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José María Lassalle, el mirlo blanco enjaulado

José María Lasalle

David Márquez Martín de la Leona

Que el Partido Popular no cree que la cultura merezca un Ministerio propio no es nada nuevo y lo ha demostrado cada vez que ha tenido la oportunidad de gobernar. Pero era menos conocido que en su “haber” cuenta con los secretarios de Estado de Cultura que más tiempo han permanecido en su cargo: Miguel Angel Cortés (Mayo 1996-Mayo 2000), Luis Alberto de Cuenca (Mayo 2000- Marzo 2004) y, el último en llegar a esa lista, José María Lassalle (Diciembre 2011 -?).

José María Lassalle está a punto de terminar una legislatura completa en el Gobierno al frente del área de cultura. Una tarea que asumió en los últimos días de diciembre de 2011 y que parecía, en aquellos tiempos, que no podía asumir otra persona. Al menos, no en el seno del Partido Popular. No en vano, José María Lassalle fue portavoz de Cultura en el Congreso de los Diputados durante las dos legislaturas socialistas comprendidas entre 2004 y 2011. En aquel puesto, el moderado, liberal y culto doctor en Derecho tuvo tiempo para articular un discurso y un ideario sobre cultura no habitual en las filas del PP.

Aquel trabajo le granjeó un reconocimiento, también inusitado, de sectores sociales y culturales lejanos al ideario conservador. Así, en noviembre 2011, momento de la victoria electoral del Partido Popular, el mirlo blanco en el que se había convertido José María Lassalle era el favorito para asumir las riendas de Cultura en el Gobierno conservador de Rajoy.

Su nombramiento tranquilizó a muchas personas en el sector de la Cultura que reconocían en él a una persona conocedora de la complejidad del sector cultural. Se esperaba que sus propuestas como portavoz de cultura en el Congreso tendrían la oportunidad de transformarse en decisiones, entre ellas su medida estrella: la ansiada Ley de Mecenazgo que prometía ser la solución a los problemas de la dependencia de amplios sectores culturales respecto del dinero público. Con Lassalle irrumpía en el Ministerio lo que parecía un nuevo modelo de política cultural que empezaría por revolucionar la financiación. La internacionalización de los proyectos culturales, la promoción de las industrias culturales en todos los tejidos creativos, el paradigma digital, entre otros, pasaban a ser los ejes sobre los que se articularía esa nueva política cultural estatal. Hasta que se cruzó Montoro por el camino.

Presupuestos menguantes + IVA Cultural

Ya desde los primeros presupuestos elaborados por el Gobierno de Mariano Rajoy, las partidas destinadas a Cultura sufrían unos fuertes descensos de un año para otro (del 17,28% en 2012 y del 25,22% en 2013). Como dato significativo, el presupuesto destinado a cultura en 2014 suponía un 48,59% menos que el que se destinó en 2009, máximo histórico. Los equipos dependientes de la Secretaría de Estado tuvieron que hacer frente a la gestión de un gasto que en 5 años se redujo en prácticamente un 50%. Una verdadera hecatombe a la que hay que añadir los efectos coyunturales de la reforma fiscal de 2012, que equiparó el tipo impositivo de muchos servicios y bienes culturales al 21% y, también, la caída del consumo de las familias que al sufrir una caída de renta disponible redujeron drásticamente su consumo cultural.

En ese marco coyuntural económico tan desolador, ¿cuáles han sido las iniciativas del Ministerio de Educación, Cultura y Deportes? José María Lassalle lo resumía así en una reciente comparecencia ante la Comisión de presupuestos del Senado (25 septiembre 2015): “Hemos tenido que gestionar un tsunami, el Ministerio no ha colapsado porque bajo la planificación estratégica se ha salvaguardado la actividad y las unidades técnicas han conseguido realizar su trabajo”. El mensaje que parecía transmitir el Secretario de Estado era claro: en estos años se ha conseguido salvar los muebles. Una alegación que se puede transformar, como arma de doble filo, en crítica. Las dificultades económicas justifican, para Lassalle, que la Secretaría de Estado de Cultura solo se hubiera dedicado a conservar lo existente empezando por y priorizando las unidades técnicas del Ministerio.

Desde fuentes de la Secretaría de Estado de Cultura niegan que se haya perdido la ocasión para realizar reformas estructurales y argumentan la producción legislativa que constituirá el legado Lassalle: la Reforma de la Ley de Propiedad Intelectual, la Ley de Autonomía de la Biblioteca Nacional, La Ley de Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial y la reforma de la Ley del Cine. Cuatro años han dado como fruto normas y leyes que podrían juzgarse como insuficientes cogiendo como referencia el propio listón que José María Lassalle situó muy alto: la Ley de Mecenazgo que jamás llegó. En este tema se defiende retóricamente el Secretario de Estado: “La reforma fiscal que hemos realizado es el equivalente a la Ley de Mecenazgo constituyendo así una propia política de mecenazgo. Hemos democratizado el mecenazgo, en un sentido republicano del mecenazgo, haciéndolo accesible a todos”. Sin embargo, de esa política de mecenazgo todavía nadie del Gobierno ha aportado cifras ni datos de su posible impacto financiero y fiscal que justifiquen la dudosa equivalencia.

Balance de legislatura

Lo cierto es que la legislatura acaba y poco margen le queda al Gobierno para reconducir, si así todavía lo considerase, su política cultural. La estabilidad que ha supuesto el mantenimiento del mismo Secretario de Estado de Cultura durante todo el periodo legislativo no ha servido para diseñar, o tan siquiera esbozar, un nuevo modelo de gestión de la acción cultural del Gobierno. Más bien los sectores conservadores e inmovilistas se han escudado tras las dificultades económicas para argumentar el poco margen de maniobra disponible.

Por otra parte, los presupuestos mermados son el fiel reflejo del modelo estructuralmente anquilosado de política cultural de un Ministerio o Secretaría de Estado que pierde oportunidades de renovarse. La última oportunidad perdida ha sido con José María Lassalle al frente. Una figura que, con las capacidades intelectuales de las que hizo gala en su periodo en la oposición parlamentaria, no ha provocado nada más que frustración a los que depositaron alguna expectativa en él. Nada mejor que esta frase del mismo Lassalle en la citada comparecencia en el Senado para resumir el estado de ánimo de lo que podría resumirse en la metáfora de un mirlo blanco que se siente enjaulado: “Yo di la cara en momentos difíciles, permítanme que también la dé en momentos de ligera mejora”.

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