Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Feijóo confía en que los jueces tumben a Sánchez tras asumir "los números"
Una visión errónea de la situación económica lleva a un freno del consumo
OPINIÓN | La jeta y chulería de Ábalos la paga la izquierda, por Antonio Maestre

La arritmia del garaje

La Movida y los Premios Rock Villa de Madrid

Patricia Godes

Las 365 hojas del calendario del 2013 volaron sin que nadie se haya acordado de celebrar una efeméride: en septiembre de 1978 se editó un disco que rápidamente pasó a las rebajas. Nadie lo quiso comprar, pero estaba destinado a dejar una larga secuela de influencias musicales, sociales, estéticas y éticas. El 35º aniversario de la edición del único EP de Kaka de Luxe coincide con los primeros intentos de desmitificar la Movida madrileña, correspondiente musical y artístico de la farsa democrática que nos agobia y que ya nos ha arruinado.

Por primera vez después de 35 años, se pone en duda la idea de que –parafraseando a Kiko Fuentes, fanzinero en 1982 y director de marketing de Warner Music en los 2000- “ir al Rock-Ola y beber alcohol de dudosa procedencia parece una acción trascendente origen de un mito y un dogma de fe. Para nosotros era el día a día y era divertido. No teníamos la sensación de hacer nada trascendente. Lo trascendente nos repugnaba y creo que me sigue repugnando”.

Aquello no era como lo contaba Jesús Ordovás

Nuestra memoria histórica ha convertido la juerga musical de la generación de 1982 – meticulosamente amplificada por los medios contemporáneos y posteriores- en un movimiento creativo de dimensiones colosales comparable a las generaciones del 98 y del 27... Durante décadas nos ha tocado comulgar con ruedas de molino y admitir la supuesta grandeza de lo que sucedió entre la primavera de 1981 (inauguración de Rock-Ola) y enero de 1986 (entrada en la Unión Europea). Se supone que los jóvenes que se divertían bailando, bebiendo, ligando y oyendo música en un club madrileño del barrio de Prosperidad habrían hecho tanto por al cultura y el arte como los Baroja, Machado, Alberti, Lorca y Aleixandre que estudiamos en la secundaria y cuyos bustos adornan parques y plazas. Discos de la época, como El ritmo del garaje de Loquillo y los Trogloditas, se reeditan a bombo y platillo. Pero las ruedas de molino se atascan en el estómago y se indigestan.

“Mi acercamiento a la Movida en la adolescencia tuvo lugar a través de libros de, por ejemplo, Jesús Ordovás. Jesús tiene una capacidad enorme para magnificar hechos, así que la primera vez que fui a La Vía Láctea, ya a finales de los 90, me llevé un verdadero chasco. Aquello no era como Jesús lo contaba”, dice el sociólogo Fernán del Val, nacido en 1982 y actualmente preparando su tesis doctoral sobre el rock español. Habían pasado 15 años desde lo que un comunicador tan formidable como Ordovás había convertido en idílico. Su labor desde Radio3 fue decisiva para la promoción y evolución de la Movida, pero en Internet, entre el fárrago de aduladores gratuitos, hay quienes sufren la misma decepción que del Val y en los foros empiezan a aparecer frases como “la famosa 'Edad de Oro' era más bien de purpurina” o “la basura musical de los 80”.

Según del Val: “A finales de los 90 empieza a surgir en el ámbito académico una corriente crítica con la Movida con trabajos que comienzan a problematizar la Transición, como los de Teresa Vilarós o Eduardo Subirats. Entiendo que la crítica actual a la Movida que surge desde conceptos como el de la Cultura de la Transición es, en cierta forma, heredera suya”.

La juerga juvenil mejor documentada de la historia

Entre 1978 y 1983, se desarrollaron dos movimientos encadenados dentro de la música juvenil madrileña: la nueva ola y la Movida. La diferencia entre una y otra reside en la devoción cortesana de los medios generalistas y en el aumento de la edad del público cuando adultos ávidos de aprobar sus asignaturas pendientes pululan alrededor de la juventud musical. Entre ellos, gente de medios y periodistas que se dedican a dar a conocer y amplificar su admiración irracional por los devaneos musicales de la nueva hornada de españolitos. Había nacido un mito: la Movida madrileña, la juerga juvenil mejor documentada de la historia.

