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Las chicas muertas y la nueva literatura argentina

Gabriela Cabezón Cámara, retratada por Daniel Mordzinsky

Lucía Lijtmaer

La mañana del 16 de noviembre de 1986 estaba limpia, sin una nube, en Villa Elisa, el pueblo donde nací y me crié, en el centro y al este de la provincia de Entre Ríos. Así comienza Chicas muertas, la crónica de Selva Almada. La mirada cristalina sobre un pueblo de interior se oscurece a las pocas páginas: el recuerdo de los trece años de la escritora desgrana cómo, a las pocas horas, una voz de la radio da cuenta del asesinato de Andrea Danne, de diecinueve años, en el pueblo de San José, apenas a veinte kilómetros de Villa Elisa.

Desde entonces, la presencia de Andrea no abandona a la escritora. De hecho, se suma a todas las otras mujeres muertas que se desgranan en las primeras planas de los periódicos: María Soledad Morales, Gladys Mc Donald, Elena Arreche, Adriana y Cecilia Barreda, Liliana Tallarico... infinidad de nombres e historias, entre las que Almada recoge a dos más: María Luisa Quevedo y Sarita Mundín. Cada historia es un mundo propio, un interrogante, y a su vez, el mismo final: chicas muertas.

El libro de Selva Almada es único en narración y forma, pero no en temática. En los últimos tiempos, la literatura argentina está haciendo acopio de historias relacionadas con la violencia contra las mujeres, algo que ha cristalizado también con la llegada del movimiento #niunamenos, tras el asesinato de Chiara Páez en la provincia de Santa Fe en mayo de este año. “Es un tema que nos preocupa, que está presente. Es bastante natural que esto termine encarnando en libros que traten de poner en palabras tanto horror”, explica Almada. En su caso, Andrea actúa de disparadero, pero le siguen María Luisa y Sarita. “A esa altura hacía muchos años que la violencia contra las mujeres era un tema de preocupación constante para mí. Entonces pensé que contando las historias de estas mujeres podía dar cuenta de esta preocupación, del espanto del femicidio, de cómo vivimos las mujeres en sociedades como la mía”, concluye.

Parecida es la reflexión de la escritora Gabriela Cabezón Cámara, que publica ahora en España Y su despojo fue una muchedumbre una historia gráfica tras haber tratado primero en Le viste la cara a Dios y Beya el abuso y el maltrato. Cabezón Cámara, una de las principales impulsoras de #niunamenos, analiza el por qué la temática llega finalmente a lo literario: “No se puede escribir por fuera de la Historia, del entramado político y cultural en el que se vive. En el caso de Le viste la cara a Dios esa relación con la realidad Argentina y también, lamentablemente, del mundo entero, es muy directa: los casos de trata de mujeres, los crímenes más productivos de la economía global hoy”, explica.

Una problemática social acuciante

Sobre el movimiento #niunamenos, Cabezón Cámara lo define como “una maravilla, una sorpresa, una alegría enorme, ya que se gestó una manifestación multitudinaria en apenas tres semanas. El repudio a la violencia machista fue, podemos afirmarlo, un evento nacional” y la cristalización de algo que permea desde toda la sociedad argentina y que se demuestra tanto en la ficción como la no ficción. “No creo que sea casual, tiene que ver con lo que está pasando en todo el mundo, con esa tensión loca y contradictoria. Por un lado hay mujeres como Merkel que gobiernan medio mundo. Y por otro, mujeres compradas y vendidas como si fueran vacas o caballos o cosas”, reflexiona Cabezón Cámara.

Tanto Beya como Chicas Muertas ponen el dedo en la llaga sobre una problemática social acuciante. Cabezón denuncia el maltrato y el crimen, pero también el negocio que supone la trata de mujeres. “En Argentina hay un caso emblema, el de Marita Verón, conocido por la lucha heroica de su madre, Susana Trimarco, por encontrarla. Sabemos que la secuestró una red de trata el 3 de abril de 2002, pero continúa desaparecida. Algo de ese caso, del horror de ese caso, y de los testimonios de mujeres que fueron rescatadas de redes de trata por Trimarco, hay en Le viste la cara a Dios”, dice sobre el germen de su trabajo.

Almada, por su parte, analiza el progreso en la visibilización: “Ahora, si una mujer es asesinada por su pareja se habla de femicidio y no de crimen pasional, por ejemplo. Hay penas más duras para los femicidas. Hay organismos estatales que ayudan a las víctimas. Hay más información. De todas maneras todavía hay muchísimo para hacer, hay muchísimo que pensar sobre el asunto... cómo educamos a nuestros varones y a nuestras mujeres, por ejemplo. No hay datos oficiales, pero se calcula que cada 30 horas una mujer es asesinada a manos de un hombre en mi país”, concluye.

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