Se mascaba la tragedia. Parecía que la 89 edición de los premios de la Academia de Hollywood, reconocida como los Oscar menos blancos, se había rendido también a los pies de La La Land. Alzado como ganador a Mejor Película, el equipo del musical al completo subió al escenario a recoger su última estatuilla. De repente, caras de desconcierto, trapicheo de sobres rojos y un murmullo ensordecido. “Se han equivocado de sobre, el premio a Mejor Película es para Moonlight”, decía uno de los productores de La La Land justo después de dar un discurso gratuito.
Ya sea como un giro del guion, otro chascarrillo del presentador Jimmy Kimmel o fruto de una bochornosa equivocación, el último minuto de esta gala pasará a la historia de los Oscar. Primero, por haber jugado la carta de la diversidad en el galardón más goloso de la noche, pero también por romper el inmaculado currículum de La La Land como apuesta invencible de los festivales.
Barry Jenkins recogía, con una mueca dividida entre el asombro y el fastidio, el tercer premio a su película. “Quiero que mis alumnos de cine sepan que pueden reflejar su estilo de vida en una película. Ahora la Academia les va a apoyar”, dijo el director al hacerse con el Oscar a Mejor Guion Adaptado. Al comienzo de la gala, el imparable Masherhala Ali había agradecido su papel como traficante bonachón con el figurín de Mejor Actor de reparto en las manos. Un premio que, por cierto, recae por primera vez en un actor musulmán.
Con esto parecía que la noche había acabado para Moonlight, pero quedaba una sorpresa más para Jenkins. Él, negro, homosexual y criado en un entorno de drogadicción, ha convertido su experiencia ficcionada en la película más famosa del año. Una cinta rodada en 25 días y con un presupuesto irrisorio que hoy copa las portadas del mundo entero.
Esa ha sido la gran lección de los Oscar en un año liderado por los dramas raciales. Premiar a La La Land en la categoría reina habría echado por tierra el buen rumbo de las nominaciones, así que la Academia ha optado por ser consecuente. Aún así, el musical se ha llevado a casa un lote muy digno de seis estatuillas, que incluye la de Mejor Director para Chazelle y la de Mejor Actriz principal. Emma Stone se ha impuesto sobre sus poderosas contrincantes, rompiendo con el papel de Mia la vis dramática de sus antecesoras y abanderando la dignidad de la comedia.
En el caso de su homólogo masculino, Casey Affleck, fue el patetismo de su personaje en Manchester by the sea lo que le coronó frente a otros como Denzel Washington. El actor ha agradecido a este último su pasión heredada por el cine, pero sobre todo ha centrado su discurso en el director de la película. Kenneth Lonergan le ha devuelto el cariño al recoger el Oscar a Mejor Guion Original, un libreto que escribió sobre una idea base de Matt Damon.
Pero no todo han sido abrazos y palabras afables hacia el pequeño de los Affleck. Aunque la industria parece querer olvidarlo, las redes han rescatado las denuncias por acoso sexual contra el actor. El nombre de Nate Parker ha resonado fuera del teatro Dolby, mientras que dentro planeaba otra vez la pregunta: ¿tiene Hollywood un doble rasero para medir estos casos?
No había interrogación posible, en cambio, ante la elección de Viola Davis como Mejor Actriz de reparto. La protagonista de Fences justificaba así su incoherente presencia en la categoría de secundarias, ya que su papel tiene el mismo peso que el de Denzel Washington. Un ardid que olvidamos en cuanto Davis tomó el atril con el discurso más memorable de la noche. “Quiero contar historias de personas que soñaban a lo grande y que murieron antes de ver sus sueños convertidos en realidad”, dijo la actriz en homenaje al dramaturgo August Wilson, autor original de su guion.
Trump, objetivo sin ser protagonista
Viola Davis ha sido la única en pujar por un discurso digno de engrosar los anales de los Oscar. Los demás, sobrados de agradecimientos y faltos de mensaje. El presidente del Gobierno de EEUU ha sido el gran ausente de una gala donde la industria no ha querido hacerle protagonista. Tan solo el cineasta iraní, Asghar Fahardi, apeló a la falta de respeto de “una ley inhumana” en un comunicado al recoger su premio por El viajante.
También Gael García Bernal ha aprovechado su breve presencia en el escenario para recordar “como mexicano, como latinoamericano, como inmigrante y como ser humano, que estoy en contra de cualquier tipo de muro”.
En esa línea, pero más sutil, ha ido el discurso de los ganadores a Mejor Corto documental por Los cascos blancos, una cinta sobre los voluntarios que buscan supervivientes en el conflicto de Siria. “Pongámonos de pie para mostrar que todos estamos a favor de que esta y todas las guerras se terminen”, pedía su director, cuyo responsable de fotografía no pudo asistir a los Oscar por tener pasaporte sirio.
Sin sutilidad ninguna, el presentador de la gala recogía el testigo anti-Trump proyectando su móvil en la pantalla gigante que coronaba el escenario. El objetivo de Jimmy Kimmel era uno: superar en retuits a Ellen DeGeneres y su selfie de los Oscar 2014 con apenas una línea. “Hola, Donald Trump, ¿estás despierto?”, escribía el humorista en Twitter con mención directa al presidente.
Incluso sin demasiadas referencias políticas, la gala ha sido una de las más ligeras de los últimos años gracias a la ironía natural de Kimmel. Han sido los pequeños actos y la meditada repartición de Oscars lo que ha definido la actitud combativa de esta edición. Una de estas muestras ha sido la apertura de puertas a un grupo de turistas despistados, que se ha encontrado de pronto rodeado por la flor y nata de Hollywood.
Pocos momentos más de la ceremonia se harán virales. La sobria puesta en escena y el tono personal de los discursos de agradecimiento ha entorpecido el ritmo de las manecillas del reloj.
Solo al final, como un acto premonitorio, la interpretación de la banda sonora de La La Land por John Legend ha acaparado los recursos. Farolas movedizas, decenas de bailarines y un cielo estrellado anticipaban al legítimo dueño de los Oscar musicales: Justin Hurwitz.
Sus hermosas partituras -y pegadizas, como ha dicho Samuel L. Jackson- se han impuesto en la categoría de álbum y canción, con City of stars. Los jóvenes músicos recordaron que también se puede apelar a la esperanza y al futuro en la fiesta de la reivindicación política. Una frase que resume el espíritu de su película, de la magia del cine y de los que lo hacen posible. “A todos esos niños que cantan bajo la lluvia y a las madres que se lo permiten”.