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Vuelve Sleater-Kinney (y no es un sketch de Portlandia)

Sleater-kinney are back. Bitches.

Rafael De las Cuevas

La década es la unidad de caducidad musical estándar. Diez años es el tiempo que tarda la guadaña del rock en girar sobre sí misma y cortar las cabezas de sus hijos. Algunas bandas intentan hacer la cobra y se esconden; otras son más de hacer la hidra, peinando y levantando la testa del proyecto paralelo. A las que saben reinventarse les crece otra en su lugar; y luego están las que no necesitan cuerpo y llegan a Futurama en un tarro de cristal. Sleater-Kinney es uno de esos casos marginales de autodecapitación controlada.

Nacida en 1995 y enterrada en 2006, la banda estaba en su mejor momento creativo cuando decidió cortar por lo sano. Llevaban un año girando un disco excelente (The Woods) y habían conseguido superar el estatus de culto arañado durante años y peleado desde la ominosa etiqueta de girl band. Empezaban a pisar los estadios y se habían convertido, por calidad e integridad, en heroínas de referencia entre los maltrechos supervivientes los 90.

Retrocedamos a 1992. Corin Tucker (voces, guitarra) y Carrie Brownstein (voces, guitarra) se conocen en Olympia, en las juergas del Evergreen State College; una universidad descrita por Matt Groening, su más insigne alumno, como “un centro lleno de hippies, que atraía a todos los bichos raros del noroeste”. Allí estalla el movimiento Riot Grrrl, que levanta una oleada de autoafirmación y exaltación del poder femenino en la escena punk. Tucker y Brownstein tocan en dos grupos: Heavens to Betsy y Excuse 17.

Son chicas hartas del garrulismo excluyente de la escena hardcore. Se desgañitan contra la discriminación, el racismo, el acoso sexual, y la violación; son jóvenes furiosas, agresivas, divertidas, apasionadas. Toman como referencia a artistas incorruptibles como Kim Gordon (Sonic Youth) y Kristin Hersh (Throwing Muses). Van más allá y siguen la línea temporal del punk comprometido que siempre lleva a Patti Smith. Escriben fanzines y se juntan con iconos del activismo feminista como Tobi Vail, la batería de Bikini Kill cuyo sobaco inspiró el himno teen por excelencia de Nirvana.

Mientras tanto, en ese mismo 1992, Pearl Jam toca en la sala Revolver de Madrid dejando un tufillo característico a franela sudada y botas de cuero salpicadas de vómito. No volverán a pisar la capital española en 14 años. O sea, una cabeza y media más tarde, cuando ya han quedado atrás los cadáveres del grunge. La noche de su regreso, en septiembre de 2006, tocan todos sus clásicos y cuatro versiones: Another Brick in The Wall de Pink Floyd, Little Wing de Jimi Hendix, el habitualRockin’ in the Free World de Neil Young… y Modern Girl de Sleater-Kinney. Las tres chicas habían anunciado su separación ese mismo verano. Eddie Vedder canta a capella el estribillo amargo de Modern Girl, a modo de elegía: “My whole life is like a picture of a sunny day” (Toda mi vida era como la foto de un día soleado).

Quiero ser tu Joey Ramone

La evolución de Sleater-Kinney es un proceso marcado por la tenacidad y la paciencia. A la chita callando y casi siempre al margen de la maquinaria mainstream. En 1994, después de abandonar sus respectivas bandas, Carrie Brownstein y Corin Tucker viajan juntas a Australia. Durante su estancia dan forma a los diez temas que conforman su primer disco homónimo. Sleater-Kinney (llamado así por el nombre de la carretera donde tenían el local de ensayo) es una ráfaga de dentelladas punkies en la línea Riot Grrrl trazada por sus admiradas Bikini Kill.

Pero mientras que Bikini Kill es un incendio trash que se consumió rápidamente, Sleater-Kinney sigue evolucionando hacia una estructura más compleja, una especie de diálogo de explosiones controladas. Corin y Carrie ejecutan una persecución interminable en la que una completa las guitarras y las voces de la otra. En sus primeros años se limitan a lanzar consignas feministas como I wanna be your Joey Ramone (quiero ser tu Joey Ramone). Pero poco a poco abren el espectro ideológico y empiezan a hablar de la discriminación en todas sus facetas; de las paradojas de la sociedad norteamericana, la más capitalista del planeta; y de las relaciones de poder a nivel personal y global. En 1997 Janett Weiss coge las baquetas y se convierte en tercer miembro permanente. Las tres graban Dig Me out, una de sus obras más inspiradas.

Carrie Brownstein siempre ha sido ambigua respecto a su sexualidad y Corin Tucker actualmente está casada con un hombre, pero durante un tiempo las dos mantuvieron una relación. En One more hour, el segundo corte del disco, afrontan el momento de su separación: “In one more hour I will be gone / In one more hour I’ll leave this room” (en una hora me habré ido / en una hora dejaré la habitación). Es una canción cargada de intensidad emocional que maneja la carga dramática perfectamente, capaz de provocar a la vez tristeza y euforia. También de Dig Me out es el tema que mejor resume sus estallidos de energía: Words + Guitar. Tucker machaca con su timbre chillón característico el estribillo simple pero contundente; un mantra necesario, un recordatorio de lo único que importa: Palabras y guitarra.