Como primer argumento, entonces y ahora, es erróneo hablar de una Movida unitaria y concienciada. “Parece que Madrid estaba lleno de modernos que iban correteando con Almodóvar a la cabeza y Tierno Galván repartiendo parabienes...», continúa Kiko Fuentes. Hablar de Movida es poco más que un titular periodístico. Ya en 1995, Bernardo Bonezzi declaraba en el capítulo ”Tiempos modernos, la Movida“ de la serie de TVE ”Los años vividos“: ”La Movida para mi significó una tontería... je, je (...). Se empezó como a englobar todo dentro de un concepto que se empezó a llamar Movida madrileña del que por supuesto todos a los que se nos integró renegábamos y, en cambio, justo los que no se les había integrado en esa historia se apuntaron para aprovecharse de ello“.

Por su parte, la llamada Reina de la Movida, Alaska corrobora: “Creo que la primera vez que leímos el término fue en un periódico y dijimos: '¡Anda! ¡Mira este con lo que sale! Y no tenia nada ningún sentido porque aglutinaba gente que algunos éramos amigos y nos conocíamos y se supone que teníamos gustos comunes con otra gente a la que no conocíamos de nada o no queríamos conocer de nada que era completamente distinta a nosotros y tenía caminos completamente opuestos” (minutos 40'26“ a 41'38”).

Marta Moriarty, una de las musas de la época, habla de “la frustración de una serie de gente que después de los ochenta no ha hecho nada de lustre y por tanto se empeñan en mitificar aquellos años, con lo que de paso se mitifican y justifican a ellos mismos. Por otra parte, los que, en aquellos años, aun siendo de la misma generación, no vivieron la Movida, se sienten tan culpables que han decidido que la vivieron y que fue fantástica y empiezan a fabular sobre lo desconocido dándole matices y brillos espurios”.

También disiente del dogma oficial la persona que posiblemente más está haciendo por preservar el legado musical de los 80. Es Miguel Ángel Sánchez, propietario de Lollipop. “La Movida fue un movimiento de 200 locos en la plaza del Mundo Nuevo, en MM y la semana siguiente en Rock-Ola... Siempre los mismos”. Su sello, que editó los primeros discos de Los Nikis y Hombres G, ha conseguido aglutinar las grabaciones de todas las microscópicas discográficas que se pusieron en marcha y fracasaron en aquel entonces (Rara Avis, Spansuls, etc.). También es miembro del Plan de Protección del Patrimonio del Siglo XX y su lucha por conseguir que se incluya el disco ha sido titánica.

El eterno revival

Para Fernán del Val, el mito de la Movida se construye alrededor de “la idea de que el mejor pop español se hace en esa década, de que en muy pocos años cogimos el tren de la modernidad y nos igualamos a París y Nueva York y de que la juventud vivía en una fiesta contínua. Creo que, de forma interesada, algunas lecturas idílicas de la Transición se han aprovechado de esos mitos de la Movida: la Transición se hizo tan bien y tan rápido que los jóvenes sólo tenían que pensar en disfrutar”. La necesidad de revisar el dogma se vuelve incontestable.

Para mucha gente, aquellos fueron los mejores años de su vida, su adolescencia y primera juventud y tienen apego sentimental a aquellas canciones. Otros simplemente las encuentran divertidas para banquetes, bodas y comuniones. Pero en los medios, glorificar la Movida es obligatorio y está bien visto no admitir ideas contrarias y enrocarse en el agujero negro del pasado... lleno, eso sí, de juergas, cajas de ritmos y pelucas de nylon. Miguel Ángel Sánchez añade un detalle pequeño pero definitivo: “Es el eterno revival. Pero en esta ocasión es un revival de arriba a bajo, sale de los despachos, no de la calle: los que entonces eran jóvenes, ahora detentan el poder y deciden qué se oye y qué se ve en el prime time”.

