Kraftwerk y su cápsula temporal
Kraftwerk viene a Bilbao. Al Guggenheim. Y no de cualquier manera, sino para realizar entre los días 7 y 14 un ciclo llamado The Catalogue con ocho conciertos sobre cada uno de sus álbumes canónicos. Y se apellida 3D. Vayamos con ello(s).
Para empezar, a estas alturas, tras 30 años de no haber publicado prácticamente nada y teniendo en cuenta que Kraftwerk siempre ha estado en la vanguardia de la tecnología para las masas, los humanos deberían haber sido sustituidos por robots. Con una Inteligencia Artificial avanzada y optimizada para sus canciones.
A los humanos nos gusta que haya una presencia volumétrica sobre el escenario. Si la divertida pero ya casi antigua experiencia 3D, tipo cine con gafas de cartón, se sustituyera por Realidad Virtual + Realidad Aumentada, mejoraría incluso la integración de dichos robots. Que podrían actuar simultáneamente en medio mundo e incluso interactuar a distancia si sus conciertos se solapan. Podríamos ver varios Kraftwerks al mismo tiempo. En muchos lugares. ¡En Marte!
Este delirio previo trata de señalar que un grupo que utilizó siempre las últimas tecnologías mirando al futuro desde un punto de vista muy retro, el de una cultura europea sepultada por el nazismo y la guerra fría, no puede presentarse como un producto nostálgico más.
Dicho esto, reconocer que los conciertos de Bilbao, que ya tuvieron lugar en agosto con el mismo formato en la Ópera de Oslo, serán diferentes. El hecho de que cada día toquen un álbum no significa que estos conciertos vayan a ser sean más breves de lo habitual, se hace el disco de cada día y luego se completa hasta las dos horas. De todas formas, que hagan todas las canciones de su discografía (exceptuando los tres primeros elepés) implica nuevas visuales para las que nunca habían sido interpretadas en concierto. Lo cual constituye un gran aliciente, no cabe duda.
Su influencia en la historia del pop
Kraftwerk –se ha argumentado en volúmenes– puede ser el nombre individual más influyente en la historia del pop. Frente a unos Beatles, un Dylan, una Velvet o unos Pistols, Kraftwerk trajo un cambio de paradigma más radical. Los nombres anteriores operaban dentro de un marco instrumental y formal heredado de los padres del rock&roll de manera evolutiva y coral, llegando a la supergenérica idea de pop-rock. Kraftwerk no trajo un estilo pop-rock más, sino una nueva música realizada de forma diferente: la electrónica.
Pronunciada en 2016, la expresión “música electrónica” apenas tiene sentido, de tantos que posee. Se dice electrónica y se piensa en techno-pop, techno/house, ambient, industrial, hip-hop, música experimental o rara... Además, en los 90 la electrónica se fusionó muy naturalmente con lo digital, lo que ha prolongado su evolución y su omnipresencia. Pero cuando Autobahn comenzó a sonar en radios de todo el mundo (FM independientes) corría todavía 1974. Hace 42 años aquello sonaba artificial. Muy artificial.
Autobahn era una vía por la cual podía circular un retro-futurismo que, frente a la hegemonía norteamericana, trataba de recuperar como punto de relanzamiento cultural/político aquellos momentos donde la Bauhaus, Dadá, el surrealismo, el constructivismo post-revolucionario soviético, De Stijl o el comienzo de lo conceptual no reconocían las fronteras nacionales. Una cultura Pan-Europea.
Sus discos posteriores fueron desarrollando con una coherencia muy consciente una serie de temas como la radiactividad, la ondas en el éter, las noticias, la misma electricidad, las salas de los espejos (como Versalles), el Trans Europa Express, los escaparates, las modelos, Europa sin fin, los neones, el robot, el hombre máquina, la exploración espacial, los ordenadores, el ciclismo, e incluso el objeto sexual, que parece pegar poco. Un programa con un cierto tono melancólico que trataba de superar heridas muy profundas. Muy siglo XX.
Pero se lanzaba hacia el futuro. Y no tan paradójicamente, se prestaba al mestizaje. El hip-hop, el electro, el house, el techno… nacieron del encuentro en un ascensor entre Kraftwerk (electrónica) y Parliament/Funkadelic (funk mutante). Al menos según opinaba el productor de Detroit Derrick May.
Según parece, los ambientes industriales de todo el mundo, ya en decadencia, se llamaran Düsseldorf, Detroit o Tokio, eran mesetas cercanas y dispuestas a relacionarse. Como alternativa al sonido dominante.
Esto pudo suceder porque Kraftwerk no andaba flipando por el cosmos, como otros grupos electrónicos post-hippies, sino que se referían a una realidad concreta: “La vida cotidiana tiene un sonido. Y de eso trata Kraftwerk. Las fuentes de sonido están en nuestro entorno y trabajamos con cualquier cosa, desde calculadoras de bolsillo a ordenadores, desde voces, voces humanas o de máquinas; desde sonidos corporales a la fantasía, a sonidos sintéticos, desde cualquier material, si es posible” (Ralf y Florian). Una vida cotidiana universal, se comprobó enseguida.
La realidad les engulló a finales de los 90. En un momento dado, Kraftwerk sampleó los sonidos de sus increíbles y delicadas máquinas analógicas, con las que aún actuaban a mediados de esa década. Muy poco a menudo, porque era una movida. Metieron esos sonidos en ordenadores y se lanzaron casi a un never-ending tour, encapsulados en una era anterior, formando parte del retro-futurismo que ayudaron a dar vida. Es práctico y lógico.
Las advertencias están lanzadas, los fenómenos descritos. De la misma manera que Kraftwerk han sido sampleados en más de 600 canciones, ellos mismos son un sample viviente. Con cantidades de canciones enormes y un sonido único, también hay que decirlo.