen poética y que cuenta con una potencia verbal asombrosa”. ¿Cómo definiría su legado? “Como el de un hombre que nació fieramente para la poesía, para el asombro y para el dolor”. Quedan por saber las razones por las que debe su sangre seguir estercolando el territorio poético.
Leer una ausencia
La editorial Esto no es Berlín da su impresión, que no va mal encaminada: “Hay que leerle, primero, porque, admitámoslo, no lo leemos todo lo que deberíamos, pero la España de la crisis probablemente sea más sensible a la magnitud de su voz”. La poeta Luna Miguel (Madrid, 1990), sin embargo, retrata en esta anécdota una razón que tiene raíz (de ser) y árbol (genealógico):
Momo Galera, desde su propia trinchera de juventud, no negocia: “Cualquier joven escritor que pretenda en sus textos virar el timón a contracorriente, ser en definitiva crítico y autocrítico, debería impregnarse de la tinta libertaria de Miguel”. Otro que se afianza en esa idea es Jorge Villalobos: “Tanto para la vida como para escribir es mucho lo que puede enseñar , reflejarnos, abrazarnos en momentos adversos o difíciles”. Elige un verso: voy entre pena y pena sonriendo.
¡Dejadme la esperanza! es el que elige desde la fundación del poeta Aitor Larrabide, su presidente, puesto que “resume muy bien la filosofía vital de Miguel Hernández. Su obra representa no sólo un ejemplo de la evolución de la poesía española del siglo XX sino también de la pasión por la escritura y por la cultura como única forma de progreso”.
“Se trata de un poeta hondo y luminoso. Cuando leí El rayo que no cesa en la adolescencia, me impresionó tanto que se convirtió en uno de mis libros de cabecera”, dice y concluye Raquel Lanseros, quien elige mismo libro que Antonio Lucas, que aprovecha para dar el porqué de su lectura: “Porque abre el idioma, porque dota las palabras de lumbre, amor, rabia y autenticidad. Porque su escritura es un trallazo. Es uno de esos hombres que lanzan las palabras más lejos que la vida”.
Una vida que se le escapó de las manos bajo el frío que da el azul entre los barrotes. Esas mismas manos que escarbaban la tierra a dentelladas, esos mismos ojos que dio a los cirujanos para la libertad o esa misma boca que apenas si pudo decir adiós -a su Josefina- una sola vez. Y no volvió. Pero siempre se vuelve a él. Hay testigos.