“Cuando los críticos de la Movida comienzan a desmontar los mitos de la Transición, a analizar el contexto social y político (paro juvenil, desencanto, desigualdad social...) el cuento de hadas se desmonta”, continúa del Val. “Ambas posiciones me parecen desproporcionadas pero creo que se está produciendo un efecto positivo y es que algunas voces (músicos, periodistas) que vivieron esa época están matizando aquel mito, señalando que la Movida fue algo heterogéneo y diverso, y que existieron otras escenas coetáneas que no hay que olvidar” recuerda el sociólogo que se declara admirador del rock urbano.

Unas 500 referencias discográficas, dos películas casi documentales sobre las gentes, los vestidos y los locales lo mismo que las obras de un pequeño grupo de artistas plásticos y fotógrafos constituyen el acerbo artístico de la Movida. Hacer una valoración crítica resulta casi imposible después de años de exageraciones y alabanzas gratuitas. ¿Qué merece la pena escuchar? ¿Qué ha quedado obsoleto con el tiempo? Servando Carballar no tiene su colección de discos ordenada pero cree que conserva copia de todas las referencias que editó en sus 5 años al frente de DRO, el sello que fundó donde se editaron casi todos los grupos identificados con la Movida. No los puede escuchar porque no tiene plato giradiscos pero “las cosas que se quedan en la memoria se convierten en milagros y hazañas”.

¿Qué merece la pena?

La evaluación del corpus artístico de la movida se ha de enfrentar irremediablemente a unos dogmas labrados en la roca mental de nuestra cultura popular y mediática durante tres largas décadas, a pesar de que no existen obras de envergadura musical ni literaria. Las dos primeras películas de Almodóvar -las que suelen insertarse en la Movida- son una sucesión de viñetas irreverentes bastante alejadas de lo que serán sus obras de madurez. Del mismo modo, la creatividad de la movida se centra en la instantánea, la fotografía, la moda, la canción pop... obras breves, rápidas, utilitarias y sin pretensiones.

Algunas de las canciones más recordadas tratan precisamente de lo efímero y el clásico de los Bólidos se titula Ráfagas, lo que eran y deberían haber seguido siendo todas las obras y ensayos de una época de dinamismo. El tiempo y la opinión ajena las ha convertido, no sé sabe con qué objeto, en algo inamovible y pretencioso contrario a su intención original. La conciencia de lo intranscendente y lo instantáneo fue la gran aportación y seguramente la principal virtud de la Movida (¡sin olvidar el protagonismo femenino!). Resulta incongruente el empeño de sacralizarla y convertirla en trascendente. Como recuerda Miguel Ángel Sánchez, “Para ti y Chica de ayer no fueron éxito en su momento, se han convertido en éxito a posteriori”.

Carballar reivindica que él, con sus compañeros del grupo y el sello, establecieron “una base sobre la cual se podía crear un sistema de autogestión y preconizar el DIY (háztelo tú mismo). Demostramos que podría hacerse realidad la autogestión, que se podía funcionar con medios muy precarios y con solo 18 años”. Fernán del Val corrobora: “Hubo unos años en los que una discográfica independiente como DRO puso todo patas arriba e hizo que la gran industria y los medios fuesen a remolque de ella. Fue breve pero interesante”. “Desde una perspectiva sociopolítica”, añade el sociólogo, “creo que la Movida (o parte de ella) fue una ruptura positiva frente al nacionalcatolicismo español a través de canciones irónicas y en las que lo homosexual tuvo una presencia importante. Pero también rompieron con cierta cultura 'progre' que no distaba tanto de los parámetros católicos”.

Personajes antes que artistas

Si nos centramos en la música, el primer problema para el crítico es la calidad formal del producto. En el citado documental televisivo, Los años vividos, Carlos Berlanga se jacta: “Formamos un grupo con gente que no sabía tocar y aparecieron muchísimos grupos que no sabían tocar pero tenían mucha imaginación” (minuto 42,07). El oyente actual de aquellas canciones, más culto y mejor informado sobre la historia de la música popular, encontrará seguramente sorprendente que las bromitas y ejercicios de estilo mal resueltos de aquellos grupos amateurs y principiantes tuviesen en algún momento la consideración de imaginativos.