A partir de ese momento, cada disco explora una faceta distinta de la banda. Se suceden The Hot Rock (el título lo dice todo), All Hands on the Bad one (en el que se empieza a adivinar una cierta sensibilidad pop) y One Beat, que les catapulta al siguiente escalón de popularidad. Para el próximo disco se toman más tiempo del habitual, porque ya empiezan a acusar el cansancio y el vértigo de la superación. Seguramente ya tenían claro que no querían caer en una fórmula Sleater-Kinney. En consecuencia se pasan al sello Sub Pop y encargan la producción a Dave Fridmann, que vuelve del revés todo su proceso compositivo. El resultado es The Woods, el disco más tenso e incómodo de su carrera. También el más contundente.

Quemarse para renacer

En muchas ciudades norteamericanas el departamento de bomberos compra casas abandonadas, aisladas en mitad del campo, para hacer sus prácticas de extinción de incendios. En el verano de 2005 varios grupos de Portland forman parte del tercer capítulo de Burn To Shine, una iniciativa de Brendan Canty (batería de Fugazi) que utiliza esas casas como escenario. El equipo de filmación pide permiso para grabar antes del operativo, e inmortaliza a un puñado de grupos locales tocando en directo. El tema elegido por Sleater-Kinney es Modern Girl. Carrie Brownstein derrama su voz, cada vez más protagonista, en el salón que horas después será pasto de las llamas. Una buena metáfora de los últimos meses de vida del grupo, y del resurgir personal de Brownstein, en plan ave fénix, como estrella televisiva en Portlandia.

El 2 junio de 2006 tocan en el Primavera Sound, completan la siguiente cita internacional y vuelven a casa para anunciar su separación.

En agosto hacen una gira de despedida que culmina en Portland. El último bis de ese último concierto es One More Hour. Corin Tucker empieza la primera estrofa (“en una hora me habré ido”) y se le quiebra la voz; las lágrimas empiezan a correr por sus mejillas mientras el público la coge en vilo, cantando al unísono. Al terminar, las tres se funden en un abrazo.

De Portland a Portlandia

Durante la década siguiente no queda otra que hacer la hidra. Corin Tucker se mete a diseñadora web mientras compagina su condición de madre con The Corin Tucker Band; Janet Weiss vuelve a Quasi, su proyecto personal, toca con Bright Eyes y se convierte en un Jick permanente de Stephen Malkmus. Carrie por su parte monta Wild Flag y empieza a desatar talentos desconocidos. Ella es la más hiperactiva de las tres: colabora habitualmente en el programa de radio All Songs Considered -con episodios gloriosos como éste dedicado a los 80-, monta su blog Monitor Mix y retoma con el cómico Fred Armisen (de Saturday Night Live) un proyecto de coñas en Youtube que se convertirá algo mucho más grande, llamado Portlandia.

Lo brillante de Portlandia es que, además de una buena serie de humor, es un catalizador del pasado. En ella Brownstein y Armisen se ríen de sí mismos, de todo lo hipster y de la nostalgia de las décadas pasadas. En uno de los primeros episodios convierten a Aimee Man en su sirvienta, y la humillan continuamente mientras suplican “Aimee, venga, canta Save Me”. El alcalde de Portland no es otro que Kyle MacLachlan, el agente Cooper de Twin Peaks. En otro capítulo aparece Gus Van Sant haciendo de Gus Van Sant y Corin Tucker con su nueva banda.

Carrie se mofa de su propio activismo con las hilarantes libreras feministas Toni y Candace, que hacen sudar la gota gorda a Steve Buscemi. La serie se ha convertido en un fenómeno cultural en Estados Unidos, con una lista larguísima de invitados que incluye a Heather Graham, Jeff Goldbrum, Eddie Vedder, Joanna Newsom, Tim Robbins, Jack White, Duff Mckeagan, Gwen Stefani, Jeff Tweedy, Josh Homme, etc.

Las ciudades devoradas

Portlandia señala, además, un fenómeno muy de nuestra época: la atomización de las ciudades para su uso turístico. Lo cual nos lleva al resurgir de Sleater-Kinney, tras una década de silencio, con su nuevo disco titulado No cities to love (no hay ciudades que amar). Además, Sub Pop ha editado una caja recopilatoria de sus anteriores trabajos. La idea de la reunificación surgió mientras Carrie y Corin veían la serie, en casa de esta última. Lance Bangs (marido de Tucker) y Fred Armisen son fans acérrimos del grupo, y les dieron tanto la brasa que decidieron ponerse manos a la obra.

El disco es otro salto hacia delante, familiar pero evolucionado, en el que vuelven a su forma habitual de componer. Corin y Carrie mantienen su diálogo (o discusión) musical y luego pasan el borrador a Janet, que estructura la base rítmica. Los temas suenan poderosos y con la misma dosis de espacio negativo. Su música sigue naciendo de la desesperación, pero además tiene la profundidad que dan diez años más de experiencia vital. La frustración no se acaba en la adolescencia, sólo cambia de forma. En una entrevista con sus compañeros de radio de la NPR, Brownstein lo deja claro: “El gran reto de hacer un disco diferente después de The Woods seguía ahí. Sabíamos desde el principio que no queríamos ser un grupo nostálgico. Todo eso me da alergia”.

Fue una voladura controlada, lo que pasa es que la reconstrucción se ha alargado hasta una época en la que la crisis económica ha presentado un lienzo perfecto para volver a reflexionar sobre las relaciones de poder. “Teníamos mucha inercia -afirma Brownstein- no nos habíamos parado ni teníamos un disco que nos pareciese flojo (...) así que, no es que tuviésemos que revivir el cadáver”. Al final resulta que no era algo dramático, como una cabeza cortada, era algo tan prosaico como quitar la pausa del CD.

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