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Glenn Gould Remastered

Glenn Gould Foto: music2020 / Flickr

Patricia Godes

Acaba de salir a la venta una edición remasterizada de la obra completa de Glenn Gould. 78 CD con regalo de otros tres con entrevistas y tal, más un tomo ilustrado de 400 páginas totalmente gratis. 100 horas de música en una caja muy chula con una foto genial del pianista en la portada. El precio no llega a los 200 euros, es decir, cada hora de música sale a menos de dos euros. Venta al por mayor. Toda una vida de trabajo, toda la obra de uno de los más grandes artistas musicales a precio de saldo.

Si eso es lo que vale el trabajo de un genio, ¿cuánto valdrá el nuestro? Las preguntas se acumulan:

¿Por qué la hora del pianista canadiense sale a 1,98 euros, la de Lady Gaga a 6,50 y la de Alejandro Sanz a 14,39? (todo según Amazon) ¿Es o no la misma masterización de los 80 CD de The Complete Original Jacket Collection editada en el 35º aniversario del fallecimiento de Gould? ¿Han eliminado las nuevas tecnologías sus respiraciones y canturreos? ¿Podré devolverlo, si algún día descubro que uno de los 81 discos está mal fabricado? Y, por fin: ¿le habría gustado a Gould la concepción maratoniana de su música? ¡Conciertos y sonatas a tanto el kilo, señores! 

Glenn Gould era un excéntrico, un tipo con una habilidad prodigiosa para el piano, una capacidad para comunicar deslumbrante, un sentido del humor poco recordado y una absoluta falta de respeto hacia todo. En marzo de 1956, Life publicó la foto de Gordon Parks (fotógrafo afroamericano, director del film de blaxploitation Shaft, 1971) en la que se le ve partiéndose de risa al oír su primera versión de las Variaciones Goldberg de Bach estropeada por su respiración y su propia voz tarareando. Por supuesto, el disco salió a la venta tal cual.

Odios y manías

Sus excentricidades se comentaban en su vida y la posteridad las ha seguido comentando con curiosidad morbosa. Últimamente está de moda despreciarlas diciendo que se les ha dado demasiado importancia, pero ¿hubiera sido un músico tan especial y hubiera dejado el mismo rastro de admiradores un buen hombre que desayuna café con leche, se mete en el metro y se pasa ocho horas bajo el neón de cualquier oficina? ¿Estudiarían los fisioterapeutas la biomecánica de sus dedos en el QWERTY? ¿Analizarían los psiquiatras la personalidad del buen oficinista 35 años después de muerto?

Gould iba siempre muy abrigado fuese verano o invierno y no dejaba que nadie le tocase. Sabido es que era un hipocondríaco que se atiborraba de barbitúricos y la impresión que dan su biografía y sus grabaciones es que odiaba con furia todo lo rancio, cursi y reaccionario de los ambientes más casposos de la música clásica y del conservatorio, y se divertía burlándose e irritándoles. 

¿Qué se puede esperar de alguien que le manda postales a su perro? “Aquí no podrías hacerte muchos amigos porque se los comieron cuando la Revolución”, le escribía con ocasión de un concierto en Moscú. 

El odio de Gould por Mozart era proverbial. Decía que había muerto demasiado tarde y otras barbaridades, como que debería haber pasado a Haydn sus sinfonías para que las acabase y que lo mejor eran sus obras infantiles. Los mozartianos aborrecen las versiones made in Gould de sus sonatas que les dan la impresión de que las grabó solo para burlarse.

Otras blasfemias suyas incluyen una tirria desmesurada contra el romanticismo y el desprecio radical a todo lo relacionado con el exhibicionismo del músico y a la visión de la música como espectáculo y entretenimiento. En 1967, organizó un bonito escándalo cuando dedicó un artículo a analizar y defender a la cantante pop inglesa Petula Clark, que era como decir ahora Taylor Swift o Kelly Clarkson. Sabido es que defender a los cantantes de éxito es imperdonable en la crítica musical, siempre exclusivista.

El James Dean del piano

Durante su larga y prolífica carrera profesional, Gould llevó a cabo hazañas que nadie había logrado anteriormente. Desentrañó las complicadísimas transcripciones para piano de las sinfonías de Beethoven que había hecho Lizst, que después del abate nadie había conseguido tocar. Él mismo hizo las transcripciones de Wagner, grabó casi completa la obra para teclado de su apreciado J.S. Bach, dedicó varios álbumes a compositores más recientes como Schonberg, Berg o Hindemith incluyendo uno sobre los compositores canadienses contemporáneos suyos: Morawetz, Anhalt y Hétu que seguramente no conoceríamos sin Gould. En general, prefería la música del Renacimiento, el barroco y el siglo XX frente a los grandes del XIX...