Alaska, Bonezzi y Loquillo salieron en las revistas nada más asomar el hocico en el mundo musical: sin actuaciones, casi sin repertorio y por supuesto, sin grabaciones. Fueron personajes antes que artistas, como las figuras de la reality TV y la prensa amarilla. “Desprecio a la profesionalidad y al trabajo de músico”, resume la Movida Juanjo Javierre, quinceñero de 1982 y vocalista y organista de Mestizos, uno de los grupos no capitalinos del sello DRO. “No se ha dado el salto de la modernidad a la calidad”, se queja. “Una acusación habitual es 'este grupo es demasiado profesional'. ¿Cuándo se dice 'este cocinero es demasiado profesional' o 'este médico es demasiado profesional'?”.

La falta de oficio fue resultado de una visión del punk simplista, superficial y reaccionaria aprendida de las revistas de cotilleos. El desprecio de la página de discos del Diez Minutos a los punks -que les parecían meros payasetes y gamberros sin la solemnidad de los grupos sinfónicos- se convirtió en el modelo a seguir a partir de Kaka de Luxe y condujo sin remedio a la falta de personalidad y de compromiso de todo el corpus musical de la Movida. A veces, el defecto se convierte en virtud y la falta de saber hacer se convierte en aparente originalidad como es el caso de Kaka, Paraíso o Pegamoides. Pocos tenían planes y preparación para una carrera musical. Todo fue un cúmulo de casualidades. “¡Yo tengo que hacer un grupo, yo tengo que hacer un grupo!” repetía junto a la barra de Rock-Ola un bomboncito con disfraz de moderna de quiero y no puedo.

Un músico no tiene posibilidad de progresar y madurar sin preparación y sin oficio. Del mismo modo que el cine de Almodóvar ha progresado notablemente desde sus primeras películas, los tópicos musicales de 1982 se repiten hasta la nausea. “¡Ojalá se hubiese superado la Movida!” dice Javierre que sigue en la música dentro del sector audiovisual. “Hay muchos grupos idénticos a los Pegamoides, muchos grupos idénticos a Nacha Pop” Los indies cantan en inglés y bajan la pista de voz, pero la música es la misma“.

Fuga, muerte y resurrección de Germán Coppini

Los grupos de la Movida, salvo para algún sector de culto de países de habla hispana, no han transcendido fuera de España. Es el fracaso más evidente de su presunto cosmopolitismo. “Roma, Berlín, Nueva York” decían las canciones de los 80 ¿Qué aportaron a la música más allá del triunfalismo y la autocomplacencia de un momento de locura en la historia de nuestra sociedad? Cierto que algún coleccionista enloquecido busca esos discos en los foros, del mismo modo que Elijah Wood enseña orgulloso su LP de Ia i Batiste en la publicidad de una tienda de discos de Los Ángeles. Pero de las dos versiones internacionales de Chica de ayer, una es de un hijo de Julio Iglesias.

Las inquietudes de la primera generación de la democracia fueron sacrificadas a base de palmaditas en el hombro, fama gratuita, drogas y borracheras. Sus miembros, se han visto obligados a quedarse estancados en su juventud, sin madurar, sin crecer, sin dar más frutos que la gamberrada y la gracieta estudiantiles.

El caso injusto del recientemente desaparecido Germán Coppini es sintomático. A lo largo de los casi 30 años de su carrera posterior a Golpes Bajos, Coppini intentó evolucionar continua y obsesivamente pero no tuvo segunda oportunidad. Con distintos colaboradores y cantando siempre con toda su alma, se ha tenido que conformar con escenarios minúsculos y la atención condescendiente que se dedica a un has-been. Se habla siempre de las obras de madurez de los grandes maestros, pero las lágrimas de cocodrilo de los que lloran la prematura muerte del cantante en foros y redes sociales vuelven y se revuelven en el recuerdo del primer EP de Golpes Bajos de hace 30 años.

Etiquetas
stats