Gould era un gran comunicador de enorme magnetismo, lo mismo ante el piano que en sus programas en la radio y TV canadienses. También era un gran satirista que se inventó una amplia gama de alter egos -incluidos boxeadores, taxistas, musicólogos, directores, etc.- que aparecían de repente en sus artículos y emisiones. Para darles vida, se ponía pelucas, imitaba acentos y también usaba diferentes tipos de prosa. En alguna ocasión, uno de estos malignos Hydes publicó una crítica cruel de sus propias grabaciones.

Contra lo que se empeñan en decir los intérpretes convencionales, que aseguran que se crecen con la vanidad de la comunión con el público y el calor del aplauso, Gould, solitario empedernido, afirmaba que la presencia del público mermaba sus interpretaciones y estuvo a punto de prohibir que le aplaudiesen. 

Su odio por el ritual del directo le llevo a retirarse de los escenarios después de un concierto en Los Ángeles en 1964. Consideraba que la grabación era el medio ideal para la interpretación musical. A partir de entonces, aplicó la paciencia y la férrea fuerza de voluntad que le habían convertido en virtuoso al estudio de grabación. No nos olvidemos que hasta recientemente, la edición se llevaba a cabo literalmente cortando físicamente la cinta con cuchilla y pegándola con adhesivo, no con el menú Edit del Logic o el Pro Tools.

Desde entonces hasta su muerte, Gould editó más de 50 álbumes. Su última grabación, dedicada a la obra pianística de Richard Strauss, tuvo lugar semanas antes de su muerte y sería editada dos años después. El último disco que editó en vida fue una nueva versión, tan discutida como la primera, de las Variaciones Goldberg que le habían consagrado en 1956.

Manos mágicas

Gould era un virtuoso que desde muy pequeño había llamado la atención de sus padres -los dos músicos- y maestros por su oído absoluto, su imponente memoria musical y un sentido del ritmo milimétrico casi inhumano que se convertiría en característica de sus interpretaciones. A menudo es uno de los argumentos más frecuentes de sus detractores: ¿es un pianista o es un metrónomo?

Como concertista, fue un iconoclasta que hacía suyas las partituras. Jugaba con ellas, se adueñaba y convertía cada una de sus interpretaciones en una verdadera creación personal. Es conocida la anécdota de Leonard Bernstein pidiendo disculpas al público del Carnegie Hall por la interpretación heterodoxa de Gould del primer concierto de piano de Brahms que iba a ofrecer al frente de la New York Philharmonic.

Para tocar, Gould adoptaba una postura y una técnica que nuestros profesores del conservatorio prohibirían a sus alumnos. Sentado en una silla baja, encorvado y con la nariz encima de las teclas, sus dedos se deslizaban horizontalmente haciendo presión sobre ellas en lugar de martillearlas desde arriba. Su estilo interpretativo surge de la nada, gracias a su maestro, el chileno Alberto Guerrero, sin que haya una escuela previa a la que pueda adscribírsele. Se puede decir que no ha dejado discípulos. One off. Único.

Interestellar overdrive

Interestellar overdriveLa vida de Glenn Gould terminó prematuramente en octubre de 1983, unos días después de su quincuagésimo cumpleaños. En 2013, la NASA anunció que las sondas Voyager 1 y 2 eran los primeros objetos creados por el hombre que entraron en el espacio interestelar. Fueron lanzadas en 1977 cuando Gould publicaba sus grabaciones de Sibelius. No tienen destino concreto y dentro de 40.000 años pueden estar todavía flotando entre el plasma y el polvo cósmico de galaxias lejanas... Eso si no han chocado con nada y si nadie las ha retirado.

Las sondas Voyager salieron al espacio con un mensaje desde el planeta Tierra grabado en un disco de oro: saludos en muchos idiomas, fotos, unos mapas del Sistema Solar como denominación de origen y música. Una selección de folklore, rock and roll y varias piezas clásicas. El Preludio y fuga número 1 en Do mayor del Segundo libro del Clave bien temperado interpretado por Glenn Gould podría ser lo primero que sepan sobre nosotros unos hipotéticos extraterrestres. Llegado el caso, ¿cómo van a imaginar que pudiendo oír esta música, nuestro mundo no sea un lugar perfecto y obligatoriamente feliz?

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